Cuando termina el partido me quedo un rato pensando, apoyado en el arco, y miro a mis amigos sentados a lo lejos, bromeando y riendo.

El viento del río me acaricia la cara mientras pienso. ¿Jugué bien, jugué mal? Después me digo que eso no importa y trato de convencerme de que hice lo que pude.

Lo mismo que el otoño, que llega y arrastra hojas como si fueran ilusiones que esperan que el viento las haga subir lenta, inexorablemente hacia lo alto, tan alto que ardan y se consuman, como arden y se consumen los sueños trémulos en nuestros corazones.


Texto Marco Andrés Quelas
Foto Leandro Pacheco

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