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Andreas Fontana: "La forma de pensar lo económico, pensar que puede prescindir de cuestionamientos morales, no cambió"

El cineasta estrena el jueves su ópera prima, una thriller inescrutable y elegante sobre la banca privada en tiempos de dictadura, "una forma de colonización discreta", afirma

Andreas Fontana: "La forma de pensar lo económico, pensar que puede prescindir de cuestionamientos morales, no cambió"
Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

21 de Marzo de 2022 | 01:34

"Me interesa observar a unos profesionales cuya especialidad es el secreto. No el secreto de Estado, sino el secreto íntimo y personal. El banquero privado está a la cabeza de este secreto que es la riqueza”, explica Andres Fontana sobre “Azor”, que se estrena en salas el jueves y llegará al Espacio INCAA platense en las próximas semanas.

Se trata de la ópera prima de Fontana, nacido en Ginebra pero que se trasladó a Buenos Aires tras terminar los estudios: una película tensa, un thriller de espionaje pero con banqueros, cubierta por una densa capa de niebla, de secretos, que provocan al espectador a navegar ese desconcierto intentando dilucidar algo de verdad como lo hace su protagonista, el banquero Yvan De Wiel, un banquero privado de Ginebra del más alto nivel, que viaja a Argentina en plena dictadura militar para reemplazar a su socio, objeto de los rumores más inquietantes, al desaparecer sin dejar rastro. 

Aunque “no es una película biográfica”, el cineasta cuenta que el disparador para escribir “Azor” sí proviene de su vida personal: “Mi abuelo era banquero privado. Yo no crecí en una familia de banca porque mi madre era profesora de francés y poeta, mi padre es escultor, mi padrastro es pintor… Ya la generación de mi madre dio la espalda a la banca, pero mi abuelo tuvo ese oficio. Y cuando se murió me interesé en la cultura bancaria: no tanto en los aspectos económicos, sino en el hecho de que es una pequeña sociedad. Empecé a investigar y encontré un cuaderno de mi abuelo donde describía un viaje a Argentina”, dice.

Ese cuaderno, agrega, “no era demasiado interesante”, pero “sí estaba claro que faltaba algo: no hablaba del contexto político del momento, de la dictadura. Me pareció tremendo: un banquero sabe dónde está”.

Comenzó a tejerse la historia de De Wiel, un banquero “cuyo trabajo es aplicar esa teoría, buscar clientes con más plata, cueste lo que cueste”, y que por lo tanto no se cuestiona su tarea mientras se pasea por los espacios de poder de aquella Argentina y habilita una forma de colonización discreta y despiadada. 

Y no tan discreta, en el caso de su desaparecido sucesor, Keys: De Wiel representa a una banca vieja, conservadora, pero, le repiten constantemente sus clientes argentinos, su antecesor tenía otra forma, voraz, de hacer negocios, de hacer dinero, que responde, cuenta Fontana, a un cambio de época.

“Me interesaba retratar ese fin de mundo de una banca pasiva, donde era suficiente con ser prudente y utilizar la inflación de otros países: ya los beneficios eran altos, y era un acuerdo entre caballeros que utilizaban los banqueros, y de repente llega una lógica más anglosajona, de los Chicago Boys, muy fuerte en Argentina, muy presentes en el ministerio de Martínez de Hoz. Fue un cambio de guardia, de una banca de la vieja escuela a una banca con actitudes agresivas, con productos muy complicados”, relata.  

- El mundo de la banca privada es muy secreto: investigando la película, ¿tuviste ventajas por ser abuelo de un banquero, o por ser suizo?

- La ventaja de ser suizo en Argentina es indudable, sobre todo si tienes un traje, como me compré para empezar la investigación, y si tienes cara de niño bien… Un suizo en Argentina parece un ser inofensivo, eso me ayudó a que mucha gente se relajara y me hiciera comentarios de su forma de pensar la época sin filtros. Pero más que aprender cosas escabrosas o escondidas, me sirvió para captar una atmósfera y una forma de hablar a veces despiadada. Una forma de ver el mundo.

- Estos banqueros, en tiempos de dictadura, habilitaron la fuga y la adquisición de capitales manchados de sangre. Y parece ser una forma de operación habitual, no hay cuestionamientos. ¿Esto se puede pensar más allá de esa época, hacia el presente?

- Es un sistema, y la película explora ese sistema, que hoy en día es distinto: en Suiza ya no existe el secreto bancario, en un banco hoy hay más abogados que banqueros… Pero esa forma de pensar lo económico, pensar que lo económico puede prescindir de cuestionamientos morales, eso no cambió. La moral no vale en economía, en finanzas, no tiene sentido, es otra escala. 

- Hablando de moral, el protagonista parece no querer cambiar hacia las nuevas formas de Keys, por no por remordimiento, simplemente por las formas: no se plantea dejar de hacer negocios con esa clase poderosa teñida de sangre. ¿Es un universo amoral?

- La moral se sitúa en el sitio del espectador, y me parece bien que así sea: el lugar de Iván no es un lugar de moralidad o amoralidad: esa cuestión sucede en otro lugar. Él se sitúa en la mentalidad bancaria, una mentalidad de competición, de buscar más dinero posible y de tener más clientes. La moral, como dije, ahí no tiene espacio: cuando uno le pregunta a un banquero, y yo lo hice, si tuvo conflicto de conciencia, contestan que a veces los atraviesa un conflicto de interés. Y no es lo mismo: ellos lo asimilan así. Entonces, el personaje, De Wiel, no evoluciona porque no me interesaba entrar en una trama clásica, mostrar como un héroe cambia y soluciona algo. Ni siquiera es un antihéroe: es un personaje con una meta clara.

- Decías que la moral la proyecta el espectador: la película propone un espectador activo, esconde constantemente, el espectador tiene que encontrar el hilo de lo que ocurre. ¿Te interesa ese cine que incomoda, que interpela?

- Me gustan las películas que me cuestionan. No sé si “Azor” incomoda: hay quienes se sienten sin oxígeno, otras que se ríen, a otras les despierta ideas… Pero sí me parece importante una película que se permita tener caminos sorpresivos, por lo menos hacer trabajar al espectador, que no esté como un flan pasivo frente a la película. Sobre todo para una ópera prima: hay que abrir un camino para sí y para otros.

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