La escuela pública reclama para 2021 la presencia de los alumnos en las aulas

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La educación argentina, que venía con muy bajos niveles de rendimiento antes de la pandemia iniciada en marzo pasado, enfrentará en este ciclo lectivo 2021 muchos desafíos y, el mayor de ellos habrá de ser, seguramente, el de recuperar la gravitación de las escuelas públicas, como centros de formación y capacitación presenciales de millones de alumnos.

Un informe publicado ayer en este diario no dejó dudas acerca de la perentoriedad de la vuelta a las aulas de los alumnos, para que retomen el contacto directo con sus docentes y con los programas de estudios, a los que no pudieron acceder sino en forma parcial y a través de los medios digitales en 2020, insuficientes para abarcar a toda la masa estudiantil que oscila en los 11 millones de chicos y adolescentes en todo el país.

Por lo pronto y, acaso, como dato prioritario, vale señalar que en momentos en que un rebrote del COVID-19 parece volver a castigar a la humanidad, las recomendaciones de las Naciones unidas para la Infancia (Unicef) y una copiosa suma de estudios científicos prueba que las escuelas no son grandes focos de contagio. Ello, desde luego, acompañado por las advertencias de esas mismas fuentes, en el sentido de que una prolongación de los cierres de las escuelas podría dejar como secuela una “generación perdida” de niños. Sería ciertamente dramático que las escuelas de nuestro país volvieran a aparecer este año con sus puertas cerradas.

El panorama existente no puede sino preocupar, en una Argentina que, en forma insólita, se vino familiarizando con la suspensión de clases, ya sea por problemas edilicios, ya por las huelgas gremiales que impidieron en las últimas dos décadas el cumplimiento de los calendarios escolares, ya sea como ocurrió el año pasado por el conjuro de una pandemia que, al compás de decisiones políticas, alejó en 2020 por tiempo indefinido a los estudiantes de las aulas.

El trabajo publicado reflejó que el 72 por ciento de los alumnos del último año escolar tiene los rendimientos más bajos en Matemáticas. La situación, que se agudiza año tras año, tiene mayor impacto en el nivel socioeconómico más bajo, donde el 64 por ciento de los alumnos saca las peores notas, contra el 24 por ciento de los que proceden de hogares más acomodados.

Entre 77 países, la Argentina se ubica 65º en Ciencias; 63º en Lectura y en el 71º en Matemáticas. También los resultados de la última prueba del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés), que en 2018 evaluó a adolescentes de 15 años, evidencian una situación crítica. Entre 77 países, la Argentina se ubica en el lugar 65 en Ciencias; en el 63 en Lectura y en el 71 en Matemáticas, por debajo de Chile, Uruguay, Costa Rica, Perú, Colombia y Brasil y muy rezagado con respecto a los alumnos chinos, que lideran el ranking.

Se ha intentado relativizar la importancia de estas pruebas. Pero hablar de que nuestra educación ha pasado a ser un modelo obsoleto y regresivo no es criticarla, sino reconocer que hay falencias que deben ser disipadas cuanto antes. Y que cuenta, dentro del propio sistema, con recursos humanos capacitados para impulsar cambios.

El de 2020 fue un año exigente, duro, agotador para los planteles docentes, para los chicos y sus familias. Ahora, con las precauciones que deban tomarse en cada caso, no queda yo otro camino que no sea el de recuperar el contacto directo de los alumnos con las escuelas, con sus docentes y sus programas de estudio.

La escuela pública argentina forjó su grandeza al ofrecer igualdad de oportunidades a toda la población de chicos y jóvenes. Es de esperar que la reapertura de las escuelas en marzo, con los resguardos sanitarios que se dispongan, vuelva a colocar al sistema educativo de la Argentina a la altura de sus muy ricos antecedentes.

 

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