Ocurrencias: amores que matan
Edición Impresa | 11 de Julio de 2021 | 02:44

Alejandro Castañeda
afcastab@gmail.com
“Estoy tan triste que no puedo ni pensar”. La reflexión, simple, honda y concluyente, fue escrita por Ayelén Delgado (26 años), la muchacha de Lavallol que se colgó de un árbol frente a la casa del novio. Una tragedia de amor que le agrega dolor a estos días recargados de agonías. Tras pedirles perdón a sus padres por haber elegido este trágico final, la carta de Ayelén detalla un reguero de penas y decepciones que dejan ver el corazón destrozado de una mujer enamorada que no encontró nada para querer seguir viviendo.
“Mi vida está en ruinas por culpa del Gordo”. Y al memorar este martirio, confiesa: “Jamás pude superar nada. Hace un año y medio del aborto y del accidente, y no lo supero”. Y le baja el telón a este duelo interminable con un “me duele mucho, todo”. No hay lugar en su alma para otra cosa que no sea la angustia.
La carta atraviesa el interior de un desconsuelo para mostrar la fragilidad de un ser atormentado que se despide con un terrible adiós.
A la desesperación suele sobrarle argumentos. Ayelén habla de un aborto forzado, de un accidente de motos que lastimó más al amor que a sus viajeros, de una autoestima hecha de pura congoja, de un cóctel venenoso de indiferencia, pérdidas y maltrato que le sumaron pesadillas a sus sueños rotos.
A veces, el tormento es tan dueño de todo y tan extendido, que sólo se puede esperar alivio recorriendo una travesía llena de oscuridades y reclamando respeto al derecho humano de salirse de la vida.
Ayelén muestra la fragilidad de un ser atormentado que se despide de la vida con un terrible adiós
“Ir nada más que hasta el fondo”, fue el verso final que escribió la poeta Alejandra Pizarnik, otra joven suicida, en su última tarde. Matarse entonces es el punto culminante de un abatimiento que lejos de olvidarse, recomienza a cada instante. Ayelén no pudo más. Su despedida, estremece. Es tocante, rotunda y sobrecogedora. Y la escribió con el corazón en la mano, abrumada por todos sus demonios, sabiendo que esas palabras eran el último rastro de su paso por la vida. No pidió ayuda ni compasión, fue a buscar en ese silencio primordial la paz de una tregua eterna. El olvido, que tan poco puede ante las grandes pérdidas, tampoco logró aliviar a esta muchacha que sólo padecía.
Cansada de sufrir, menciona al final una estafa de plata y amor que hacen más decepcionante su vínculo. Ella sintió que no tenía más fuerza ni más ganas de enfrentar este infierno. Y buscó una soga y un árbol para alejarse de un novio que la había abandonado y de un desasosiego que no la abandonaba.
“Cada mujer adora a un fascista, con la bota en la cara; el bruto, el bruto corazón de un bruto como tú”, le escribió a su ex la poeta Sylvia Plath, que una mañana, con 30 años y dos hijos, metió la cabeza en el horno, abrió la llave de gas y se despidió así de la angustia y de su Gordo: “Las voces de la soledad, las voces de la tristeza golpean mi espalda; le hablo a Dios, pero el cielo está vacío”.
El olvido, si llega, llega demasiado tarde. Y no es consuelo, es apenas la aceptación resignada de lo irremediable. A veces esos cielos vacíos se llenan sólo de quejas desoladas. El dolor interminable de tantas sylvias y ayelenes hicieron nido esta vez en un árbol de Lavallol. Dejaron allí el grito triste de esas desamparadas que, a diferencia de tantos matones que andan sueltos, prefirieron inmolarse antes que acabar con el dueño de sus pesares.
Decidió librarse de un amor que le quitó todo y le dejó la muerte como único deseo
Hay algo de epopeya amorosa en estos finales lastimosos que buscan el suicidio para librarse de contextos ingratos. El desamor y el abandono a veces ganan batallas y se llevan para siempre a quienes no les encontraron refugio a sus lastimados corazones.
La confesión de Ayelén (“tenía tanta tristeza que no podía ni pensar”), resume la fuerza de una angustia que no la dejaba apartarse, que la obligaba a tener que atarse a los contornos de un amor que le quitó todo y le dejó la muerte como único deseo.
Cuando la hermosa Romy Scheneider se sacrificó por amor, su agente puso paños fríos: “No se suicidó, hizo todo lo posible para dejar de vivir”. Al final, todas ellas, entre lágrimas, reproches y desesperaciones, parecen darle la razón a la sufriente Violette Leduc: “El amor es un invento agotador”.
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