Los ministerios en la Misa

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Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN (*)

Queridos hermanos y hermanas.

Siempre existieron en la Iglesia ciertos servicios para exaltar el debido culto a Dios y para la atención de las necesidades del Pueblo de Dios. Tales servicios se denominan ‘ministerios’ y por ellos se encomiendan funciones litúrgicas, religiosas y de caridad, en conformidad con las diversas circunstancias.

El Concilio Vaticano II enseña: “Los acólitos, lectores, comentadores y cuantos pertenecen a la schola cantorum desempeñan un auténtico ministerio litúrgico. Ejerzan, por tanto, su oficio con la sincera piedad y el orden que convienen a tan gran ministerio y les exige con razón el Pueblo de Dios. Con ese fin, es preciso que cada uno a su manera esté profundamente penetrado del espíritu de la liturgia y que sea instruido para cumplir su función debida y ordenadamente” (SC 29).

Los diversos ministerios prolongan y desarrollan el ministerio que Jesús encomendó a sus apóstoles para bien de la comunidad.

Existen, ante todo, ministerios ordenados, que se reciben por el sacramento del Orden y son el diaconado, el presbiterado y el episcopado, por los cuales un varón es configurado a Cristo como pastor, maestro y sacerdote. Su ministerio, en las celebraciones litúrgicas, es el más importante cuando es presidencial.

Los diversos ministerios prolongan y desarrollan el ministerio que Jesús encomendó a sus apóstoles para bien de la comunidad

 

Hay otros ministerios, como los instituidos, que son los del lector y del acólito, que pueden ser recibidos por varones que tengan edad y condiciones determinadas por la Conferencia Episcopal. Sin embargo, por encargo temporal, los laicos pueden desempeñar la función de lector, de acólito, comentador, cantor, etcétera.

Sin embargo, los ministerios más numerosos ejercidos por laicos en la celebración de la Misa son los que de hecho ejercen la proclamación de la Palabra de Dios, la animación del canto y las moniciones, que pueden ser desempeñados tanto por varones como por mujeres, según lo considere el propio párroco.

En todo caso, los que ejercen el oficio de lectores tienen el deber de proclamar la Palabra de Dios, habiéndose preparado debidamente cada vez que lo hicieran, con una lectura previa que luego les permita hacerlo en el momento indicado de la Misa con la entonación exigida por el contenido del texto y la puntuación. Es decir que los lectores deben ejercitarse en el arte de la comunicación: no se trata simplemente de leer sino de proclamar, de comunicar un mensaje divino. De allí la importancia de la dicción, de las pausas, del tono de voz. Además, se debe buscar el tono justo de proclamar, según el género literario del texto: relato histórico, enseñanza doctrinal, exhortación moral, estilo profético, lírico, doxología, himno… Debe tenerse en cuenta que es Dios mismo Quien habla a esa comunidad; y la comunidad que recibe con atenta devoción la Palabra proclamada.

Los acólitos son aquellos que, en la celebración de la Misa, asisten al celebrante principal en el servicio del altar. Toda su actuación exige atención y discreción: se moverán sólo lo necesario y permanecerán ubicados en dirección al centro del altar.

El ministro que se desempeña como comentador o guía siempre se ubicará en un costado y utilizará un atril propio, nunca el ambón, donde tener el material que necesita. Además, están el grupo de cantores o el encargado de los cantos, quienes serán de ayuda a la comunidad para aunar sus voces en las respuestas cantadas y en los demás cantos previstos. Todos los ministerios son sólo eso: servicios humildes y discretos para gloria de Dios y bien la comunidad que participa.

 

(*) Monseñor

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