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El singular caso de Manuel Peyrou, rescatado ahora por la reciente edición de diez libros que integran su narrativa completa. Un autor olvidado al que se considera el “Chesterton argentino”. Su amistad con Borges
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
Considerado Manuel Peyrou (1902-1974) como uno de los escritores más injustamente olvidados de nuestra literatura, reconocido por grandes escritores, calificado como el “Chesterton argentino” por la calidad de sus narraciones policiales, sorprendió en estos días la aparición de una casi milagrosa colección de novelas y cuentos recién reeditados en diez tomos que integran su valioso legado.
Peyrou, dicen sus críticos, osciló entre el localismo y el universalismo, entre el realismo y el esteticismo. Con algo de observador entre irónico y solidario. Ahora esta sorpresiva reaparición induce a pensar que una posteridad justiciera quiere poner el foco sobre su obra.
Lo cierto es que la epopeya de la edición, impulsada contra viento y marea, en plena pandemia sanitaria y económica, fue comandada por el porteño Héctor Monacci, licenciado en letras, profesor de esta carrera en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA, además de formar parte del servicio exterior argentino.
Si fuera preciso ver con rapidez de qué se habla, pueden mostrarse cuatro o cinco líneas del inicio de una novela de Peyrou, en este caso la titulada “El estruendo de las rosas”. Con ese texto debiera alcanzar: “Una nube frágil como un velo, un sol que a duras penas atravesaba la nube, un viento helado que se quejaba (de vicio) entre los árboles y unos árboles de otoño, ni grises ni verdes, no eran elementos suficientes para hacer memorable aquella mañana”.
A fines de la década del 40, ese libro -“El estruendo de las rosas”- además de abrir la veta del género policial en la Argentina, lo consolidó durante algunos años como un reconocido autor de relatos de detectives, valorado también fuera de las fronteras, pero pronto llegarían la amnesia y el eclipse.
Quien estuvo a cargo de la edición, al ser consultado por el estilo de este autor, detalla que “si bien hay variaciones a lo largo de los años, Peyrou tiene un estilo cuidado y clásico, algo más llano que el de Borges, pero en una línea parecida. Está clara su voluntad de acercarse al realismo, de retratar personas, situaciones y lugares que apenas se alejen de lo verosímil, y parte del encanto de sus cuentos más cercanos al género fantástico proviene justamente de esa combinación de verosimilitud habitual en las circunstancias y sorpresa por lo excepcional del accidente en la trama”.
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Añade Monacci que “a eso hay que agregar el manejo del humor inteligente, que oscila entre la sátira descarada y el doble sentido apenas perceptible”.
Abogado que nunca ejerció la profesión, Peyrou se dedicó al periodismo y durante décadas se desempeñó en los diarios Crítica y La Prensa. En aquellas pretéritas redacciones habrá comprobado que la mejor prosa deberá ser cristalina, sin sobresaltos, compasiva con el lector, con el menor uso posible de mayúsculas. “Las mayúsculas son fascistas, a los dictadores les encantan las mayúsculas…” decían los viejos maestros. El estilo de Peyrou es llevadero y también profundo.
Borges, que habló mucho sobre el injusto olvido que pesa sobre Peyrou, admiró “La espada dormida”. Allí dijo que “toda improbable antología futura que no incluya La espada dormida o La playa mágica (ambos cuentos policiales de Peyrou) me parecerá, bien lo sé, un libro inexplicable y algo monstruoso”. Después, Borges y Peyrou se hicieron amigos íntimos.
Esa amistad quedó eternizada en el poema que Borges le dedicó: “Suyo fue el ejercicio generoso/ De la amistad genial. Era el hermano/ A quien podemos, en la hora adversa/ Confiarle todo o, sin decirle nada/ Dejarle adivinar/ lo que no quiere el orgullo…”, cuya extensión impide la transcripción completa.
De la excelencia de Peyrou dijo el hoy académico de letras Antonio Requeni, que fue además compañero de redacción en La Prensa: “El relato de detectives, especie literaria que cultivó durante su primera etapa de escritor, fue el género en el que llegó a producir sus mejores páginas”.
“Sin desmedro de su estilo personal –agregó Requeni- esos libros iniciales lo acercaban espiritualmente a Chesterton y a O’Henry, para quienes la complejidad y la destreza del razonamiento deductivo se amalgamaban con el ejercicio del ingenio y la ironía. Los cuentos policiales de Peyrou figuran en varias antologías argentinas y extranjeras. Entre las últimas, pueden citarse: Los más bellos cuentos del mundo, editada en Madrid por el Reader Digest, y la Antología de escritores argentinos, publicada en 1970, en Grecia, por Jorge Humuziadis. Asimismo, su novela El estruendo de las rosas fue traducida al inglés, editada por Herder and Herder, de los Estados Unidos, que también incluyó su cuento «Julieta y el mago» en una antología de cuentos hispanoamericanos”.
Como curador de la edición y conocedor de la obra de este autor dice Monacci que “Manuel Peyrou fue un gran escritor del círculo central de la literatura argentina del siglo XX, a quien debemos buena parte de la consolidación del género policial en nuestro país y en particular su aclimatación a través de los cuentos del ciclo de un personaje criollo que aparece en varios libros de cuentos policiales, don Pablo S. Laborde”.
“Peyrou fue, además de cuentista, un novelista policial y político, con ciertos rasgos del género «noir», que tanto en sus cuentos como en sus novelas puso detalladamente a la ciudad de Buenos Aires en primer plano como escenario. Fue también un acendrado periodista y fue, toda la vida, un bon vivant que apreciaba la buena ropa, la buena comida y bebida, la compañía de las mujeres y los amigos, las salidas por el Centro, y que logró sin esfuerzo ser un amigo íntimo de Borges, no solamente por el compartido amor por los grandes poetas franceses y la visión común sobre la literatura, sino también por su condición de confesor personal, admitida por Borges en ese inolvidable poema dedicado al amigo fallecido, publicado en el libro Historia de la Noche”, agregó.
“Peyrou fue, además de cuentista, un novelista policial y político, con rasgos del género ‘noir’”
¿Cuál es para usted lo distintivo de la obra de Peyrou? “Yo diría que entre dos o tres características distintivas, me parece la más notable esa combinación de localismo y realismo con la orientación estética y de pensamiento del grupo de Sur (si usamos ese nombre como alternativa al grupo Florida). En general, el discurso en favor del realismo, bajo la advocación particular de «realismo socialista», era en la Argentina de la primera mitad del siglo XX un componente central del grupo de Boedo; en el caso de Peyrou, el realismo formó parte central del programa estético de un miembro del otro grupo, vale decir del grupo que frecuentemente era acusado de esteticismo y de internacionalismo o desarraigo. Los crímenes son más cercanos a mí si ocurren acá cerca, las torturas duelen más si ocurrieron en esta comisaría de acá a la vuelta, el desgarro de una despedida de madrugada revive de modo notable si pasó ayer justamente en esta esquina de Buenos Aires, la fábrica clausurada de Villa Crespo sigue ahí con su portón y su candado”.
En un curioso artículo publicado el 16 de diciembre de 1985 en el madrileño diario El País, titulado “Evocación de Manuel Peyrou” (curioso porque adopta un término boxístico), escribió Borges este párrafo: “Manuel Peyrou profesó el arte, hoy casi perdido, de urdir curiosos argumentos y de narrarlos de un modo lúcido, con sentencias claras y eufónicas. Ahora, si no me engaño, se prefieren las frases truncas, la cacofonía y el abuso de las malas palabras que los condiscípulos nos revelan en la escuela primaria y que se aluden fácilmente después. La literatura actual se complace en las facilidades del caos y de la azarosa improvisación. En nuestros días se da el nombre de cuento a cualquier presentación de estados mentales o de impresiones físicas; se olvida, asimismo, que la palabra escrita procede de la palabra oral y busca análogos encantos. Acaso todo cuento debe escribirse para el último párrafo o acaso para la última línea; la exigencia puede parecer una exageración, pero es la exageración o simplificación de un hecho indudable. Si mal no recuerdo, Julio Cortázar dijo alguna vez que el cuento debe ganar por knockout. Un prefijado desenlace debe ordenar las vicisitudes de toda fábula. Peyrou, que cumplió con esta exigencia, ha legado a la memoria de los lectores muchos relatos ejemplares”.
En otras declaraciones formuladas a agencias periodísticas, Monacci dijo que la obra de Peyrou no sólo conserva plena vigencia y causa estremecimiento al lector, sino que no está mal calificarlo como el “Chesterton argentino”, porque se animó a la novela realista y escribió también cuentos no policiales que están a la altura de los mejores escritos en español. “Describió como nadie ciertos lugares de Buenos Aires por donde pasaba no solamente su escritura sino también, evidentemente, su vida”.
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Héctor Monacci es licenciado en letras y profesor de esta carrera en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA / web
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