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Información General |ASEGURÓ LA UNIÓN DE TODOS LOS ESTADOS PROVINCIALES

A 140 años de la sanción de la ley nacional de Federalización de la ciudad de Buenos Aires

Determinó la finalización de una disputa que a veces fue el motivo de guerras civiles, para consolidar el armazón de la Argentina como Nación organizada

A 140 años de la sanción de la ley nacional de Federalización de la ciudad de Buenos Aires

En el Obelisco, símbolo de la Capital Federal, la referencia a la ley / Barcex, Wikipedia

FERNANDO ENRIQUE BARBA

20 de Septiembre de 2020 | 02:08
Edición impresa

Especial para EL DIA

La ley de Federalización de la ciudad de Buenos Aires, sancionada el 21 de septiembre 1880, determinó la finalización de un problema que a veces fue el motivo de las guerras civiles y sin dudas sirvió de base para consolidar el armazón de la Argentina como Nación organizada y aseguró a su vez, la unión de todos sus estados provinciales e intereses. Desde dicho momento no ha existido peligro de una disgregación territorial como se corrió en algún momento post revolucionario.

Brevemente se ha de reseñar el proceso histórico que llevó a convertir a la capital de la provincia de Buenos Aires en capital de la República.

Desde la llegada de Nicolás Avellaneda en 1874 a la presidencia de la Nación, se puede afirmar que las oligarquías del interior pasaron a comandar la política nacional, aunque la posición y peso de Buenos Aires dentro de la misma siguió siendo de suma importancia a su vez que el prestigio de sus figuras se mantuvo intacto, de forma tal que éstas -caso Adolfo Alsina- podían tener fundadas esperanzas de convertirse en candidatos presidenciales en las elecciones de 1880.

En 1877 se produjo un hecho político de gran importancia por sus consecuencias ulteriores. Los primeros años de la presidencia de Avellaneda fueron, especialmente en Buenos Aires, de una gran tensión política. El mitrismo (nacionalismo), derrotado en su intento revolucionario de 1874, continuaba siendo fuerte y se mantenía en una abstención política rayana a la revolución. Para concluir con esta situación, los políticos comenzaron a buscar un acercamiento entre el autonomismo que apoyaba al Presidente y el nacionalismo. El 4 de mayo de aquel año se realizó una entrevista entre Avellaneda y Mitre, iniciándose el proceso de la Conciliación. Esto provocó una ruptura dentro del autonomismo, ya que el sector moderado aceptó esa política pero el elemento joven, liderado por el ex presidente y estadista Domingo F. Sarmiento, se opuso y formó un nuevo partido.

El propio Sarmiento, refiriéndose a la conciliación, había expresado: “Las ideas no se concilian; las conciliaciones alrededor del poder público no tienen más resultado que suprimir la voluntad del pueblo para sustituirla por la voluntad de los que mandan”. Los hechos se encargaron de abonar la sentencia del estadista y pensador.

La vida de la Conciliación, como no podía ser de otra forma, fue efímera. La muerte de Adolfo Alsina, en diciembre de 1877, influyó decididamente en el proceso político que abarcó los años de 1878 a 1880. Los políticos de jerarquía provincial y nacional, que no habían soñado en la posibilidad de llegar a la presidencia de la Nación, al menos en el período 1880-1886, ya que se consideraba a Alsina como candidato indiscutido, salieron a la palestra. Los dos más destacados y aparentemente en igualdad de condiciones eran el general Julio A. Roca, Ministro de Guerra desde enero de 1878, y el doctor Carlos Tejedor, electo, Conciliación mediante, gobernador de la provincia de Buenos Aires y convertido por el momento en jefe del Partido Autonomista. El mismo inició en abril de 1878 su reorganización y la formación de un partido de carácter nacional sobre la base de una alianza con los partidos provinciales que habían apoyado a Avellaneda, con el nombre de Partido Nacional.

PARTIDO AUTONOMISTA NACIONAL

Surgió así el Partido Autonomista Nacional, que sucedió y nacionalizó a la agrupación fundada por Alsina, siendo la mayor parte de sus componentes adversarios de la conciliación con el mitrismo. A su vez, los autonomistas creían haber comprendido que la única forma de terminar con la antinomia Buenos Aires-interior consistía, ante todo, en consolidar la nación, y la forma de lograrlo era dando un cierto número de miras comunes a todos los partidos federalistas del interior, evitando, a su vez, que éstos actuaran en defensa de su autonomía como fuerzas disolventes. Sin embargo, el tiempo mostró que éste intento, bajo la cobertura de sanas intenciones, sólo sirvió para acentuar aún más el predominio de Buenos Aires sobre el resto del país.

Al poco tiempo de organizado en nuevo partido, se produjo una seria disidencia. El general Martín de Gainza, descontento de la orientación dada en el sentido de apoyar a Roca para presidente de la República, procedió a reorganizar el sector acuerdista del autonomismo, a fin de hacer nuevamente efectiva la conciliación y sostener a Tejedor como futuro presidente.

Se produjo entonces una especial reorganización de las fuerzas políticas. Los autonomistas, surgidos en 1862 para oponerse a los planes de Mitre, dirigidos hacia la federalización de Buenos Aires, se unieron al partido que sostenía para la presidencia al hombre que quería convertir aquella ciudad en capital de la República. El mitrismo, a su vez, marchó junto a Tejedor, quién permanecía encerrado en su feroz porteñismo e incluso estaba dispuesto a llegar a las armas para evitar que la ciudad de Buenos Aires pasara a manos de la Nación.

La conducta de Mitre se explica porque en 1862, siendo gobernador de Buenos Aires y dominando la escena política nacional, pretendió capitalizar Buenos Aires para consolidar su poder y el de su partido en el interior. En cambio, a fines de la década del setenta, con el Partido Autonomista Nacional apoyando a Roca, hacer de Buenos Aires capital de la República implicaba entregar a su adversario político todos los resortes del poder.

Los autonomistas, a su turno, ya sea por convencimiento sobre la necesidad de consolidar definitivamente al Poder Ejecutivo, dotándolo de un asiento propio, o por conveniencias políticas personales y partidarias, al temer ser desplazados por las nuevas fuerzas y nuevos personajes, giraron diametralmente en su posición respecto a la capital.

Convirtió a la capital de la Provincia de Buenos Aires en la capital de la República

 

Delineadas las dos candidaturas, la contienda adquirió singular violencia, y mientras los partidarios de Roca procuraban asegurar y extender su dominio en las provincias, Tejedor transformaba Buenos Aires en un verdadero campamento. En febrero de 1880 se realizaron las elecciones nacionales para renovar la Cámara de Diputados de la Nación. Como se sabía de antemano, las provincias fueron de los autonomistas nacionales, mientras que en Buenos Aires triunfaron los conciliados de Mitre y Tejedor. El 11 de abril se efectuaron las elecciones nacionales de electores de presidente, siendo el resultado el mismo que dos meses antes. Tejedor triunfó solamente en su provincia y en Corrientes, de donde era su compañero de fórmula Saturnino Laspiur.

A principios del mes de junio la situación hizo crisis. En el Riachuelo atracó una nave transportando armamento para el gobierno de la provincia. Por ello, el día 3, el presidente a través de una proclama, denunció el estado de insurrección de la provincia, y considerando peligrosa la estadía en la ciudad, se trasladó al pueblo de Belgrano -hoy barrio de Belgrano- declarándolo residencia de las autoridades nacionales. Los diputados porteños se negaron a trasladarse y fueron declarados cesantes el día 24, ya en plena revolución.

Así la situación, y sitiada la ciudad por el ejército nacional, comenzaron las hostilidades chocando diariamente las fuerzas en pugna y produciéndose numerosas bajas en ambas partes. El 20 de junio se luchó en Puente Alsina y el 22 en la Meseta de los Corrales. Luego de estas acciones, se convino un armisticio entre ambas partes, llegándose después a un arreglo definitivo sobre la base de la renuncia del gobernador, respeto a la autoridad del presidente y desarme de las fuerzas provinciales.

El vicegobernador, José María Moreno, asumió el mando. La situación alarmó a Roca, puesto que al quedar la legislatura conciliada que había apoyado a Tejedor a ultranza y un gobernador mitrista, no podía esperar que la provincia cediera a la Nación su ciudad capital.

Se debe señalar que el 6 de julio de 1880, el Senador, Manuel Dídimo Pizarro presentó al Congreso Nacional un proyecto de Ley por el cual se declaraba Capital de la República al municipio de la ciudad de Buenos Aires. Por ese entonces, Avellaneda no quería intervenir la provincia y poner autoridades afectas al gobierno nacional, ello se debía al pacto establecido con el ahora gobernador Moreno pero dicha situación llevaba aparejada la permanencia de la legislatura provincial que había apoyado a ultranza a Tejedor en su camino revolucionario.

Por presiones de Roca sobre Avellaneda, éste cedió y el general Bustillo, interventor militar de la campaña bonaerense, llamó a elecciones de diputados para renovar el legislativo provincial. Este avance del poder federal, apañado claramente por el presidente, hizo que Moreno renunciara, quedando desde ese momento Buenos Aires en manos del gobierno nacional.

PROCESO HACIA LA FEDERALIZACIÓN

El presidente de la Nación había anunciado el 24 de julio que este proceso habría de terminar con la federalización de Buenos Aires, resolviéndose definitivamente el problema de la capital de la República. Siguiendo a Salvadores, podemos afirmar que los acontecimientos que se desarrollaron hasta que se dictó la ley de Federalización de la ciudad de Buenos Aires, asignaron al doctor Dardo Rocha, senador nacional por Buenos Aires, un papel descollante en la dirección de la política nacional y en la solución del problema de la capital. Al producirse la renuncia de Tejedor, se reunieron en Belgrano los doctores Rocha, Pellegrini y Aristóbulo del Valle y convinieron que el primero de ellos sería el gobernador de Buenos Aires. Rocha a partir de ese momento se convierte en el conductor de la política que concluirá con la fundación de La Plata. Fue él quien presentó la minuta al Congreso declarando disuelta la legislatura porteña hostil y convocando a nuevas elecciones. A ellas sólo se presentó el partido autonomista, presentando listas separadas el sector liderado por Leandro Alem, quién fue el encargado de defender la posición del porteñismo.

El 24 de agosto, Avellaneda envió al Congreso el proyecto de federalización del municipio de Buenos Aires. Rocha fue miembro informante de la Comisión de Negocios Constitucionales y por supuesto, habló en favor de la idea presidencial. El 21 de septiembre fue sancionado y remitido a la Legislatura provincial para su ulterior aprobación. La ley sancionada establecía que la Nación tomaba a cambio del Municipio, la deuda externa de la provincia y pagaría a esta, una indemnización por los edificios y obras públicas de la ciudad que le hubiesen pertenecido. La ley de cesión fue sancionada en la legislatura provincial el 26 de noviembre y promulgada el 6 de diciembre, con lo cual se cerraba este largo capítulo de la historia argentina. Tuvo como opositores solamente a cuatro diputados, siendo la figura relevante de ellos el doctor Leandro N. Alem, y entre sus más destacados adversarios nada menos que José Hernández.

Brevemente haremos un resumen de lo expresado por Alem y las principales ideas vertidas por Hernández. Éste sostenía que Buenos Aires debía ser la capital de la Nación, ya que existía un mandato histórico que avalaba su afirmación. Todas sus expresiones giraron en torno a una idea central, que no podía haber Estado nacional sin una capital fuerte. La posibilidad de una ciudad capital que no fuera Buenos Aires no era factible, porque ningún poder nacional podrá imponerle su autoridad a la provincia de Buenos Aires.

No ha existido desde entonces peligro de una disgregación territorial

 

Sin embargo, trece años antes, durante la presidencia de Mitre, el por entonces periodista federal había sostenido, en las páginas del diario La Capital de Rosario la necesidad de sacar la capital de Buenos Aires y trasladarla al interior, especialmente a la ciudad de Rosario. Al respecto decía que “El poder de Buenos Aires, que ha de ser siempre una amenaza para los pueblos mientras aquella provincia se mantenga como hasta aquí dominada por un círculo exclusivista y anárquico, ese poder se encontraría contenido por la proximidad del Gobierno Nacional, establecido en un punto fuera del alcance de su influencia; se hallaría observado de cerca y forzosamente estrechado dentro de los límites territoriales de su provincia.

LAS IDEAS DE ALEM

Enunciaremos con alguna largueza las ideas centrales de la exposición de Alem ya que a pesar de haber pasado 140 años de las mismas, aún tienen vigencia. Alem comenzó recordando que el promotor de la ley de Federalización era el Congreso a instancias del Ejecutivo Nacional y que una de las Cámaras, la de Diputados, actuaba con la mitad de los miembros pues le faltaban nada menos que los de Buenos Aires. La ley luego fue presentada a una Legislatura que se constituyó estando la provincia bajo intervención federal y que el Partido Autonomista se vio obligado a votar una lista preparada por el Comité Ejecutivo. Pero su mayor oposición a la entrega de la ciudad era por temor a que un Ejecutivo Nacional, con el respaldo de Buenos Aires como capital de la República, se convirtiese en despótico. Al respecto decía: “Dominando previamente en esta capital, por medio de sus agentes y sus allegados, ¿quién podrá contenerlo después?. Es una tendencia natural del poder extender sus atribuciones, a dilatar su esfera de acción y a engrandecerse en todo sentido; y si ya observamos ahora como se arrojan sombras, de continuo, sobre la autonomía de algunas provincias, influyendo sensiblemente la autoridad nacional en actos de la política y el régimen interno de aquellas, ¿que no sucederá cuando se crea y se sienta de tal manera poderosa y sin control alguno en sus procedimientos?

Creo firmemente, señor que la suerte de la República Argentina Federal, quedará librada a la voluntad y las pasiones del jefe del Ejecutivo Nacional”.

Continuaba luego recordando: “Combatimos la ley que proponía el general Mitre por el temor de una dictadura; combatimos general Urquiza y rechazamos la Constitución del 53 por análogos motivos. La federalización de Buenos Aires podía ser en manos de aquellos señores un instrumento de opresión, y era siempre un peligro y una amenaza para nuestras instituciones liberales. Y ¿por qué no ha de serlo en poder del general Roca?

No pretendo atacar a la persona, ni he de avanzar un juicio respecto a las condiciones de su carácter. No soy su amigo ni su enemigo; y no tengo motivos para conocerle bien. Pero señalo el hecho por su analogía y pertinencia. Tampoco creo que el general Roca esté formado de alguna pasta especial que haga inadmisibles mis observaciones”.

... “No digo señor presidente, ni puedo decirlo, que inmediatamente tendremos una dictadura. No digo tampoco que el general Roca pretenda establecerla y dueño de poderosos elementos que por esta evolución se le dan, sienta agitarse su espíritu al impulso de pasiones condenables, y se lance en un sendero extraviado. Pero es evidente que se labra la base y se echan los cimientos, para que en cualquier momento un gobernante mal intencionado, pueda avasallar el orden institucional que tenemos, dominando por su sola voluntad sin que halle obstáculo serio en su camino.

¿Rosas habría podido ejercer su dictadura sobre la República si no hubiera sido el gobernador de Buenos Aires, teniendo bajo su acción inmediata y a su disposición todos los elementos de esta importante provincia?

¡Es claro que no, como no pudo ejercerla el general Urquiza desde Paraná; como no podría podido establecerla el general Mitre, si esa hubiese sido su intención! ¡Seamos francos alguna vez!.

Cuando el mismo general Sarmiento, hombre público respetado por todos y admirado por muchos, subió en estos últimos tiempos al Ministerio y quiso dominar los sucesos que empezaban a desarrollarse, alarmando a todos por el giro que tomaban, los mismos que hoy sostienen esta evolución para hacer un “gobierno fuerte”, pusieron la voz en el cielo contra las doctrinas autoritarias de aquel señor “que se lanzaba sobre los derechos y las autonomías provinciales”. “Liberales y demócratas, mientras estamos abajo, unitarios y aristócratas cuando nos exaltamos al poder”.

Sostenía que la provincia de Buenos Aires, manteniendo la integridad territorial, se convertía necesariamente en el control del Poder Ejecutivo. Al respecto afirmaba: “Dadas las condiciones en que se encuentra todavía la República Argentina, el único centro donde la opinión pueda manifestar esa fuerza moral, ejerciendo un benéfico control, es esta tan populosa e ilustrada ciudad, la misma que se entrega a la acción inmediata de ese “poder”, que así podrá avasallarla paulatina o rápidamente, sin gran esfuerzo, por cierto.

¿Que nos queda después de consumada esta evolución incomprensible? ¿De que modo se podrá defender el pueblo, sin lanzarse en las vías violentas, contra las irregularidades y los extravíos de un “poder” que tan fuerte se hace, poniendo en sus manos los elementos que debieran servir para bien encaminarlo?

Y recordando siempre los móviles y propósitos de esta ley, que viene para quebrar esta influencia considerada nociva, que tiene la provincia de Buenos Aires y especialmente su gran ciudad, desde el momento en que ésta se convierta en territorio nacional, habrá desaparecido también la única palabra influyente, la única opinión que puede manifestarse con conciencia ilustrada en los problemas políticos de nuestro país”.

Sin embargo, y a pesar de los importantes argumentos dados por Alem, la suerte estaba echada desde antes que se comenzara la discusión. Sabedor de esto, el caudillo terminó su extensa exposición afirmando: “Es inútil que fatigue por más tiempo la atención de los que me oyen. Se conoce de antemano el resultado que dará la votación. Los señores diputados sostenedores del proyecto han sido francos en esto; nos han señalado desde luego, como una minoría insignificante, a los que le combatimos. Pues yo les voy a decir al terminar y con la misma franqueza, que no he pretendido convencer a ninguno de ellos. Yo he hablado para todos menos para la Cámara, y no he hablado siquiera para este momento sino para el futuro”.

Y el futuro habría de darle la razón.

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