El gran homenaje del fútbol argentino

Ha muerto Diego Maradona. el hombre que fue mito en vida. Vivió 60 años. Vivió mil vidas. Su fallecimiento es tapa de todos los medios del mundo. El final lo encontró vinculado a Gimnasia, que le permitió una gira de despedida, homenajes y amor incondicional en todos los estadios del país.

"Maradona no puede dirigir". La frase, una y otra vez repetida, asomaba como dedo inquisidor que apuntaba a Gimnasia. Y Gimnasia solamente le hizo bien, desde aquel "Bienvenido a la casa del Lobo, tu casa". No lo dejó solo cuando más solo estaba. Ese 8 de setiembre de 2019, más de 25 mil triperos le declararon amor eterno y Diego fue feliz. El sol, los muchachos, el olor a pasto, la pelota...esa vieja amiga. Aquella tarde, cuando "vio" a Doña Tota en el Bosque, supo que estaba en el lugar correcto.

Gimnasia no solo le dio trabajo y amor. Le dio la chance de que el fútbol argentino pudiese por una vez hacer las cosas bien y brindarle el homenaje merecido a su exponente más maravilloso, ese superhéroe que cometió el enorme pecado de hacernos creer que era indestructible, que era más que Superman, que jamás iba a morir. Ahora que todo es tristeza y lágrimas y que el mundo lo despide conmovido, vienen al sentimiento las enormes ovaciones en el Kempes (recibido por el Rana Valencia, Luis Galván, Miguel Oviedo y Humberto Bravo, viejos compañeros en la Selección), el Malvinas Argentinas de Mendoza, el impactante homenaje de Newell's que sigue sintiéndolo propio, el Minella, Banfield (y el hermoso abrazo con Julio Falcioni), Huracán (lo recibió Miguel Brindisi), Independiente (otro recibimiento emocionante, con su admirado Ricardo Bochini, Miguel Santoro, Daniel Bertoni y el Chivo Pavoni) y Boca en la noche de su campeonato. Solamente Rosario Central fue más indiferente por el pasado leproso, aunque hoy seguramente el pueblo canalla también lo llora. El Bosque lo recibió por última vez en su cumpleaños. Más allá de los intereses económicos del "entorno de turno", no le quiso fallar a su Lobo. Roto, Sin el pecho inflado pensando en los pibes de Malvinas, sin el tobillo tamaño pelota de tenis, sin las lágrimas de las piernas cortadas. Con el compromiso de estar siempre para la gente que no le falló. Roto, caminó igual.

Maradona le hizo bien a Gimnasia. Lo unió detrás de una bandera, hizo que la permanente ebullición interna mermara un poco. Gimnasia le hizo bien a Maradona. Si hasta por momentos lo hizo sentir otra vez Diego, en una casa humilde, donde los sentimientos no se miden en likes y las cosas siempre se hacen cuesta arriba. Aquel 8 de setiembre (hace 1 año, dos meses y 17 días, que es lo mismo que decir una vida maradoniana) Diego dijo en la conferencia post entrenamiento: "Yo quería...necesitaba uno de los últimos años míos en mi país...y después veo". No hubo después y ese puñado de palabras un tanto erráticas hoy eriza la piel. No era Diego el de las palabras como dagas cargadas de sabiduría callejera. Era un hombre cansado y solo, que bien podría haber refrendado lo escrito por René Favaloro 20 años antes: ""Estoy cansado de luchar, luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata". El Diego de todos sentía que era momento de dejar la camiseta sudada a mares, que había que sacarse las vendas, que los Puma Borussia desatados debían quedar colgados...Y rodeado del pueblo tripero que le abrió las puertas a cada hinchada del fútbol argentino, en una gira mágica y misteriosa, dejó su testamento de mejor jugador de la historia, de fenómeno popular. Escribió la anteúltima página de esta historia de amor. La última no se escribirá nunca, ni siquiera en la casa Rosada que supo cobijarlo en su hora más gloriosa y hoy le da el adiós. O el hasta siempre, porque la última página no será escrita jamás y será eterna como él. Como la sonrisa de Gardel y la voz de Evita, Algunos que desprecian los fenómenos populares pondrán peros...ellos se lo pierden: serían más felices si al menos supiesen entender.

 

 

Nadie tan rodeado de gente estuvo tan solo. En lo más alto, pero solo. Fue el Rey de su propio asteroide B-612. Maradona estaba deprimido. Triste. Solo. En la cama. Casi sin comer. Con desordenes en las pastillas. Igual que antes de la internación, antes de esa operación. Su combustible fue el cariño de su gente: la pandemia lo alejó de los calores y los olores, del cariño y el pastito. Perdió la alegría por última vez.

Seguramente anoche en una cama ajena de un country desconocido, recuperó la sonrisa, otra vez cerca de Doña Tota y Chitoro. Y se sintió en Fiorito, siendo apenas Pelusa.

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