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La víctima fue identificada como Jorge Pecchiari. Tenía 77 años y conocía a sus asesinos, a quienes en más de una oportunidad ayudó de diversas maneras. “La macana ya está hecha, él no vuelve a vivir”, lamentó su mujer
En el primer día del año, Jorge Pecchiari (77) se despertó temprano. La noche anterior había compartido con su esposa -María Esther Amieva (76)- y el resto de la familia la cena de Nochevieja y el inicio del 2020 en su casa del Barrio Hipódromo. El hombre vivía en ese inmueble desde que tenía 15 años y era bien conocido en la vecindad. Minutos después de haber desayunado, Jorge se levantó de la silla para atender a quien había tocado el timbre. María -“Cuqui” para los conocidos- se encontraba en el patio tendiendo la ropa. Cuando volvió a ingresar al interior de la vivienda fue por los ruidos que venían desde la puerta de entrada. Allí se dirigió, y la escena que observó fue por completo inesperada.
Con el pie de un joven sobre el pecho, su marido luchaba desde el piso para erguirse. Los dos sujetos que intentaban robarles eran conocidos, y en segundos la violenta secuencia se transformó en un cruento asesinato. “La macana ya está hecha y él no vuelve a vivir”, diría la mujer ayer por la tarde en un breve contacto con los medios en su domicilio de 37 entre 120 y 121. Por el crimen hay cuatro detenidos.
La madrugada de ayer, los sospechosos de matar a Pecchiari habían recorrido un amplio sector de la Ciudad. En ese prolongado itinerario cometieron “por lo menos” un delito, que sería determinante para lo que ocurrió por la mañana.
“Venían de una noche larga”, le aseguró una fuente de la pesquisa a EL DIA. En ese raid asaltaron a una oficial de policía y le quitaron el arma reglamentaria, una Bersa Thunder 9 mm que luego utilizarían para matar al jubilado (ver página 16).
Por la tarde, Cuqui y su hija María Inés relataron en diálogo con este medio cómo se sucedieron los pormenores del episodio que tuvo como protagonista involuntaria a la primera. En ese sentido, explicaron que los delincuentes llamaron al timbre a las 9.15 y Jorge salió solo a atenderlos. En general, la pareja “era precavida” y no abría la puerta a extraños.
Sin embargo, quienes esperaban del otro lado ya habían estado en otras ocasiones en ese lugar. “Mi papá los conocía, en al menos una oportunidad les había entregado cartones y otros elementos”, detalló Inés.
“A Jorge le decíamos que era trabajador de la calle, por arreglar ‘aires’ en la puerta de su casa”
Dardo Vera (58) Yerno de las víctimas
“Habrán sido dos minutos, fue todo muy rápido. Murió ahí mismo”
María Esther Amieva, Esposa de la víctima
“Me llamó mi mamá a las 9.30 para que fuera rápido porque habían entrado a robar”
María Inés, Hija de las víctimas
El dueño de casa no sospechó nada malo. Abrió la hoja de par en par y no tuvo tiempo de invitarlos a pasar: el primero de los intrusos lo empujó hacia adentro y enseguida se metió su cómplice. Uno de ellos iba armado, aunque se presume que Pecchiari no advirtió la pistola en un primer momento.
En ese lapso debe haber pensado en su esposa que estaba en el fondo del inmueble -ajena a la situación que se desarrollaba a metros de ella- y forcejeó con el asaltante, varios años más joven que él.
Entre los dos ladrones lo tiraron al piso y uno le colocó el pie sobre el pecho para evitar que se pare.
“Déjenme levantar que estoy recién operado”, les rogó, pero no le hicieron caso. La atención de ambos había pasado a María, que venía a ver qué era “el bochinche” que escuchaba desde el patio. Apenas la tuvo cerca, el que portaba el arma le apuntó en la frente. Cuqui habló: “Váyanse, acá no hay nada para robar”, imploró, mientras miraba a su marido tendido en el suelo sin poder moverse.
Con balbuceos que hacen sospechar de consumo de alcohol o drogas, le respondieron algo inteligible. Luego, le arrancaron una cadena de oro que traía colgada en el cuello.
Parecía que la pesadilla terminaba con ese arrebato. Los delincuentes dieron media vuelta y enfilaron hacia la salida.
En ese instante tuvo lugar el acto más irracional. “Cuando se iban, uno se dio vuelta y le disparó a Jorge en el pecho, que todavía estaba en el piso”, recordó María Esther.
El hombre falleció en el acto y la bala rozó a la mujer en un dedo. Todo el incidente duró unos dos minutos.
A María Inés la llamó su mamá 15 minutos después de que los asesinos huyeran en una moto. Según le contó a este diario, se levantó de la cama “de un salto y vine rápido para acá (por la casa de sus padres)”. Al llegar, se encontró “con ese espectáculo y con la Policía”, recordó.
“El 31 nos quedamos acá hasta la 1:30, y que ocurra esto a las 9 y pico de la mañana es impensable”, manifestó. Por su parte, el yerno de Jorge, Dardo Vera, aseguró que “los dos pibes estaban muy drogados, no se les entendía nada cuando hablaban”.
Pecchiari era técnico en refrigeración, y mientras estuvo en actividad arreglaba cámaras frigoríficas, entre otras cosas, para una empresa local. En el último tiempo, para sumar algo más a su magra jubilación, se dedicaba a reparar los aires acondicionados de vehículos. En el barrio los vecinos solían llevarle autos para que los revisara. Era “un tipazo” y “muy servicial”, contaron en la cuadra.
Al mediodía, en la cuadra de 37 entre 120 y 121, la conmoción por el crimen era palpable / Roberto Acosta
María Inés, hija de las víctimas
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