La cuarentena escolar debe ser de corto plazo

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La suspensión de las clases presenciales en la capital federal, el Gran Buenos Aires y el Gran La Plata fue resuelta por el Gobierno nacional fundamentando la medida en el crecimiento del número de contagiados por el virus que azota al mundo, a pesar de las estadísticas y opiniones de que los establecimientos educativos no han sido un foco importante en el aumento de afectados por la pandemia.

De esta manera, de acuerdo a los anuncios del Presidente, en nuestra región las clases presenciales continuarán hasta hoy, en tanto que el lunes próximo las escuelas deberán sostener la continuidad pedagógica mediante los esquemas de enseñanza remota que se pusieron en práctica durante el 2020.

“Todas estas medidas incluyen la suspensión de clases. A partir del día lunes y por dos semanas van a adquirir la modalidad virtual. Es decir, serán dadas de forma virtual. Los docentes, el personal no docente y los alumnos no deberán asistir a clases y recibirán durante esas dos semanas la educación a distancia”, explicó el mandatario en lo que fue el segundo anuncio de medidas en siete días para frenar al Covid.

La experiencia vivida en otros países en esta cuestión indica que el camino que se siguió fue el de las cuarentenas muy cortas, casi quirúrgicas, surgidas siempre de un detenido estudio sanitario, ciudad por ciudad y hasta escuela por escuela, de la evolución de la pandemia. Sólo allí donde se comprobó que existía algún foco de contagio importante, se resolvió la suspensión de actividades. Una interrupción no indefinida, sino ajustada, como se ha dicho, al cuadro particular que se presentaba en cada establecimiento educativo. Fue el criterio adoptado en general en los países europeos. Es decir que primó, principalmente, el criterio de garantizar el dictado de clases presenciales a todo el universo escolar.

La suspensión dispuesta resulta, si se quiere, sorpresiva, toda vez que no existían -vale la pena repetirlo- en nuestro país ni en la Provincia indicaciones médicas previas, demostrativas de que las clases presenciales generaban un crecimiento de los contagios. Por el contrario, los índices de contagiosidad entre alumnos y docentes, así como del personal auxiliar, resultaban ser ínfimos. Con posterioridad, algunas fuentes oficiales adujeron que la concurrencia de los padres a los frentes de los colegios originaba aglomeraciones que podrían causar derivaciones indeseadas.

Tal como lo han hecho saber distintos organismos y especialistas educativos, la modalidad digital ha servido y puede servir como mecanismo alternativo de emergencia, aunque las consecuencias negativas que tiene el cierre de las aulas –entre ellas, las desigualdades entre alumnos que tienen acceso a las redes y los otros que no disponen de ellas- desaconsejan que se prolongue en forma indefinida la ausencia física de los chicos a las escuelas.

Es de esperar, entonces, que se pongan el acento en las enormes pérdidas que significan para millones de chicos y para el presente y futuro del país, y en efecto que esta medida extienda su vigencia más allá de las dos semanas estipuladas por el decreto.

Para la formación de niños y jóvenes el año pasado se produjeron daños en su aprendizaje y su socialización, lo que significa un perjuicio para el país. El normal funcionamiento de los centros educativos resulta realmente esencial y debe ser un objetivo prioritario del Estado.

 

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