“Supongamos que NY es una ciudad”: gruñona como tuitera del siglo XX

La serie de Scorsese sobre Fran Lebowitz divierte pero acumula una serie de opiniones desinformadas sobre el mundo

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Por GERMÁN JAIME

El mundo (o ese microuniverso que tanto confundimos con el universo real: las redes sociales) se despertó hace algunas semanas fanatizado con “Supongamos que Nueva york es una ciudad”, serie documental de la plataforma de la N roja que encabeza Martin Scorsese y que rinde culto a Fran Lebowitz, la mordaz polemista neoyorkina. Entonces, le di play.

Podría, tras completar la experiencia, vertir opiniones contundentes, enarbolar certezas y condenas morales. Señalar las opiniones conservadoras de Lebowitz, snob sin cura, disfrazadas de corderos cómicos; señalar la colección de opiniones de verdulería y taxi que termina ofreciendo la serie, sentido común, el peor de los sentidos, con una capa de pintura de intelectualidad elevada y palabras altisonantes. Porque, vamos, ¿desde cuándo consideramos a una apocalíptica que no concibe el arte fuera de los libros, fuera de la “alta cultura”, una persona que se vanagloria de no usar celular, un ícono de la rebeldía?

Pero en cambio, en lugar de volcar con potencia machirula estas opiniones, seré mesurado en mi apreciación de la serie: estos elementos están, esa odio a la estupidez humana como supuesta gran revelación que nos trae una mente elevada es el eje de la serie (es el objetivo de Scorsese, de hecho: construir un púlpito audiovisual para que Lebowitz entre de lleno en el siglo XXI), pero también, hay que admitirlo, Fran es divertidísima. Su ametralladora de opiniones es casi adictiva, y ni hablar de sus ocurrentes salidas.

Lo que creo es que, si bien la serie entretiene y hasta invita al debate con algunas opiniones particularmente polémicas, hay en esa figura del opinador, del polemista gruñón y misántropo, algo finalmente leve. Fran se divierte y divierte a sus compañeros de copas, también a nosotros, pero no deja más que un tendal de opiniones muchas veces desinformadas, muchas veces conservadoras, que terminan sumando al mundanal ruido de los tuiteros ocurrentes que tanto desprecia.

 

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