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ALEJANDRO CASTAÑEDA
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
Las monjas han ganado protagonismo. Debutaron a todo trapo con aquel funcionario kirchnerista que fue a comprar escones con bolsos llenos de coimas. A partir de allí, creció la fama de ese monasterio, tan ahorrativo y tan vinculado. Otros conventos se sintieron celosos. A más de una congregación sin escones le hizo ruido este lanzamiento a gran escala de una abadía tan floja de papeles y tan superavitaria. Como se sabe, la casona de General Rodríguez recibía donaciones fuera de hora y pecadores que traían escopetas para balear sus culpas. La imagen de una hermanita acarreando dólares en trasnoche, fue la escenificación desmesurada de una corrupción que buscaba agua bendita para purificar un gobierno millonario, pedigüeño y escondedor.
Después, a las pocas semanas, aparecieron las religiosas de un convento carmelita de Nogoyá que fue allanado por una denuncia de “torturas a monjas”. El fiscal entrerriano explicó que, de tarde en tarde, después del rosario, ellas apelaban a flagelaciones para calmar un apetito difuso que a la mañana las despertaba sangrantes y dichosas. No había escones ni dólares, pero aparecieron látigos y cilicios que dejaron al descubierto los alcances sacrificiales de un monasterio que, como pregona Cambiemos, enseña a sufrir sin quejarse.
Días atrás, aquí nomás, en 44 y 163, la Casa Ceferino Namuncurá, sufrió un escruche. Es un lugar de retiro que lo habitan tres religiosas y un sacerdote. Los ladrones se llevaron un soplador de hojas, un cajón de pollos, gaseosas, un cáliz, una cafetera eléctrica, una carretilla y un tacho de basura. Pero, lo más importante, robaron un juego de perlas que las hermanas habían traído desde Filipinas. No suena bien que las monjas guarden perlas importadas en la casa Ceferino Namuncurá. Después de lo de General Rodríguez, el bandidaje vigila mucho la alcancía de los conventos. Es un botín apetecido y difícil. Porque el alma de las monjas está llena de escondites. Ellas aprendieron que no deben mostrar nada. Por eso los ladrones de Vialidad buscan allí discreción, madriguera y perdones. Y por eso los cacos siempre están atentos al movimiento de clientela y bultos. Ceferino Namuncurá, tan lejos del lujo, quizá haya agradecido a estos rateros que, mal o bien, con su incursión, le sacaron perlas y le devolvieron su perfil sobrio y ascético a una casa de encuentro y retiro que honra su nombre pero no su pobreza.
Las monjas ladronas de California iban a jugar a Las Vegas con martingala y rosario
Hace unos días se supo que las “hermanas” Mary Margaret Kreuper y Lana Chang, directora y maestra de la Escuela Católica St. James, cerca de Los Ángeles, “tomaron prestado” medio millón de dólares de fondos escolares y se fueron a jugar a Las Vegas. Las religiosas admitieron haber robado esa suma para apostar en casinos, confirmó la Arquidiócesis de Los Ángeles. La malversación fue descubierta durante una auditoría de rutina y se cree que las monjas estuvieron robando dinero durante al menos una década. Sin pálpitos ni moderación, las hermanitas una vez por mes se vestían para la ocasión y salían a desafiar al azar con martingala y rosario.
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No sólo las timberas californianas dieron rienda suelta a sus deseos. A la sombra de la atropellada femenina surgieron varias religiosas con ganas de alquilar armarios para salir y darse algunos gustos. Es que en abadías llenas de anhelos persiste el perfume enojado de viejos antojos que no han sido saboreados y que el cura de la casa ofrece religiosamente cuando hay tormenta afuera y refucilos adentro.
De todo esto viene hablando el Papa y los obispos en el gran confesionario de Roma. El temario hace a un lado los misterios para poder meterse en los cuartos secretos de un sacerdocio que fuera de hora disfruta demasiados recreos. Allí también aparecieron las monjas, como víctimas, claro, sometidas desde la misma matriz de su vocación a una obediencia que roza el martirio y la humillación. Los sacerdotes, algunos por supuesto, sin duda han gozado de impunidad y poder para poder avasallar novicias y celibato. Y los testimonios de las monjas son apabullantes: Ellas ofrecían mermeladas, pero los curas querían carne.
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