Para que no se repitan los horrores del nefasto Holocausto

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Al cumplirse en estos días el 75 aniversario de la liberación de Auschwitz, el mayor centro de exterminio del régimen nazi en donde fueron asesinadas en forma sistemática cerca de 1.100.000 personas en su mayoría judíos, pero también prisioneros de diversas religiones y nacionalidades, en numerosos países se vino recordando esa muestra de horror, en la que la condición humana se vio sometida al hacinamiento, al hambre, al trabajo insano, a la segregación y al frío durante el viaje previo que solía durar varios días para arribar a un destino ligado exclusivamente a la muerte.

Tal como se sabe, el campo fue situado a unos 43 kilómetros al oeste de Cracovia, en una localidad polaca que los nazis renombraron como Auschwitz, levantado sobre unas barracas de ladrillo que habían pertenecido al ejército polaco, y al que luego los nazis se les fueron sumando otras instalaciones: complejos fabriles, granjas, crematorios y cámaras de gas masivas.

Destinado a someter al trabajo esclavo y asesinar a los prisioneros que llegaban a él, Auschwitz fue creciendo hasta llegar a tener más de cuarenta sub campos a su alrededor.

Para llevar a cabo su plan de exterminio el régimen nazi se valió del tendido ferroviario existente, a través del cual trasladaba hasta el campo de concentración a niños, mujeres y hombres apresados por “indeseables” en distintas regiones del territorio europeo bajo su ocupación.

Una de las personalidades que en estas horas recordó la fecha, sostuvo que la memoria del Holocausto debe ser un punto de partida para educar a los más jóvenes sobre la aceptación del otro y la igualdad. A su vez, conocidos historiadores alertaron que las actuales generaciones evidencian una ignorancia notable sobre lo que ocurrió en la Segunda Guerra Mundia, vinculándose esa falta de información a la reaparición de focos de antisemitismo.

Lo cierto es que la amenaza y el horror del nazismo no pertenecen al pasado. El auge de los neofascistas y neonazis no es nuevo ni tiene como escenario sólo a Alemania o al continente europeo.

La historia y desarrollo del antisemitismo y de la xenofobia racista tienen vieja data en distintas partes del mundo, con arraigo muy profundo -sobre todo a partir del advenimiento del régimen hitleriano en Alemania- en el Cono Sur latinoamericano, en una tendencia que afortunadamente disminuyó unas décadas después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, el veneno doctrinario siguió y sigue destilándose, sin que el exterminio de millones de seres humanos y la larga serie de atrocidades recogidas por la historia haga mella en concepciones culturalmente discriminatorias y, mucho menos, en el fanatismo de grupos decididamente irracionales.

Resulta, además, especialmente penoso y preocupante cuando estas actitudes encuentran lugar en mentes juveniles, inmaduras aún para comprender en forma cabal el daño que causaron y siguen causando ideologías basadas en el resentimiento, que preconizan el autoritarismo y, finalmente, la eliminación espiritual y física de todo aquel que elija la libertad y piense diferente a ellos.

A pesar de que han transcurrido más de siete décadas de cometido el genocidio, sigue resultando necesario recordar los nefastos acontecimientos de ese pasado. Y los espíritus libres deben abroquelarse contra las amenazas que no dejan de aparecer.

 

 

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