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Amores encadenados

Amores encadenados

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

27 de Junio de 2021 | 04:18
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Las separaciones han crecido durante la pandemia. Algunos matrimonios no están hechos para tanta cercanía. La convivencia obligatoria y repetida puede terminar con esas parejas que hoy añoran aquellas pausas y distancias. Y como esto de la pandemia no se detiene y como a cada rato despuntan nuevas cepas, al amor conyugal no le queda otra que reorganizar sus protocolos para poder enfrentar un confinamiento que en muchos casos acaba poniendo en terapia intensiva al entusiasmo y al deseo.

Esta semana se conoció un insólito recurso que adoptó una pareja ucraniana: para poder superar su crisis matrimonial, decidió mantenerse esposada durante 123 días. La idea fue de él, Alexandr Kudlay. Porque ella, Viktoria Pustovitova, aceptó inmolarse como sufrida prisionera en el altar de un vínculo que se había extinguido sin motivos y sin esperanza. Uno de esos amores que, como dice Julien Gracq, “nacen de nada y mueren de todo”.

El desesperado Alexandr, harto de pedir piedad y razones, decidió que lo mejor era permanecer bien unidos. Y para ello, recurrió a la medida extrema de esposarse, uno al brazo del otro. A este carcelero de entrecasa, le costó convencer a Viktoria. Le explicó que al estar los dos esposados, no habría manera de rehuir una discusión. Tampoco dejaba lugar para que huyera el uno del otro.

Él soñaba con una cercanía sanadora que curara la convivencia. Y aguardaba que el virus del amor contagiara a la desilusionada Viktoria. Era un secuestro con buenos propósitos pero alevoso y de dudoso resultados.

El feminismo y el sentido común pusieron el grito en el cielo. Le pegaron duro a este vigilante hogareño que tenía amor y novia bajo llave. Y le cayeron con todo a esta ucraniana obediente y permisiva que estuvo cuatro meses escuchando los ruegos, las promesas y los gimoteos de un loco insistente que en nombre del matrimonio la mantuvo quieta y pegadita a su lado, sin poder hablar ni escuchar a nadie, dándole minutos libres sólo para ir al baño. Eran como siameses que andaban juntos por todos lados y que despertaban murmullos y sonrisas.

El posesivo ucraniano al final se desayunó que la pasión está hecha de ataduras invisibles y que la decisión de retener al otro, por la fuerza, de alguna manera acaba dándoles argumentos a esos canallas que matan a su pareja porque ellos no dieron permiso para que los dejaran de querer.

La jaula de Alexandr no tuvo éxito. La convivencia cuerpo a cuerpo nunca funcionó. Tras 123 días de calabozo ambulante, Viktoria festejo con un entusiasta “¡hurra!” la llegada del operario que vino a liberarla. Mientras él, sin esposa y con las esposas, veía partir muy recuperada a la compañera de un cuatrimestre demoledor.

En el fondo, Bernard Shaw sonreía: “La cadena del matrimonio es tan pesada que para llevarla se necesitan dos… y a veces, tres”.

Está visto que el deseo se puede aplastar por tanto confinamiento y cercanía. No sólo les pasa a los humanos. A los animales en cautiverio les cuesta mucho procrear. Y eso que no tienen otra cosa mejor que hacer. El encierro lejos de excitarlos solo sirve para adormecerlos en un tedio repetido que les acaba quitando hasta las ganas de pelear. Un estudio dice que “La cautividad inhibe insuperablemente en ellos la atracción sexual incluso en periodo de celo”.

El español Vicente Verdú decía que en los noviazgos, “la distancia es el deseo y, viceversa, el deseo es la distancia. No su consecuencia, sino su esencia”. Sugería que la pasión como la pintura exige ser apreciada desde lejos para disfrutarla más. Y descreía de aquellas parejas que apelan al pegoteo sin advertir que poco a poco el deseo tiende a escapar, falto del lugar donde expandirse.

Lo de quedarse en casa fue tomado al extremo por este amante obsesivo que estuvo cuatro meses rogándole a su rehén por un poco de clemencia y una segunda oportunidad. Pretendía ser amado de prepo. El italiano Alessandro Baricco, al describir a esos matrimonios de conveniencia unidos por la fuerza, recoge una frase redonda que los ucranianos deberían leer: “En esa época -dice- el matrimonio no implicaba al amor, a duras penas lo permitía”.

El feminismo y el sentido común le pegaron duro a este carcelero hogareño que tenía amor y novia bajo llave

Él soñaba con una cercanía sanadora que curara la convivencia

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