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La Estatua: su historia jamás contada, la noche maldita y la transformación salvadora

Personaje polémico, querido y criticado. Los secretos de un artista callejero que conoció el cielo y el infierno y hace 25 años es un sello de la Ciudad

La Estatua: su historia jamás contada, la noche maldita y la transformación salvadora

La Estatua en calle 8. Dice que debería haber un artista en cada esquina

Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

17 de Julio de 2022 | 02:38
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“Se me va a su casa y se baña si quiere volver a entrar”.

En aquellos dorados años 80 se había instalado una creencia que vinculaba al intenso Pachuli con la marihuana e incluso hasta hoy hay quienes están convencidos de eso y dicen que ese perfume viene de ahí. Nada más lejos, explican los que saben. Primero porque el Pachuli es una hierba de la familia de la menta, de uso milenario entre los mercaderes de la India y Sri Lanka. Y luego porque el perfume que sí se emparenta con el cannabis fue creado por un perfumista estadounidense que la mezcló con la flor del naranjo. Se llama Innocence by Misty y nada tiene que ver con el Pachuli. Pero vaya uno a explicarle eso a la policía de esos años y a aquel comisario que fruncía la nariz y achinaba los ojos ante ese pibe con semejante baranda.

“Tenía 12 años y me colé en una fiesta del Club Universitario. Mi hermano se había comprado un frasquito de Pachuli. Había que ponerse una gota, a lo sumo dos y yo me puse cualquier cantidad. Adentro del baile me agarró el comisario de Gonnet y me sacó. Por poco me desnudan buscando la marihuana que creían que tenía encima. Pero no tenía nada. Entonces en lugar de meterme preso me dijo: ‘va a su casa y se baña si quiere volver a entrar’. Y ahí me quedó el apodo: Pachuli, Pachu”.

LA ESTATUA QUE LE GANÓ A PACHULI

No se exagera si se dice que es escasa la cantidad de platenses que no lo han visto alguna vez en una esquina del Centro o de la calle 12; en un acto o una marcha callejera. Y podría decirse que es numerosa la cantidad de quienes se han tomado una selfie con él. Es un personaje popular bien platense con más de medio siglo en el registro ciudadano. “Y también estaba ese que hace de estatua”, se ha oído más de una vez en el relato de quiénes estaban en tal o cual evento.

Detrás de ese personaje hay una persona con una historia dolorosa, de esas que enseñan o al menos permiten dimensionar ciertas realidades. Pero también un relato de superación y cómo darle pelea a la adversidad. Tiene rincones emotivos y pasajes desopilantes. Es la Novela de La Estatua de La Plata.

Su DNI dice que es Sergio Fabián Montero y tiene 56 años. Pero en el documento ciudadano, el que firman y sellan la calle, la noche y sus criaturas adorablemente incorrectas, dice otra cosa. Sin embargo, en una segunda temporada de la novela de su vida dejó de ser Pachuli para abrirle camino a La Estatua. Y dice que eso lo cambió y lo salvó de un destino miserable.

“La Estatua le ganó a ese ser maligno que era Pachuli”, afirma sin dudar.

Nació en Altos de San Lorenzo, en la casa familiar de 76 entre 13 y 14. Fue al Jardín Fátima, a la Primaria 84 y peregrinó por varios secundarios entre los que menciona con inocultable orgullo atorrante al Charles Charrier y a La Legión.

“Ojito que también fui al Conservatorio Gilardo Gilardi, donde aprendí a tocar el piano”, avisa.

De padre policía y madre empleada en Penales, define su origen como “de una clase media que en esos años, ‘60, ‘70, estaba muy bien y que no sé si hoy existe. Yo a los 8 años conocí Disney”.

MALDITA REINA DE LA NOCHE

En la prehistoria de ese fenómeno de la noche platense que se llamó Metrópoli está el contexto de lo que fue su ascenso y su caída, en todo sentido.

“La calle enseña pero no educa. Y podés perderlo todo”

 

“Yo era organizador de fiestas. A plata de hoy ganaba mil dólares por semana. Era una época dorada y Metrópoli era como el centro del mundo, te lo pueden decir Gustavo Morchón, Lino Patronelli u otra gente de ese momento. Y yo con veintipico de años no sabía qué hacer con ese dinero. La calle enseña pero no educa y yo no tenía la educación que se necesita para saber invertir. Entonces compraba motos, autos, tablas de wind surf. Hasta me compré un Renault 4 L y lo hice cortar al medio para ponerle unas palmeras para promocionar una fiesta. Era una locura manejar tanta plata y al mismo tiempo ser adicto. Todo eso me ‘lo tomé’, los autos, las motos. Hasta el piano me tomé. La cocaína me quitó todo”.

Fue una noche de esos ‘80, que latían como un corazón loco y Metrópoli era el vórtice de un huracán. Venían a La Plata los más importantes artistas nacionales de entonces. Ahí Pachuli conoció el principio del fin. Pisó el palito. En la barra de Sauvage, un pub con pooles que se había puesto de moda en la cuadra de 49 entre 9 y 10, uno de esos “amigos de la noche”, se le acercó y le preguntó si alguna vez le habían hecho probar a “La Reina de la Noche”.

“Esa vez probé la cocaína y no paré más hasta que perdí todo”.

Cuenta que varias veces pensó que de esa caída no iba a levantarse jamás. Enumera centros de rehabilitación, médicos, terapeutas y otras personas y lugares donde le ayudaron a volver a la vida en un contexto diferente, duro, sin recursos, con la sensación de haber perdido todo, de habérselo “tomado” en el juego suicida de una adicción implacable, que no perdona, que siempre merodea, agazapada.

“A vos te dicen: ‘eso te va a matar’. Y vos no lo creés. Sabés que es verdad, que eso te va a matar pero no lo creés. Y salir se puede salir, pero es un error no entender que siempre vas a estar en riesgo y que si le bajás la guardia te vuelve a voltear. Por eso dejé la noche. Porque yo sé que de día no me va a volver a ganar. Porque de día yo soy La Estatua de la gente”.

EL CIEGO Y LA FUENTE DE LOS DESEOS

En los ‘90, golpeado por la miseria buscó un cambio de aire y con su pareja embarazada se fue a Mar del Plata, donde nacería La Estatua.

“Nos fuimos a una pensión llena de cucarachas y empezamos a trabajar en las escalinatas de la Catedral. Yo hacía ‘Valentín el Muñeco Viviente’. Pero la municipalidad nos echó porque no teníamos permiso y no era fácil que te lo dieran. Entonces me dijeron que el obispo, monseñor Arancedo, era un tipo que recibía a todo el mundo y lo fui a ver. Le dije: ‘monseñor soy un adicto en recuperación, mi pareja está embarazada y necesito un permiso de artista callejero’. Me dio una carta de recomendación y en la municipalidad en menos de una hora me habían dado el permiso”.

De aquellos días en la peatonal marplatense tiene también anécdotas para reír, llorar y emocionarse como parece ser el hilo conductor de la Novela de La Estatua.

“Había un ciego que tocaba el violín y yo, a unos metros de él, bailaba al compás. El ciego tenía su gorra y le dejaban monedas pero yo también pasaba la mía y a mí me dejaban más que a él. Un día el ciego se avivó y me hizo echar”.

Corrido a trabajar más cerca de las escalinatas de la Catedral marplatense, encontró su golpe de suerte.

“Una tarde me puse a mirar a Daniela Bocaccio, una artista callejera que hacía de estatua. Yo me dije: ‘puedo hacerlo’. Conocí a un cura, el Padre Pedro que ayudaba mucho a la gente y él me regaló dos túnicas blancas. Pero el golazo fue La Fuente de los Deseos. La hice con dos macetas y un aireador de esos que se usan en las peceras. La gente pasaba, pedía un deseo y tiraba una moneda. No lo vas a creer pero en tres meses nos mudamos de la pensión a un departamento. Las monedas de entonces tenían valor”.

LOS MANIQUÍES VIVIENTES

Por esos impensados laberintos que tiene “la calle” se topó con los responsables de una cadena chilena de indumentaria que por entonces tenía varios locales en el centro marplatense. Y a partir de una apuesta se metió como La Estatua en una de las vidrieras.

“La gente se amontonaba y ahí se me ocurrió proponerles hacer maniquíes vivientes. Y fue un éxito. Contraté a dos artistas callejeros y los tres hacíamos de maniquíes vivientes. Todo el mundo hablaba de eso y una tarde vinieron los de Ron Baccardi a contratarme para un evento y así después pegué otras promociones. Había levantado la cabeza, La Estatua había derrotado a ese ser maligno, entregado a la adicción, que era Pachuli”.

Por extrañar y volver a perderlo todo en el famoso corralito, la década siguiente lo encontró de regreso en La Plata. Intentó formar un sindicato de artistas callejeros, transitó por el difícil camino de la política y los políticos. Se confiesa peronista y de cada político platense conocido tiene algo para decir desde su particular visión de la vida. Asegura que con frecuencia se whatsapea con el intendente Garro para “avisarle de cosas que pasan en el barrio, pedidos que me hace la gente, veredas rotas, esas cosas. Y Garro me los responde porque aunque yo no soy del PRO, él me parece que es medio peronista”, dice, guiñando un ojo.

Tiene letra para una enciclopedia de varios tomos con anécdotas y ante el pedido elige una ambientada en aquellos años en que Mar del Plata conoció la llamada “Playa Franka”, donde se podía hacer topless. El día de la inauguración, no entraba cualquiera. Cuenta entonces que le dijo al de la puerta que era el hijo de Jorge Montero y que entonces la mismísima Moria Casán salió a recibirlo y lo invitó a pasar. “Y cuando estábamos adentro me pregunta cómo andaba mi papá. Ella creía que yo era hijo del Montero que entonces era capo de Artear. Y yo le dije ‘no, Moria, mi viejo es el oficial inspector Montero, de La Plata. Dije así para ver si me podía colar. Y ahí Moria pegó una carcajada, me abrazó, gritaba adoré, adoré y me puso en la fila para cortar los corpiños a las modelos”.

SERENATA

La Estatua tiene tres hijos de diferentes parejas. Nico, de 26; Abril de 23 y Bianca de 18, que vive en Ecuador con su madre. Dice que es su familia, con distancias, con desencuentros pero al fin y al cabo, su querida familia.

Crema, óxido de zinc, vaselina y talco para reemplazar el maquillaje que cuesta caro

 

“Yo sé que puede haber gente que no me quiere, que me bardea. Pero yo me hago cargo que es por mi culpa, por mis errores del pasado. Por haber pisado el palito en esa noche maldita. Pero ese Pachuli quedó atrás y hace 25 años que para la gente, para la Ciudad, soy La Estatua. La de calle 8, la de calle 12, la de las marchas para reclamar justicia o apoyar causas sociales. Una vez me dijeron: ‘las estatuas no hablan’. Pero yo hablo, hago chistes, regalo estrellitas, chupetines. ¿Vos sabés lo que es que venga una abuela con su nieta y diga ‘yo traía a tu mamá a ver a La Estatua’. Alguna vez pude haber dicho algo que molestó, un chiste mal interpretado pero te pueden decir los comerciantes de 8 y de 12 lo que la gente me quiere. Y eso es porque La Estatua es un ser de luz y no de oscuridad como era Pachuli”.

Crema Nivea, óxido de zinc, vaselina y talco. Suficiente para blanquear la cara y las manos de una Estatua que admite que a veces debería callarse pero que eso iría contra su naturaleza, aunque las estatuas no hablen.

“La televisión es para hacerse mala sangre. No es buen ambiente. Para cobrar un bolo tenés que ir 20 veces y no cobrás nunca. Yo me divertí mucho trabajando en aquel programa histórico de Mauro Viale. Y pasaron cosas muy locas, por mi culpa, por zarpado. Una vez le digo a Mauro: tengo un asesino a sueldo que cuenta su historia. Eso sí, hay que filmarlo de espaldas. Y lo hicimos en Arbys, con un loco que se prestó a la joda. Cuando terminamos la nota cayó la policía y estuve 48 horas preso en la Primera”.

Dice que le gustaría hacer algo por el arte en la Ciudad, que la calle 8 debe recuperar su esplendor y que para eso necesita artistas callejeros en cada esquina y bares y “que sea peatonal aunque sea los fines de semana”. Se confiesa enamorado de la Calle 12 porque “ha crecido, está linda, la cuidan, la cuidamos”.

‘En el ‘82 todavía estaban los milicos, no era para andar haciéndose el vivo. Y viene un amigo y me dice si le podíamos dar una serenata a una piba que vivía en City Bell. Y fuimos. Llevamos guitarra, pianola, batería, bombo. Le cantamos ‘salí al balcón mi querida mariposa’. La chica era hija de un general del Ejército que a mi amigo no lo podía ni ver. Vos imaginate el resto”.

Cuenta que su trabajo en invierno arranca a las 8.30 hasta el mediodía en la puerta de la Galería Rivadavia, en 8 entre 49 y 50. Pero que en primavera y verano está de 11 a 13 en calle 12 y de 17 a 20 en calle 8.

Sergio Fabián Montero tiene 56 años. Su personaje, la estatua, se ganó un lugar en la cultura callejera de la Ciudad

SENTIRSE A SALVO

Se define como “un gran volante de propaganda que camina” y arriesga: “Conozco a tanta gente que soy un gran relacionista público. Me das una semana y te lleno cualquier boliche. Yo lo traje a Jay Mammon a actuar a la gorra, para que te des una idea. Pero tiene que ser de día. De noche no. De noche me quedo en mi casa porque en la noche es donde te podés detonar con el primer whisky. Escapándole a la noche es como La Estatua mató al monstruo que era Pachuli”.

Revela que trabajar de Estatua le permite vivir con un ingreso que lo obliga a ajustarse, sobre todo en estos tiempos pero sin demasiadas privaciones. Y que hasta puede mandar algún dinero a su hija en Ecuador. Y que más allá de lo que puede recaudar, su premio es “la felicidad de hacer arte callejero, de recibir el cariño de la gente, de poder ayudar en mi barrio”.

En el balance final dice que sólo tiene una cosa de la que arrepentirse. Y vuelve a aquella maldita noche en el Sauvage.

“Pude haber sido un excelente músico y solo soy un artista callejero, pero no cualquiera. Me siento un referente del arte callejero. Soy La Estatua de la gente”.

 

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