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"Bazán Frías" Un bandido mitológico para pensar qué es el crimen

Un grupo de presos del penal de Villa Urquiza interpretan la vida del "Robin Hood tucumano" en una película que se inserta en el debate sobre la inseguridad y que se puede ver hasta el jueves en el Malvinas

"Bazán Frías" Un bandido mitológico para pensar qué es el crimen
17 de Mayo de 2019 | 13:58

Andrés Bazán Frías, bandido tucumano de principio de siglo XX, robaba a los ricos y daba a los pobres. Cuando escapó de prisión, prometió volver y liberar a todos los presos. Pero este Robin Hood tucumano no sobrevivió a su gran escape: la muerte le llegó en la forma de las balas policiales.

Un siglo después de la muerte de Bazán Frías, los internos del penal de Villa Urquiza deciden formar parte de un taller para representar la vida de esta especie de santo pagano que rodeado de pobreza, comenzó a robar comida para repartir entre la gente de su barrio, que mató, fue preso y cansado de las brutales golpizas escapó: la biografía de Bazán Frías y la representación de su vida por parte de los hombres del penal de Villa Urquiza son dos de los ejes de “Bazan Frías: elogio del crimen”, un documental biográfico que también funciona como un ensayo sobre la ley, la criminalidad y el sistema.

La película de Juan Mascaró y Lucas García, que se puede ver hasta el jueves, a las 17, en el Cine Eco Select del Centro Cultural Islas Malvinas, nació como una biografía del mito, “una biografía difusa, porque la historia tiene más de cien años, muchas cosas de su vida no están documentadas, no hay fotos, solo algún identikit muy rudimentario. Y por supuesto no hay material audiovisual, y no queda nadie vivo de aquellos días”, explica Mascaró en diálogo con EL DIA.

“La ausencia de materiales para poder ilustrar un documental más tradicional y expositivo generó la segunda trama: tratar de que alguien represente esa vida. Y en lugar de ir a tomar actores”, revela el realizador, y con “César debe morir”, la cinta de los hermanos Taviani donde un grupo de presos interpreta a Shakespeare, “elegimos llevar el mito de este santo de los presos a la cárcel, ver cómo los presos volcaban su biografía a la obra, ver qué ocurría si les planteábamos esa ligazón entre la vida de Bazán y las suyas y filmar todo el desarrollo de la película, no solo la ficción sino como se iba discutiendo y entramando esa escena”.

Con esas ideas llegó el equipo al penal, donde, desde ya, las concepciones previas chocaron con la realidad y expuso las tensiones, problemáticas y ambigüedades de la criminalidad.

“No pensamos que la película debía ser un dispositivo para poder explayarnos nosotros didácticamente. La idea está, circula, están nuestras palabras, nuestras preguntas, nuestras cámaras, editamos nosotros, y después se pone en juego frente a lo que uno encuentra, que se pelea con lo que nosotros decimos”, analiza Mascaró la forma en que los realizadores y sus nociones dialogaron y discutieron con ese grupo de presos que se acercó al equipo para hacer teatro. ¿Era Bazán Frías un santo? “Un chorro no puede estar cerca de Dios”, dice una mujer, llena de dudas, en el documental, ante la consulta.

Es que, dice Mascaró, “la realidad no tiene una sola cara: yo tampoco te puedo hablar de las identidades de esos presos con los que laburamos de una sola forma. Hay de todo, contradicciones internas”.

Estos debates internos afloran en la voz en off de Alejandra Monteros, actriz profesional que se acercó al proyecto para interpretar a la novia de Bazán Frías y termina generando fuertes vínculos con el elenco presidiario: la voz de Alejandra lanza al aire las preguntas que se realiza el equipo sobre los presos y el crimen.

¿Es, por ejemplo, la criminalidad una forma de rebeldía? “No es una rebeldía que uno pueda reivindicar, muchas veces lleva a la violencia, a la eliminación del otro. No hacemos apología, pero sí los vemos como sujetos que se plantean una salida que no es la que el sistema les propone, una salida de resignación, de aguantarse, de laburar por el pan diario en trabajos precarios: eligen romper la ley”, opina Mascaró, y recuerda que el subtítulo de la cinta, “Elogio del crimen”, viene de Marx, que describió cómo “así como otros trabajadores producen otras cosas, el delincuente produce crímenes, y eso da trabajo a un montón de gente”.

Es en este sentido que el taller montado en el penal no se propone como una salida terapéutica o el aprendizaje de un oficio para la vida después, sino que es un ejercicio que expone los intrincados caminos que llevan al crimen. “Enseñar un oficio no fue el objetivo del taller, porque es mucho más grande lo que está pasando que no tener un oficio. El delincuente es producto de un esquema social, aunque eso no significa que sea producto linealmente de ser pobre”, explica el director.

La biografía de Bazán dialoga así necesariamente con el presente: “Había un presente que llamaba la atención en Tucumán y en el país para traccionar esta historia: nunca lo pensamos como un relato histórico, desde que empezó la película el planteo era cuál es la relación con el presente”, analiza Mascaró, y es en ese sentido que su película se introduce en los actuales debates candentes sobre la inseguridad. Y propone una mirada diferente, más empática y más crítica, para sobreponerse a algunas visiones hegemónicas.

Visiones que también fomenta el gran cine, ese cine comercial que explica que hay héroes y villanos y un orden que proteger. “El cine es un formador de valores, de conciencia, de opinión, uno de los mayores formadores de subjetividad del siglo XX”, dice al respecto Mascaró: “Bazán Frías”, en este sentido, parte con desventaja para llevar sus ideas al debate, con un estreno en 7 salas, frente a, por ejemplo, las más de 500 de “Avengers: Endgame”.

Esta monodieta contribuye “de una manera muy potente y fuerte” a la formación de un espectador que no empatice con otra versión de la realidad y otras realidades sociales, accede Mascaró, aunque avisa que “de la cuestión de cómo se forman las ideas en el espectador, no tengo esa lectura lineal que alguna vez estuvo muy vigente, de una audiencia pasiva. Creo que es más complejo, interviene la formación, la tradición ideológica, las cosas que te pasan… Hay un montón de ingredientes. Pero hay una sedimentación. Recibís una formación y se van formando ideas, y después todos somos reacios a ideas que no son afines a nuestro pensamiento. Eso nos pasa a todos”.

Y agrega: “El consumo de todos los productos culturales forma durante años y años de hegemonía cultural a muchos: no creo que sea inmodificable, pero si es muy duro de roer, es muy difícil cambiar esos pensamientos y valores. Y creo que deben generarse estrategias nuevas, que nosotros debemos pensar como parte de una dimensión política de nuestro trabajo: cómo poder instalar estar miradas, estos debates, estas lecturas más críticas en sociedades que mayoritariamente las rechazan”.

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