Graciela Luján Martínez
Edición Impresa | 2 de Octubre de 2020 | 03:06

Inspirada en una profunda vocación, fue de las clásicas maestras de grado que lo entregan todo en el aula, y tan fecundo resultó ese compromiso cotidiano que distintas generaciones tienen a su figura como uno de los mejores recuerdos del paso por la escuela. Falleció Graciela Martínez -“Gra” o “Grace” para su entorno-, quien además de destacarse como docente sobresalió en sus roles de esposa, madre, abuela y amiga.
Graciela Luján Martínez había nacido en esta ciudad el 4 de noviembre de 1947. Los estudios primarios y secundarios los cumplió en el colegio Nuestra Señora de Luján, de donde egresó con el título de Magisterio.
Trabajó en distintas escuelas, pero fue la N° 25 “Manuel Dorrego”, de la localidad de Ringuelet, en la que desarrolló la mayor parte de su trayectoria docente. En ese establecimiento tuvo a cargo casi siempre 1° y 4° grado. Fue una maestra con una particular conexión con sus alumnos y quizás haya sido por esa razón que los padres de los chicos le tenían gran respeto y estima y solían pedir que permaneciera al frente de esos cursos.
También enseñó en la Escuela N° 45 “Dardo Rocha”; la Escuela rural de 43 y 170; y la Escuela N° 42 “Leopoldo Herrera” (diagonal 74 y 22). Su recorrido como educadora culminó en la Escuela de Ciegos y Disminuidos Visuales N° 515 de Gonnet, donde se jubiló.
Muy inquieta en la faceta intelectual, cursó estudios en la Universidad del Salvador sobre Prevención de Adicciones. Esos conocimientos le permitieron luego dictar clases y cursos en el Centro Preventivo de Adicciones de La Plata.
En cuanto a su personalidad, se caracterizó por su calidez, su buen carácter, su magnetismo con los chicos y su facilidad para relacionarse con todo el mundo.
Era una amante de la música, sin distinción de géneros; tocaba el piano (tomó lecciones con la profesora Ethel Pecarovsky), ejecutaba la guitarra; y era una excelente cantante. Muy abierta en lo intelectual, disfrutaba de la lectura, y se preocupaba especialmente por las cuestiones sociales.
Se había casado en 1973 con Rafael Arriola (hoy médico jubilado), a quien conoció un día en que él, todavía estudiante universitario, fue a hacer unas compras a la librería donde ella trabajaba. Compartieron más de medio siglo de amor, familia y proyectos.
Tuvo una hija, María Eugenia, que es veterinaria y a quien siempre se entregó por entero, y fue una feliz abuela de Amir y Jade.
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