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La política exterior del Gobierno: ¿sigue el zigzag o se fija un rumbo?

Expertos en relaciones internacionales coinciden en que en Argentina los cuerpos diplomáticos han ido perdiendo injerencia en las decisiones, en favor de una mayor ideologización

La política exterior del Gobierno: ¿sigue el zigzag o se fija un rumbo?

El embajador Rafael Bielsa / Web

Mariano Pérez de Eulate

Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com

4 de Diciembre de 2021 | 02:01
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Con vaivenes, en el mundo académico suele asegurarse que hay que mirar la política exterior como un conjunto de decisiones -y sus consecuentes actuaciones- mediante las que un Estado define objetivos, direcciones, se supone que en función de sus intereses, para generar, profundizar modificar o eventualmente suspender sus relaciones con otros actores de la sociedad internacional.

También existe una línea de pensamiento que dice que la política exterior no puede disociarse de la política interior del Estado, que ambas se “interfieren mutuamente”. Acaso eso pase con carácter paradigmático en Argentina que, al cabo de dos años de gobierno, en ésta área crucial exhibe un desempeño más bien zigzagueante, errático, de idas y vueltas.

En el mundo diplomático vernáculo, el profesional, el de carrera, esto se analiza con cierto estupor. No es una cuestión de afiliaciones políticas: la Cancillería está llena de cuadros que vienen tanto del peronismo como del radicalismo, hoy un poco relegados.

Expertos en relaciones internacionales coinciden en que en Argentina -y también en la región- los cuerpos diplomáticos han ido perdiendo su injerencia en las decisiones, en favor de una mayor ideologización de las mismas. Pensada, sobre todo, en función de la reacción de la opinión pública interna.

EL CASO DE BIELSA

Acciones espasmódicas de los embajadores políticos designador durante la gestión de Fernández reflejarían esta situación. El más reciente: cuando el representante argentino en Chile, Rafael Bielsa, aseguró en un reportaje que el candidato de derecha que disputará el ballotage en aquel país, José Kast, es “antiargentino”, xenófobo, y demás definiciones.

Más allá de que sean verdad o no esos conceptos, Bielsa pareció confundir una charla de café con sus responsabilidades institucionales como delegado del gobierno en Santiago. E hizo añicos ese principio algo oxidado, que usa la propia Cancillería para evitar condenar en foros internacionales las violaciones a los derechos humanos en países cuasi dicatatoriales como Nicaragua o Venezuela, que dice que Argentina no se mete ni opina en cuestiones internas de otras naciones. Vaya que Bielsa lo hizo.

Sorprende, en todo caso, por el personaje del que se trata. Bielsa es un hombre muy formado, que manejó la diplomacia argentina como canciller de Néstor Kirchner. Sabe que cuando un embajador habla públicamente no lo hace a título personal -como infantilmente salió a explicar la Cancillería para apagar el incendio con los vecinos trasandinos- sino representando a su gobierno.

EL CASO DE BASTEIRO

También la semana pasada, el embajador en Bolivia, Ariel Basteiro, participó de una caravana/acto político organizada por el ex presidente de ese país, Evo Morales, y el partido oficialista MAS para respaldar al actual mandatario, Luis Arce, luego de masivas protestas opositoras que incluyeron un gran paro general.

“La política exterior es un área donde se ven las diferencias entre las coaliciones de gobierno”

 

“Es un compromiso de honor estar aquí, apoyando esta marcha por la patria, por la defensa de los valores que llevaron a Evo Morales en 2005 al gobierno y todo el proceso de cambio que se vive en Bolivia incluso hoy también con Lucho”, dijo Basteiro, gorrita con vicera, campera, quien viene del sindicalismo (Personal Aeronáutico) y fue uno de los fundadores de la CTA.

¿No es eso meterse en los asuntos internos de un país? ¿No se dio cuenta que era el único representante de otro gobierno que estaba allí presente? ¿No tuvo el guiño de Fernández, teniendo en cuenta que de todos los estados que comparten frontera con Argentina el único que mantiene relaciones sólidas con el nuestro es el boliviano?

En el mundo político local se insiste en afirmar que mucha de la empatía que muestra el Presidente con ciertos gobiernos -Venezuela, Nicaragua- se debe al influjo de Cristina Kirchner y la parte más radicalizada de la alianza gobernante, que además preferiría un vuelco definitivo hacia Rusa y China.

Otra pata, encarnada por Sergio Massa o el jefe de gabinete Juan Manzur, parece más proclive a mostrarse cercana a Estados Unidos, incluso llevando un discurso supuestamente tranquilizador allí para contrarrestar las miradas de desconfianza hacia los dos Fernández. Esa, en definitiva, es otra foto de esa oscilación citada anteriormente.

Todo lo contrario de lo que pasaba con Mauricio Macri en política exterior: llevarse bien con el Brasil, fortalecer mucho la relación con Estados Unidos, la comunidad europea y los centros financieros que, como pasó con el cuestionado préstamo del FMI, pudieran eventualmente darle una mano. También Kirchner trazó lineas claras: mirar a China sin casarse para no depender de Washington e inflar con épica, en ese camino, el eje latinoamericano “progresista” guiado por él mismo, Lula Da Silva y Hugo Chávez. Podían, las políticas de Macri y Kirchner, gustar o no. Pero tenían un rumbo.

Traspiés

Los traspiés de la Cancillería en los dos años de pandemia tuvieron varios hitos. El de Venezuela hizo ruido. En la Organización de Estados Americanos (OEA) Argentina rechazó el informe de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet, sobre las violaciones que, en esa materia, ocurren en el país caribeño. El embajador político es Carlos Raimundi, cercano a Cristina. Cancillería, entonces en mano de Felipe Solá, lo desautorizó. Pero no lo despidió.

Al poco tiempo, en Ginebra, en Naciones Unidas, el embajador allí, Federico Villegas, votó a favor de una declaración donde se condenó y alertó sobre lo que pasa en Venezuela, basada en el mismo informe que antes el gobierno argentino había cuestionado.

Públicamente, esta votación le generó a Fernández durísimos cuestionamientos del ala más dura del kirchnerismo.

NICARAGUA

La crisis de Nicaragua reviste características similares. Daniel Ortega encarceló allí a todos sus rivales opositores que pretendieron desafiarlo. Solá llegó a prometer en EEUU que mediaría en el tema. Pero a la semana Argentina se abstuvo en la OEA de condenar a Ortega por la maniobra (otra vez Raimundi).

Giro mediante, ya el mes pasado y una vez concretadas las elecciones polémicas, optó por votar junto a los países que sacaron un pronunciamiento diciendo que los comicios no fueron ni libres ni transparentes. Felipe fue reemplazado indignamente por Santiago Cafiero, amiguísimo de Fernández, luego de la carta fulminante de Cristina tras las PASO. Massa, en tanto, siempre aseguró que ni en Nicaragua ni en ningún país “podemos tolerar presos políticos”.

Alguien dijo alguna vez: “La política exterior es una de las áreas donde más se ven las diferencias entre las coaliciones de gobierno”.

Existió otra incongruencia en materia de política exterior casi olvidada debido a que la dinámica de hechos posteriores va devorando todo. En enero de 2020, Fernández visitó Israel y se reunió con el primer ministro Benjamín Netanyahu. Fue su primer viaje al exterior como presidente, algo que en el mundo diplomático suele ser muy importante porque fija ciertos vínculos estratégicos.

A los cuatro meses, la zona era un caldero por la escalada de violencia entre palestinos e israelíes. El gobierno, pues, sacó un comunicado hablando del “uso desproporcionado de la fuerza” por parte de Israel y luego votó en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU - algunas fuentes aseguran que por presión de loa sectores más duros de la coalición- para que se abra una investigación sobre posibles violaciones de derechos humanos en Israel y en territorios palestinos, también a instancias de Bachelet, sin condenar nunca al Grupo Hamas, que había iniciado las agresiones y que para buena parte del mundo occidental es considerado “terrorista”.

Dos años de mandato le restan a Fernández. Son 24 meses para echar claridad sobre la forma en que pretende relacionarse con el mundo de la post pandemia.

 

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