Balcones , baúles y ventanas

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Alejandro Castañeda

afcastab@gmail.com

El género humano no soporta demasiada realidad, decía el gran poeta T. S. Eliot. La realidad de hoy está durando demasiado. La naturaleza agradece esta pausa: la capa de ozono se repone, la polución afloja, las ciudades recuperan calma y silencio, los ríos se lavan las manos. El coronavirus nos ha devuelto una Tierra sin maquillajes y con pocos espectadores. El mundo mejoró su aspecto porque el planeta se libró de tantos intermediarios destructivos. Se tomó vacaciones y aprovechó la tregua para enviar un grito de alerta. Por ahora, sólo un grito. Aprendamos de la PC: hay que reinstalar el mundo. Que empiece otra vez. ¿Será igual? ¿Será?

Los murciélagos recuperaron su mala fama. A la sombra del proteccionismo exagerado habían conseguido algún salvoconducto. Incluso hubo una sugerencia del Museo para que los dejemos entrar y lo tratemos bien. Pero eso ya fue. Vivos, meten miedo y en sopa pueden hacer destrozos. Cerremos las ventanas a estos trasnochadores que robaron sangre y proyectos.

Los hogares gastaron su batería de paciencia y entretenimientos. Pero con cada prórroga, hay que volver a empezar. Las perspectivas no ayudan. El mañana se ofrece muy deseado pero muy temido. Una tregua larguísima espera que los laboratorios se apuren y que el cielo mejore sus envíos de alivio y clemencia. La cuarentena sigue matando, el frío está empezando a llegar, los números ayudan y el Estado anda patrullando las barriadas, midiendo un humor social que está más seco que los monederos.

Siempre nos quedará París, le decía Bogart a la Bergman en Casablanca. Sugiriendo que más allá de cualquier cataclismo, el amor, aunque sea como evocación, seguirá consolando. ¿Cómo encuadrar estos episodios? Un oficial de la bonaerense se abalanzó sobre su compañera de patrulla al grito de “hagamos el amor antes que el mundo se acabe”. El canalla quería que acabara todo, pero ella pudo frenar a tiempo a este contagiado sin fiebre pero con calenturas sospechosas. Otro caso es el de las siete parejas que fueron sorprendidas en albergues transitorios la tarde que el Presidente lanzó la cuarentena. ¿Son tan malditos? Los catorce organizaron una despedida sin barbijos. Querían ganar anticuerpos para poder enfrentar un largo ciclo de abstinencias y jabones. Antes que la vida se haga polvo se aferraron al suyo para poder entrar en la cuarentena bien complacidos y animados. Y está el viaje irresponsable de esa muchacha que viajó en el baúl de un taxi para ir a visitar a su novio. Que te traigan a tu novia en un baúl, es un servicio que ni Uber. Hoy los tacheros preguntan a cada pasajero si está enamorado. Porque hasta amar y extrañar exige protocolo.

La escandalosa compra de alimentos a precios descuidados, mostró que el virus del sobreprecio sigue más activo que nunca. Cuando liberaron a Boudou y se conoció el pago millonario por los fideos, las hermanitas en los conventos ya empezaban a amasar escones.

El confinamiento en China desató una ola de divorcios. Tanta proximidad a veces aleja. Pero también generó inesperadas reconciliaciones. Muchas parejas que estaban separadas ahora comparten hijos y casa a la sombra de una convivencia preventiva. Pero nunca se sabe qué atajo tomará el contagio. La ex o el ex siempre es una manzana envenenada. El deseo de intramuros tiene sus propias fantasías. Sin el afuera que vigile, el pasado puede aportar alguna vacuna disfrutable frente este presente demoledor.

Hay que balconear o asomarse a las ventanas. Desde allí se vislumbra un cachito de mundo y se aplaude merecidamente a los que nos cuidan. Romeo y Julieta avisaron que los balcones bien ocupados siempre ilusionan. Allí hoy se afirma una vecindad que en horas puntuales recrea un clima de gratitud y buena compañía. El encierro desgasta. Es mucho lo que nos está faltando y cada vez se nota más. El contacto, en ausencia, ha recuperado su condición primordial. Este enemigo invisible se fue quedando con todos los abrazos. Sin afectos cercanos, cualquier fiebre, sube. Volvamos a Eliot: “Y así se acabará el mundo. No con un estallido, sino con un sollozo”.

Este enemigo invisible se fue quedando con todos los abrazos

 

Uno espera que los laboratorios se apuren y que el cielo mejore su envío de clemencia

 

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