Una semana en la que el libro es el eje de la vida cultural

Edición Impresa

La celebración ayer del Día Internacional del Libro y el inicio mañana en la ciudad de Buenos Aires de una nueva edición de la Feria del Libro constituyen dos referencias indudables para exaltar la importancia de uno de los vehículos más valiosos de la transmisión de conocimientos y de cultura de la humanidad. De allí que la primera de esas dos fechas se trate de una celebración de alcance mundial, establecida para fomentar la lectura y, por cierto, entre otros propósitos, la industria editorial y la protección de la propiedad intelectual a través del reconocimiento de los derechos de autor.

Como se sabe, el 23 de abril fue elegido como día representativo de la literatura mundial, ya que en esa jornada fallecieron Cervantes, Shakespeare y con pocas jornadas de diferencia el Inca Garcilaso de la Vega. Pero esa fecha también coincide con la del nacimiento o muerte de escritores eminentes Vladimir Nabokov, Josep Pla, William Wordsworth y Manuel Mejía Vallejo, entre otros.

La designación de esa fecha para conmemorar al libro fue adoptada por la Conferencia General de la Unesco en 1995, buscándose con ello, según se fundamentó, promover la lectura sobre todo en los jóvenes y valorar el objetivo de preservar la libertad de pensamiento y de expresión connaturales a la literatura.

En cuanto a la Feria del Libro porteña, corresponde primeramente señalar y valorar la constancia que ha demostrado la ciudad de Buenos Aires para mantenerla desde 1975, en forma ininterrumpida, como una de las expresiones culturales de primerísimo rango en América latina y el mundo. Ello no ocurrió con facilidad, ya que debió superar períodos y años difíciles que, acaso, podrían haber explicado en algunas oportunidades la eventual decisión de suspenderla.

Pero esas dificultades y las reformas -que, en el decurso de tantos años, pudieron haberse impulsado, como, ejemplo, el cambio de predio en 2000 cuando pasó a funcionar en la Sociedad Rural- no sólo no afectaron la continuidad de la Feria sino que la mejoraron, alcanzándose mayor cantidad de expositores y crecientes afluencias de visitantes.

Se sabe también que en las últimas décadas y hasta hoy el libro se vio acosado por la pujante aparición de los medios audiovisuales y la generalización de aportes tecnológicos, tales como las fotocopiadoras primero, luego la computadora y las redes sociales.

Está claro, entonces, que el libro enfrenta un contexto de circunstancias desfavorables. El fotocopiado de páginas, capítulos o volúmenes enteros que permiten que un estudiante pueda hasta graduarse en tal o cual disciplina o, ahora, el simple navegar por los ámbitos de Internet que suelen realizarse para satisfacer distintas expectativas, todo incide negativamente como para garantizarle al libro una segura sobrevida en el mercado del conocimiento o de la cultura.

Tanto la Feria del Libro porteño como las que se realizan en La Plata y en muchas otras ciudades del país implican un persistente acto de fe en las bondades de la lectura, sea la que se concreta en soporte papel o a través de los nuevos formatos. Sea como sea, el libro –como expresión de la soberanía del pensamiento- sigue captando el interés de la humanidad, por ser, además, un acto de acto de aprehensión individual que determina la conciencia de los valores del hombre, empezando por la libertad.

 

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