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Séptimo Día |LA IMPORTANCIA DEL PICNIC EN LA EVOLUCIÓN DE LAS COSTUMBRES

El valor de la alegría frente al flagelo del coronavirus

Las rutinas perdidas y añoradas a partir de la pandemia. Las salidas para tomar café con amigos. Gradual retorno a una vida al aire libre y el extraño caso de un hotel en los Alpes suizos, sin paredes ni techos

El valor de la alegría frente al flagelo del coronavirus

Una camarera atiende los pedidos de los clientes en la terraza de un restaurante en el distrito turístico de La Petite-France en Estrasburgo / AFP

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

23 de Mayo de 2021 | 07:09
Edición impresa

“Más allá de las cifras de enfermos, fallecidos o parados, la pandemia implica también una crisis en la vida cotidiana, en nuestras formas de relacionarnos, comunicarnos, divertirnos, viajar, estudiar, dividirnos las tareas domésticas; en definitiva, en cómo estamos, pensamos, nos sentimos y actuamos en el día a día”, escribió el antropólogo Alberto del Campo en su libro “La vida cotidiana en tiempos de la Covid” (Ed. Catarata, 2021).

Lo que dice este hombre se vive en casi todo el planeta, con mayor o menor intensidad. Es como si el tren de la vida hubiera descarrilado. Y hay que buscar la forma de recuperar un sentido de la vida cuanto antes. No sólo la economía: el amor, el saludo, la amistad, todo se encuentra ahora como rezagado.

Esa cita de Del Campo se encuentra incluida en un artículo del diario madrileño El País y en ella el periodista Raúl Limón reseña que el antropólogo sevillano había dicho antes de la pandemia que “la vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado. Eso no puede ser. Esa vida no es humana”.

Sin embargo, las rutinas –sostiene el periodista- forman parte de la vida y ahora esa cotidianeidad se ha convertido en algo anhelado, en privilegio o en objeto de deseo. “Empleados que sueñan con volver a sus puestos, madres trabajadoras desbordadas por la desarticulación de sus redes de apoyo, jóvenes que cambian sus formas de gestionar las relaciones sexuales y afectivas o personas que desean levantarse sin temor cada mañana son solo ejemplos de las otras secuelas de la pandemia” afirma Limón.

Un ejemplo social, un modelo de lo perdido: salir a comer con amigos, otro objeto de deseo. Una sana búsqueda de alegría, si se tiene, claro, moneda para practicarla al menos una vez por mes. A comer y a beber como se debe o a compartir, cuanto menos, la casi sagrada ceremonia de un café. ¿Se puede? Sí, hasta ahora se puede, pero al aire libre. A cielo abierto. Hay que comer en pequeños grupos y sin techo arriba. Es otra novedad.

En la vereda del resto o del bar, repechando ahora la cuesta del próximo invierno en nuestro hemisferio inundado por la segunda ola. Serviciales, necesitados, los gastronómicos ofrecen el refugio de un techo de lona sobre la vereda, con acaso una calefacción exterior: la cabeza hierve, los pies tiritan. No importa, no hay otra posibilidad que aceptar el desafío que, a su manera, también nos impone un retorno al pasado, cuando los campesinos, los nobles y gente de toda condición comían en pleno campo.

En el caso de los campesinos, como paréntesis de sus tareas. Un especialista en esas escenas fue el pintor Pieter Brueghel (1525-1569), que en seis de sus cuadros pintó obras que muestran a gente de campo comiendo bajo un árbol, en un paréntesis de sus tareas. “Los segadores” es uno de esos cuadros memorables.

De Brueghel se dijo que más que un pintor fue un crudo entrevistador de su época, que en lugar de palabras usó pinturas y formas para retratar su tiempo y dejar, como lo hizo, piezas testimoniales. El amasijo grotesco de figuras humanas describió las maldades de la existencia, aunque también en Brueghel se advierte la dignidad de la condición humana tratando de alegrarse, de disfrutar, no importa si burdamente, contra toda perversidad.

Es claro que la costumbre de comer al aire libre viene desde mucho antes, desde la vera Antigüedad. Después de ir a buscar el sustento, el primitivo que vivía en las cavernas, se congregaba con la tribu junto a la entrada para asar la carne. Ese encuentro era el descanso inocente de aquellos hombres y mujeres, el paréntesis frente a los desafíos de la vida.

LOS PICNICS

Si existe en la historia de la humanidad alguna forma de comer al aire libre característica, esa es la del picnic. Su origen, claro, no es reciente. La primera vez que apareció nominado fue en 1694 y en idioma francés, bajo el nombre de “piquenique” (pique de «picotear» y nique de «pequeñez»). Toda comida informal, fuera de las paredes y techos de una casa quedó definida como picnic. Del francés pasó al inglés y allí se universalizó.

El término picnic incluyó en algunas partes la connotación de una comida a la que todos contribuían con algo, acercándose así a lo que en nuestro país denominamos “comida a la canasta”. La Academia Española de Letras la incluyó en el diccionario, acentuada en la primera “i” y le dio este significado: “Excursión que se hace para comer o merendar sentados en el campo”. Y Y esta segunda acepción: “Comida campestre”.

Ya se habló del picnic brueghelesco, de la gente humilde, pero entre uno o dos siglos después los ingleses plasmaron el picnic de los nobles, que salían a cazar ciervos o jabalíes y que descansaban y se alimentaban generosamente en alguno de los solemnes bosques de las islas.

Mientras tanto, el picnic se hizo democrático en Francia después de la Revolución Francesa, cuando la gente del común empezó a reunirse para comer en los parques que antes pertenecían a la realeza, aunque en los siglos XVIII y XIX los franceses profundizaron sus comidas con las recetas monárquicas de Brillat de Savarin y con bebidas que preparaban varios días antes. Eran banquetes bucólicos con el cielo arriba como testigo.

Si existe en la historia una forma de comer al aire libre característica, esa es el picnic

 

Aunque eclipsados por otras costumbres y ahora por el látigo de la pandemia –pero, a la vez, estimulado por lo económico que resultan- el picnic sigue vigente en el mundo entero. Su base gastronómica son los sándwiches, galletas, frutas, embutidos, verduras o cualquier alimento liviano. El mantel sobre el pasto es otro clásico.

La mejor compañía de los picnics son, claro, el aire libre, el techo celestial y, esencialmente, la alegría de quienes participan de ese pequeño festín. Sin alegría no hay picnic posible.

El Null Stern Hotel está ubicado en las montañas de los Grisones, en los Alpes / Null Stern Hotel

EL HOTEL SIN TECHO

El Null Stern Hotel (traducido quiere decir “sin estrellas”) está ubicado en las montañas de los Grisones, en los Alpes al este de Suiza. Fue construido en 2008 y sus dueños –los hermanos Frank y Patrik Riklin. parecen haber previsto la llegada de la pandemia. Ocurre que es un hotel al aire libre, pues no posee paredes ni techos.

“Este increíble alojamiento posee una sola habitación que cuenta con todo el mobiliario completo, una cama matrimonial, mesitas de noche, veladores, todo sobre un suelo convencional. La mayor desventaja que presenta es la falta de un baño cerca, ya que los huéspedes tienen que caminar 10 minutos para poder asearse”, describe Infobae en una nota publicada el 22 de julio de 2017.

En realidad se trata de una cadena hotelera de varias “habitaciones” diseminadas en las montañas a unos 2.000 metros sobre el nivel del mar, atendidas por camareros de primer nivel. El diario ingles Daily Mail asegura que a los pasajeros “todas las mañanas se les ofrece el desayuno en la cama a los huéspedes, con la comida típica local”. El hotel causa furor, las reservas se acumulan una tras otra. “Todas las mañanas, se les ofrece el desayuno en la cama a los huéspedes con la comida típica local, añade el tabloide británico (Daily Mail).

Amor por la montaña, amor por el aire libre. Allí está la clave del éxito de este hotel extravagante que, claro, cierra cuando llueve. “Lo que queremos cuestionar es cómo se puede crear lujo y qué es lujo realmente. Esta es nuestra declaración como artistas, jugar con la clasificación de estrellas y decir que cero estrellas no significa “malo”: significa independencia y libertad”, dijo Frank Riklin.

Independencia y libertad, sumados dan alegría. Alegría de vivir. Valores puestos en riesgo por un virus pandémico que en esta época condiciona la vida de la humanidad. Cuidándose uno a rajatabla de su poder contagioso, hay que ponerse armaduras alegres para defenderse de la pandemia. Eso es lo que aconsejan, también, muchos médicos desde la trinchera..

Historiador y filósofo francés, uno de los más importantes pensadores del siglo XX, Giles Deleuze (1925-1995) escribió estas palabras hace un cuarto de siglo: “El poder requiere cuerpos tristes. El poder necesita tristeza porque puede dominarla. La alegría, por consiguiente, es resistencia, porque no se rinde. La alegría como potencia de vida nos lleva a lugares donde la tristeza nunca nos llevaría”.

 

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