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Son audios y noticias que se viralizan con contenidos falsos, y que según los especialistas pueden hacer tanto daño como el coronavirus mismo. Cómo prevenirse y no contagiarse de este mal
Días atrás, un hombre fue imputado penalmente por haber difundido un audio que se viralizó por las redes sociales y que aseguraba falsamente que la mitad de la población de una ciudad misionera estaba contagiada de coronavirus. Y la Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud Carlos Malbrán se vio obligada a asegurar a través de un comunicado oficial que la entidad “solo difunde información a través de sus redes sociales” para desmentir la veracidad de audios que circulan por Whatsapp y que son atribuidos a trabajadores de la salud de esa entidad. Y hasta el propio Presidente de la Nación debió advertir que “circula muchísima información falsa sobre coronavirus” en el servicio de mensajería para teléfonos celulares Whatsapp, asegurando que eso “solo perjudica”, y que hay que “evitar la infodemia”.
¿De qué se trata esto que puede ser tan contagioso como el mismísimo coronavirus?
Mario Riorda, académico, docente e investigador, define a la “infodemia” como “un serio problema de desinformación que aumenta la propagación producto de la desinformación a escala masiva. Técnicamente es una epidemia de mala información, o bien mala información que posibilita una epidemia vía datos falsos, errados o maliciosos que se propagan por redes sociales”.
En tiempos de coronavirus, este nuevo concepto pareciera que también deja su impacto por estos días, ya que según sostienen investigadores del rol de la comunicación en las sociedades contemporáneas, “la infodemia es una práctica que consiste en difundir noticias falsas o maliciosas sobre la pandemia y que aumenta el pánico o la angustia en las sociedades, ya que cuando hay una emergencia sanitaria, las operaciones de desinformación pueden poner en riesgo la salud de millones de personas”.
Los investigadores Natalia Aruguete y Ernesto Calvo vienen realizando testeos provisorios de las conversaciones que se suceden en Twitter sobre el Covid-19, en distintos países, y lo que observan es una mayor propagación de las “false news” (noticias falsas) que de las “fake news”. Y distinguen unas de otras con la hipótesis de que “detrás de las ´fake news´ hay una finalidad política, una intención de provocar un daño mediante una operación. Las noticias falsas, en cambio, pueden surgir de la necesidad de llenar vacíos de información incompleta mediante prejuicios que son coherentes con las creencias y la idiosincrasia que dominan una comunidad”.
“La gente, más que mirar lo que dicen los medios, analiza lo que hace su entorno”
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Pero lo más grave es que estas noticias falsas se viralizan y llegan a millones de personas. La pregunta es por qué ocurre esto.
Para Aruguete, que junto a Calvo tienen previsto para abril la publicación del libro “Fake news, trolls y otros encantos”, un motivo es que “esos mensajes virtuales incluyen certezas que los científicos no pueden dar por lo dinámica que tiene esta epidemia”.
“En el caso del Covid-19, los vacíos en el conocimiento científico y las ciencias médicas, por caso, se completan con prejuicios: se emiten fechas, números y propuestas de tratamiento que generan un ‘confort cognitivo’. Las certezas siempre dan mayor tranquilidad que las vacilaciones. En este sentido, las noticias falsas se propagan, además, en la medida en que esa información es congruente con el contenido circulado en una determinada comunidad virtual”.
Para el profesor Martín Becerra, doctor en Ciencias de la Información e investigador principal del Conicet. En tanto, “cuando, como en el caso actual, hay una pandemia, una emergencia sanitaria, las operaciones de desinformación e incluso las noticias falsas pueden poner en riesgo la salud de millones de personas”, y apunta que es allí donde “el Estado, los medios de comunicación y las empresas de plataformas digitales como Google, Youtube o Facebook, tienen una responsabilidad mucho mayor para evitar que se propaguen informaciones falsas que ponen en serio riesgo la salud de millones de personas”.
Becerra marca que “difundir informaciones que puedan poner en riesgo la salud de los demás es uno de los límites legalmente aceptados para la difusión de la palabra, para la libertad de expresión”, y ese límite se identifica en los estándares de Derechos Humanos, tanto en nuestro país como en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que establecen que “cuando se pone en riesgo la salud de los demás hay un límite que tiene que ser marcado por parte del Estado y por las empresas en cuyas plataformas o soportes se difunde ese tipo de información”.
El autor de libros como “Los dueños de la palabra” y “De la Concentración a la Convergencia” subraya que “los medios tienen responsabilidad, pero la responsabilidad mayor, que es el Estado, debe controlar que los medios no difundan esta información, ya sean medios o plataformas digitales, aunque no tengan licencias”.
“Son los editores -desarrolla el especialista- los responsables del contenido de desinformación si se propaga; porque son los responsables del algoritmo de jerarquización de las búsquedas y la información que almacenan en sus plataformas, y por lo tanto tienen un rol inexcusable para evitar que la información se propague en un contexto que es de emergencia”.
Hasta el Presidente debió advertir que “circula muchísima información falsa sobre coronavirus”
Por su parte, la docente y analista de medios Adriana Amado no cree que el concepto de pandemia se aplique “estrictamente en este caso -el de la infodemia- porque la situación de pánico no necesita mucha información para generarse”, ya que en “situaciones de crisis el simple hecho de comunicar víctimas genera el estado de alerta”.
En ese sentido, Amado considera que en estos contextos “la gente más que mirar lo que dicen los medios, analiza lo que hace su entorno; tiene mucho que ver con el efecto contagio del comportamiento social”, y asevera que “hay un punto en que las mismas medidas de prevención también ratifican el estado de emergencia y de alarma y el que la gente tenga comportamientos que en situaciones normales no tendría”.
El analista y consultor comunicacional Mario Riorda, explica que la Organización Mundial de la Salud (OMS) sostiene que el nivel de estigma asociado con Covid-19 se basa en tres factores principales: es una enfermedad nueva para la cual todavía hay muchas incógnitas; a menudo tenemos miedo de lo desconocido y es fácil asociar ese miedo con “otros”.
Por eso, Riorda indica que “las palabras utilizadas para nombrar cosas o situaciones son importantes y condicionan las acciones” y ejemplifica: “Caso sospechoso” está contraindicado porque perpetúa estereotipos. Tampoco se deben adjuntar ubicaciones o etnias a la enfermedad: no es ‘Virus Chino’ o ‘Virus asiático’”, y destaca que “usar terminología criminalizante o deshumanizante crea la impresión de que las personas enfermas de alguna manera han hecho algo mal o son menos humanos que el resto”.
De esta manera, el especialista plantea que se recomienda hablar sobre “personas que tienen Covid-19”, “que están siendo tratadas por...”, “personas que se recuperan de...”, “personas que murieron después de contraer...”, “con la enfermedad de...”, “víctimas de...”, “personas que pueden tener...” o “que son presuntas de...”.
De esta manera, la palabrita “infodemia” se fue colando entre todos de la mano del coronavirus como una tendencia en crecimiento. Y si bien tiene un efecto dañino, para otros especialistas como Agustín Espada, magister en Industrias Culturales y becario del Conicet, “este fenómeno no debiera preocuparnos demasiado, porque están muy firmes los canales tradicionales de información, que de alguna manera contrarrestan lo que pueda llegar a recibir la ciudadanía por WhatsApp o por redes sociales”.
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