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La serie sobre los Bulls de MJ llegó ayer a su fin, pero dejó muchos debates en torno a los valores del deporte y el periodismo
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
“The Last Dance”, la serie documental de Netflix, ha sido uno de los fenómenos de esta cuarentena, generando memes, debates en las redes, hilos tuiteros y peleas virtuales, además de mucha pasión: cada lunes, hasta ayer, día de la emisión de los últimos dos episodios, una tribu de fanáticos esperaba a las cuatro de la mañana para ver los nuevos capítulos.
Sin dudas un mojón en la historia del género del documental deportivo, también es cierto que “The Last Dance” es parte de una tendencia que lleva varios años que venía creciendo bajo la superficie: la de los documentales, y sobre todo series documentales, que muestran el detrás de escena de un equipo. La razón por la cual hemos visto en los últimos años series sobre Barcelona, Juventus, Boca, Sunderland, Manchester City y Leeds, entre muchos otros, es que el deporte, que durante tanto tiempo protegió la integridad del “vestuario” como algo sagrado, parece haberse percatado de que el deporte profesional es ya parte de la esfera de la industria cultural, del universo del entretenimiento.
De hecho, la mayoría de las series mencionadas ha sido producida con el aval y la participación financiera de las instituciones, constituyéndose a menudo en aburridas “biografías autorizadas”, versiones oficiales algo lavadas cuya función es, antes que entretener y mostrar aspectos desconocidos del detrás de escena, llevar la marca a todo el mundo. El ejemplo más claro de ello es “Matchday”, pero hasta la serie de ficción sobre la vida de Tevez tiene algo de este autobombo comercial.
¿Quién se pone en venta en “The Last Dance”? ¿La NBA, los Bulls? Aunque quizás se benefician del fenómeno, es Michael Jordan quien, tras mil negativas para contar su historia, se presta ahora a las cámaras para dar su versión de los hechos. Jordan siempre fue dueño de un especial talento con las marcas, cambiando el juego y la sponsorización en el básquetbol, al firmar acuerdos con Nike, Gatorade, McDonald’s, Hanes, Wheaties y otros, generando un multimillonario imperio en alianza con la NBA, que utilizó su imagen para promover la liga de forma global. Y, con la serie documental, el imperio Jordan ha multiplicado una vez más su valor: sus zapatillas, parte fundamental de su marca, multiplicaron su valor hasta precios impensados, al punto de que un coleccionista vendió por 560.000 dólares un par de zapatillas Air Jordan 1, el modelo creado especialmente por Nike para Jordan. En la plataforma de reventa de zapatos StockX, el modelo Air Jordan 1 Chicago ahora se vende por hasta 1.500 dólares, en comparación con 900 que costaba en marzo.
“No he visto nada como esto, y más desde que terminó su carrera”, dijo el economista Jesse Einhorn, señalando que Jordan se retiró en 2003. La emoción se extiende más allá del propio Jordan. Las ventas de artículos de la marca Bulls aumentaron un 400% en mayo (en comparación con el año pasado) en el sitio de artículos deportivos Fanatics. Parte de este aumento en ventas y costos lo impulsan los nostálgicos, pero también ha conseguido Jordan convertirse en una figura admirada por los milennials, muchos de los cuales sostenían hasta “The Last Dance” la superioridad de otras estrellas como Kobe Bryant y LeBron James por sobre MJ.
Esta alianza entre documental y marca hizo que varios periodistas y realizadores pusieran el grito en el cielo, encabezados por el emblemático documentalista Ken Burns, para quien “si el sujeto está ahí, influenciando cómo se hace la serie, significa que ciertos aspectos que no quiere que se vean no serán vistos. Y ese no es el modo de hacer buen periodismo, y tampoco el modo en que se cuenta una buena historia”, lanzó sobre “la versión de Michael Jordan de los hechos”.
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Sin embargo, a pesar de la presencia de Jump23 como productora y de ciertos aspectos soslayados o desestimados (desde los problemas con su ex hasta sus problemas con las apuestas, tema tocado pero no explorado a fondo, tratado como una teoría conspirativa), “The Last Dance” hurga profundo en las glorias y miserias de un equipo legendario, da voz a todos y no teme ensuciarse: no es, al menos, el típico “publidocumental”. Y quizás señale el camino a seguir para este tipo de producciones, si quieren mantener el interés de la audiencia, no alcanza con poner la cámara donde te dejan y llegar solo hasta los límites autorizados.
De hecho, incluso bajo la tutela de Jordan, la serie lo muestra al público obsesivo y rencoroso, una fuente de memes constante gracias a sus gestos de incredulidad y odio. Allí, en el potencial de meme, reside otro gran triunfo de la serie, que alimentó el boca en boca desde las redes con furia. Y que además plantea las bondades de emitir un episodio por semana en la era del “atracón” televisivo: con dos episodios por fin de semana, la serie creció y creció en su audiencia, y se transformó en un tema de conversación durante un par de meses, al contrario de lo que sucede con las series que estrenan una temporada de repente, se comentan durante dos días y luego se olvidan.
Michael Jordan se prestó a las cámaras para dar su versión de los hechos... y vender su marca
“The Last Dance” deja a la audiencia decidir si este Jordan es un Dios hastiado con justicia ante la humanidad fallida de sus compañeros, o si fue demasiado lejos en su persecución de la gloria: en uno de los momentos cumbre de la serie, Michael Jordan rompe en lágrimas mientras plantea que sus modos, al borde del abuso laboral, eran la forma de alcanzar la grandeza, de subir hasta cumbres nunca exploradas. El cierre del episodio 7 generó debates en todo el mundo que recordaban a nuestros debates futbolísticos: ¿sirve ganar a cualquier costo?
La misma pregunta que realizaba Maquiavelo tuvo quienes afirmaron un rotundo, solemne “no”, y quienes intentaron, sin caer en la villanía, relativizar la discusión, plantear que no se trataba de “ganar a toda costa”, sino de transformar la victoria en lo más importante, y en empujar al resto a su mejor forma para alcanzar el objetivo. A esta segunda corriente se alineó la estrella naciente de la NBA, Giannis Antetokounmpo, quien tuiteó: “Lo que me llevó del documental es que perseguir la grandeza es la misión de una vida”.
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