

LA CRENCIA DE QUE PARA ADELGAZAR BASTA CON QUEMAR MÁS CALORIAS DE LAS QUE SE INGIEREN NO TERMINA DE EXPLICAR EL PROCESO BIOLOGICO
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La creencia popular de que para adelgazar basta con comer menos y ejercitarse más no termina de explicar las causas que intervienen en ese proceso biológico, según muestran dos importantes estudios publicados este año
LA CRENCIA DE QUE PARA ADELGAZAR BASTA CON QUEMAR MÁS CALORIAS DE LAS QUE SE INGIEREN NO TERMINA DE EXPLICAR EL PROCESO BIOLOGICO
Durante décadas se ha instalado la creencia popular de que para mantener un peso saludable basta con cuidar que las calorías que ingerimos no superen las que llegamos a quemar. En otras palabras, si uno quiere adelgazar tiene que comer menos y moverse más, un modelo que ha llevado a que muchas personas se frustren en el intento dado que, a la vista de nuevas evidencias, no termina de explicar cómo funciona ese proceso en realidad.
Dos investigaciones que se hicieron públicas en los últimos meses dan por tierra con esa creencia popular mostrando la fuerte incidencia que tienen en la pérdida y la ganancia de peso otros mecanismos biológicos poco tenidos en cuenta en general por quienes buscan adelgazar.
Mientras que la primera de esas investigaciones, publicada por la revista Science, muestra cómo el metabolismo humano se acelera y desacelera con la edad; la segunda, publicada en The American Journal of Clinical Nutrition indica que el aumento de peso es un proceso complicado en el que no sólo interviene el metabolismo sino también la genética, la calidad de los alimentos y hasta nuestra flora intestinal.
Aunque es incuestionable que cuando uno realiza actividad física quema calorías, la mayor parte del consumo diario no proviene de ahí. Se calcula que entre el 55 y el 70% de las calorías que quemamos a lo largo de día responden a reacciones químicas que tienen lugar en nuestro organismo para poder mantenernos con vida. Si bien esos procesos metabólicos vienen siendo estudiados desde hace un siglo, lo cierto es que los científicos no han podido establecer aún con precisión cómo varía su incidencia entre las personas ni por qué.
Pese a que está claro que cuanto más grande es una persona más células tiene y, por lo tanto, más calorías quema en total, no resulta en cambio tan fácil determinar en qué medida el gasto energético está determinado por otros factores como la edad, el sexo, el estilo de vida y algunos problemas de salud.
Esta falta de datos ha llevado a que ganen terreno ciertas suposiciones como que los cambios hormonales ocurridos durante la pubertad y la menopausia hacen que nuestro metabolismo se acelere o desacelere llevándonos a quemar más o menos calorías; que los hombres tienen un metabolismo intrínsecamente más rápido que las mujeres, porque parecen ser capaces de perder peso con mayor facilidad; o que nuestro gasto energético se ralentiza con los años iniciando un aumento de peso inevitable y gradual.
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Sin embargo el mes pasado, un artículo publicado en Science por más de 80 investigadores de diversas universidades del mundo reveló que gran parte de lo que creíamos saber sobre el metabolismo estaba mal. Este trabajo, titulado “Daily energy expenditure through the human life course”, muestra que a lo largo de la vida el organismo humano, en lo que hace al consumo energético, pasa por cuatro fases tan dispares como las que distinguen a una oruga de una mariposa.
Para llegar a esa conclusión, los autores de este estudio utilizaron una base de datos de un alcance sin precedentes: los resultados reunidos desde la década del 80 por laboratorios que se dedican a medir el consumo energético de las personas con el método más preciso del que se dispone hasta la actualidad: el que se conoce como “agua doblemente marcada con isótopos”.
Utilizando datos recopilados de esa forma en más de 6.400 personas de entre 8 días y los 95 años de edad, los investigadores comprobaron que si bien al nacer nuestro metabolismo es similar al de un adulto mayor, ya al mes de vida su tasa metabólica aumenta vertiginosamente hasta poco después del año, cuando llega a ser hasta un 50% más alta que la de un adulto. Para hacerse una idea, el consumo energético de un bebé equivaldría en ese momento al de un atleta de alto rendimiento que quema 4 mil calorías al día.
Luego de ese pico, el gasto energético de las personas comienza a disminuir y sigue cayendo hasta aproximadamente los 20 años. A partir de ahí, se mantiene estable durante los siguientes 40 años, incluso durante el embarazo y la menopausia: por lo que a los 55 uno quema calorías con la misma eficacia que a los 25. Recién a los 60 años, el gasto energético comienza a disminuir de nuevo y continúa haciéndolo hasta el final de nuestras vidas, según indica la investigación.
Lo autores del trabajo observaron también que los hombres no tienen un metabolismo innatamente más rápido que las mujeres; lo que sucede es que, tienden a quemar más calorías por día para su tamaño porque generalmente tienen una mayor proporción de músculo, que usa más energía que la grasa.
Pero el estudio publicado en Science no fue el único que este año puso en tela de juicio la validez del modelo conocido como “balance energético”, que solo tiene en cuenta las calorías que se consumen y se llegan a quemar. Otra investigación, en este caso publicada por 17 autores en el American Journal of Clinical Nutrition, señala que el aumento de peso es un proceso complicado en el que intervienen tanto el metabolismo, como la genética, la calidad de los alimentos y el tipo de flora intestinal.
A fines prácticos, uno de los hallazgos más interesantes de este estudio es que
vincula la obesidad al consumo de alimentos de baja calidad y con alto contenido de de carbohidratos. Según sus autores, los alimentos con una alta carga glucémica (con carbohidratos fáciles de digerir, como por ejemplo galletitas dulces, panificados, golosinas) consumidos en una cantidad excesiva desencadenan una reacción que cambia el metabolismo llevándolo al almacenamiento de grasa y el aumento de peso en general.
Cuando comemos alimentos ultraprocesados con alto contenido de carbohidratos, el cuerpo aumenta la secreción de insulina y suprime la secreción de glucagón. Esto, a su vez, indica a las células grasas que almacenen más calorías, dejando menos calorías disponibles para alimentar los músculos y otros tejidos metabólicamente activos. Así el cerebro aumenta las señales de hambre porque percibe que no está entrando suficiente energía, lo que hace que se mantenga el hambre, aunque se coma lo suficiente, y eso puede llevar a ganar un exceso de grasa.
“Para entender la epidemia de obesidad, debemos tener en cuenta no solo cuánto comemos, sino también cómo los alimentos que ingerimos afectan a nuestras hormonas y a nuestro metabolismo. Con su afirmación de que todas las calorías son iguales para el cuerpo, el modelo de equilibrio energético pasa por alto esta pieza fundamental del rompecabezas”, señala entre sus conclusiones la investigación.
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