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Opinión |TENDENCIAS ECONÓMICAS

¿El default salva el ajuste?

¿El default salva el ajuste?

Ricardo Rosales
Ricardo Rosales

24 de Enero de 2022 | 02:06
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La negociación del FMI con la Argentina abrió numerosos debates, algunos pocos técnicos y la mayoría políticos o ideológicos. Luego de dos años en que el gobierno de Alberto Fernández prometió inminentes acuerdos con el organismo, que luego se postergaron uno tras otro, y desplegó un plan de seducción a su titular Kristalina Georgieva, que tampoco dio resultados, se encuentra ahora ante una fecha límite, en donde la opción que enfrenta internamente es: ¿default de la deuda con el FMI o un ajuste? De la misma manera, otra parte del relato político anti FMI, ha instalado la afirmación de que es necesario rechazar el acuerdo, para evitar un ajuste.

El mismo Alberto Fernández alentó ese relato que, en definitiva, lleva a postergar definiciones económicas que luego ocurren de forma caótica y salvaje en los mercados. En el oficialismo también se ensaya un discurso que trata de colocar al país en el lugar de víctima si el acuerdo con el FMI no ocurre. “Si empuja a la Argentina a una situación desestabilizante, va también a tener una legitimidad menor”, dijo el ministro Martín Guzmán. El inflexible, en esta visión, sería el FMI que no aceptó un acuerdo sin ajuste y además, descartó los dos pedidos del Gobierno: extender el plazo del programa a más de 10 años y reducir las tasas.

El último intento político fue el viaje del canciller Santiago Cafiero a Washington DC, en donde se reunió con el secretario de Estado, Anthony Blinken. Según fuentes oficiales, esa gestión trató de ablandar el voto decisivo de los EE UU en el board del FMI (es el mayor accionista del organismo), para facilitar un acuerdo y que se abandonaran las recomendaciones del staff técnico, de una política fiscal más estricta. Era un intento a tres bandas, donde Blinken debía convencer a Janet Yellen, la titular del Tesoro norteamericano, y esta a su vez a los otros socios mayoritarios del FMI. La gestión diplomática ocurrió junto al anuncio de la visita de Alberto Fernández a China, previa parada en Moscú para ver a Vladimir Putin, precisamente en el momento de mayor tensión del gobierno de Joe Biden con Rusia desde la caída del Muro de Berlín. La blitzkrieg de Cafiero en Washington DC obtuvo una declaración amigable del Departamento de Estado, pero ningún cambio con respecto al FMI: EE UU insistió en que el gobierno Alberto Fernández debe presentar un “programa sostenible”. A este fracaso sigue ahora la gestión del propio presidente, buscando un auxilio de última instancia en China o Rusia.

La injerencia de Rusia en el board del FMI es muy limitada y la de China mayor, sin poder de veto como tienen EE UU o Japón. El gobierno chino ya otorgó a la Argentina una rueda de auxilio financiera: un swap al Banco Central, por U$S 20.500 millones, que representa el 53% de las reservas brutas según el último informe especial de la consultora 1816, y que estaría condicionado al acuerdo con el FMI, aunque existen versiones que esa cláusula fue eliminada. De cualquier forma, suponer que estos dos países irían tras un salvataje financiero de la Argentina si el acuerdo con el Fondo fracasa, surge muy improbable y fuera de contexto.

No existen antecedentes históricos de experiencias anteriores o que otros países más cercanos a Rusia o China hayan recibido un tratamiento financiero tan favorable. Igual, el gobierno de Fernández sigue alimentando esas expectativas, como hacía semanas atrás con la idea de torcer el voto determinante de EE UU con la misión de Cafiero, o previamente la de Guzmán para modificar los estatutos del FMI y obtener un acuerdo excepcional a 15 años o más y a tasas más bajas. Otro interrogante de este costado político de las negociaciones con el FMI, consiste en conocer la posición de la vicepresidenta Cristina Kirchner, que hasta el momento ha evitado pronunciarse con claridad si apoya o no, un acuerdo.

En otro plano, el de las conversaciones concretas con el FMI, siguen estancadas y sin progresos conocidos: el ministro Guzmán no presentó aún un programa económico básico, como es convencional para estas negociaciones o la gestión de cualquier gobierno: un plan fiscal (con un sendero de reducción), otro monetario (para contener la inflación) y cambiario (para recuperar reservas). La propuesta del ministro que llevó a Washington DC y explicó en alguna oportunidad, se puede reducir a unas pocas metas y casi ningún compromiso para ordenar la economía: refinanciar la deuda y no pagar nada en los dos primeros años de vigencia (plazo de la gestión de Alberto Fernández); mantener el déficit fiscal actual (del orden del 3,5% según los datos oficiales), prometiendo el equilibrio para el 2028; y no hacer cambios en el cepo cambiario ni otras reformas fiscales o monetarias. Mientras tanto, la crisis financiera se profundizó en la última semana: los dólares libres entraron en una espiral alcista, con el dólar blue en $219 y el riesgo país por encima de los 1.900 puntos. La inflación también se espiraliza con pronósticos cercanos al 4% para enero.

¿Habrá ajuste si se acuerda con el FMI? Las negociaciones pueden resultar lejanas de la vida cotidiana e incomprensible para buena parte de la ciudadanía. Aunque son comprendidas en que afectan sus ingresos y expectativas de trabajo. Dejando de lado las ideologías, el interrogante es similar en todos los niveles: ¿Qué pasa si no hay acuerdo? ¿Y si hay acuerdo, habrá ajuste? Sin acuerdo el país queda sin crédito y aislado económicamente del resto del mundo, con grandes dificultades en el comercio y la importación de insumos básicos. El empleo y los ingresos caerán, con más inflación y brecha cambiaria. No es un escenario atractivo y no hay dudas que sería una alternativa catastrófica para la economía del país, desestabilizante, como dijo Guzmán. La versión de “Vivir con lo nuestro” de Aldo Ferrer, no es viable salvo para algunas expresiones ideológicas extremas.

¿Y qué sucede con acuerdo? ¿Habría un fuerte ajuste? La realidad es que ya ocurrió un ajuste, con los ingresos de los jubilados, con los salarios y el nivel del empleo.

Como señala Miguel Kiguel, “el año pasado la inflación creció más del 50% y el tipo de cambio (el valor del dólar oficial) el 25%. Eso es un ajuste del tipo de cambio real. Y las tarifas de energía subieron 9%, con una inflación que fue más del 50 por ciento. Si uno quiere recomponer eso, ¿lo llama ajuste o corregir medidas sin sentido, que siguen desajustando la economía?”. Hoy los desequilibrios económicos son enormes con otra crisis cambiaria en camino. La opción correcta debería ser si el gobierno de Alberto Fernández decide un programa que corrige de manera ordenada esos desordenes o, al contrario, la ausencia de plan desemboca en que la corrección ocurre de manera caótica y violenta, con un el resultado de una caída mayor del PIB, el empleo y los ingresos.

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