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Afecta al 1% de la población mundial. Detectarla y tratarla a tiempo resulta clave para poder superarla, explican especialistas
Si algún miembro de la familia, aunque lejano, sufría dificultades al hablar, es probable que alguno de sus descendientes directos también las sufra. Así lo advirtieron al conmemorarse ayer el Día Mundial de la Tartamudez distintos especialistas en el tema, que instaron a prestar atención a los antecedentes familiares y buscar un diagnóstico temprano para evitarle a los chicos un trastorno que puede producir enorme daño emocional.
Frente a esta alteración en la fluidez del habla que se calcula que afecta a 1 por ciento de la población mundial, el mayor desafío que enfrentan los padres es reconocerla lo antes posible. Sucede que casi todos los niños titubean y se traban cuando comienzan a pronunciar sus primeras frases. Pero mientras que algunos superan esas dificultades al crecer, otros requieren ayuda profesional para que su problema no derive en dolorosas consecuencias.
Ocurre que cuando no es tratada la tartamudez se convierte a menudo en un drama íntimo que deja su huella en casi todos los aspectos de la vida. Por temor a volverse blanco de burlas, quienes la padecen se aíslan, tienen dificultades para insertarse en la escuela, limitan al máximo sus relaciones sociales y, en algunos casos, hasta llegan a la adultez sin haber tenido jamás una pareja.
Pero lo cierto es que todo ese sufrimiento puede evitarse con ayuda profesional. Y cuanto antes se recurre a ella, mayores son los resultados. “Demorar un tratamiento después de los seis años de edad equivale a perder las mejores chances de recuperación”, advierten desde la Asociación Argentina de Tartamudez.
Por eso, contra la vieja recomendación de esperar que solían recibir los padres de chicos con dificultades en el habla, hoy la lucha contra la tartamudez pasa principalmente por detectarla apenas asoma: entre los dos y cinco años de edad.
El hecho de que no todas las dificultades en el habla respondan a la idea que se tiene habitualmente de la tartamudez constituye un primer obstáculo para que los padres puedan reconocerlas sin ayuda. Algunos chicos repiten sonidos; otros cortan las palabras, no las encuentran o llegan tarde a ellas.
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Además, la tartamudez “se caracteriza por su carácter cíclico -explican-. Esto desorienta a los papás, que no entienden por qué se manifiesta en una ocasión y en otra no, pero fundamentalmente no saben qué hacer para ayudar a sus hijos”.
Si la forma de trabarse es propia de cada uno, la tartamudez es siempre progresiva. “La incomodidad en el habla va en aumento; el niño que no puede pasar de un sonido a otro comienza a aplicar fuerza en su intento de expresarse. Esta tensión no sólo se observa en la palabra, sino que también se la ve expresada en gestos o movimientos en el rostro, las manos y las piernas. Así la comunicación se va alejando cada vez más de ser una experiencia placentera”, mencionan.
Si bien la tartamudez parte de una predisposición genética, en ella interviene también el entorno en que crecen los chicos. De ahí que los especialistas instruyen hoy a los padres para hablarles más despacio, no apresurarse en corregirlos y dedicarles “más atención a lo que dicen que a cómo lo dicen”.
“En la tarea de lograr fluidez o mayor comodidad al hablar debemos participar todos -señalan-. Si una persona hace importantes esfuerzos por lograr algún control de su habla, a todos nos compete ser buenos escuchas”.
“La tartamudez no tiene que acallar a las personas”, dice Fernando Medina Walker, quien desde los 5 años tiene un trastorno del ritmo para hablar, al contar su experiencia de superación y su dedicación a brindar charlas a padres y madres para ayudarlos a que sus hijos no atraviesen lo que él vivió 30 años atrás.
Desde Demóstenes (famoso orador griego tartamudo que se ejercitaba colocando piedras dentro de su boca y hablando frente al mar) hasta nuestros días, las historias de superación de la tartamudez abundan y estimulan, lo que llevó a Medina, casado y papá de 3 hijos, a querer contar su experiencia.
“Soy tartamudo desde los 5 años y durante mucho tiempo mantuve un tratamiento sin obtener una mejora. Por eso siento una necesidad grande de ayudar a los niños y niñas de esta época para que no pasen lo que yo pasé ”, explica.
Como señala Medina, “no es lo mismo hacer un tratamiento con una fonoaudióloga especializada en esta problemática que con una que no lo es. Hoy la atención es distinta; un chico después de 3 meses de un buen tratamiento cambia y también la familia cambia y deja atrás esa angustia grande que tenía con este tema”.
“Nunca dejes que la tartamudez avance sobre uno”, dice Medina al compartir una premisa que lo llevó a superar situaciones de discriminación como cuando estudió en una universidad privada en la que le pidieron un certificado médico para poder dar un examen, o cuando buscó trabajo y fue rechazado sólo por su dificultad en el habla.
“Es duro -reconoce-. Si dejás que la tartamudez te gane, te encerrás y te metés en una burbuja de la que es muy difícil salir”.
“Si hoy hablo así como hablo, es porque le gané -agrega- Soy tartamudo y a veces me trabo, pero cuando estoy tartamudo, no me callo. La tartamudez no tiene que acallar a las personas. Las personas están por encima de la tartamudez y la sociedad tiene que saber que al tartamudo se lo escucha igual que a uno que no lo es”.
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Con un tratamiento temprano la tartamudez se puede superar / web
“Es duro. Si dejás que la tartamudez te gane, te encerrás y te metés en una burbuja de la que es muy difícil salir. Si hoy hablo así como hablo, es porque le gané. Soy tartamudo y a veces me trabo, pero cuando estoy tartamudo, no me callo” Fernando Medina Walker
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