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La huella que el arquitecto catalán dejó en la España de principios del siglo XX sigue fascinando en la actualidad y brilla en París
MARTA GARDEA
PARÍS
La obra del artista y arquitecto español Antoni Gaudí llega a París con la primera gran exposición que se le dedica en Francia, en la que el Museo de Orsay se adentra en su proceso creativo y en la complejidad de su trayectoria más allá de los iconos que le dieron fama mundial.
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La muestra “Gaudí” pasó por el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) de noviembre a marzo y en la capital francesa ofrece hasta el 17 de julio un compendio más reducido, pero lo suficientemente completo para ilustrar todas sus facetas al público francés.
Gaudí (1852-1926) nunca viajó a París y, aunque estaba al tanto de las corrientes artísticas cuando su trabajo se mostró en 1910 en el Salón Anual de la Sociedad Nacional de Bellas Artes, la experiencia fue fallida: la crítica no acabó de entender sus propuestas y él se sintió incomprendido.
Esta exposición busca “mostrar toda su personalidad de creador, arquitecto y artista plástico”, con la Sagrada Familia de Barcelona como hilo conductor pero no como protagonista absoluta, sostiene la conservadora general del patrimonio en la región de Île de France, Isabelle Morin.
Queda claro que no era un genio aislado, sino que su obra se enmarca en un contexto político, social y artístico muy específico, el del auge industrial de Barcelona, ciudad donde su obra magna, la Sagrada Familia, sigue inacabada.
Gaudí, según los organizadores de la exhibición, en la que también participa el Museo de la Orangerie, logró interpretar ese período y “ofrecer las imágenes más impactantes” para simbolizar esa época, que no se pueden disociar ni de la profunda fe del artista ni de su arraigo a su tierra.
Pero prácticamente sin haber salido de España supo ampliar sus miras: “Tenía mucha imaginación pero también una gran cultura. Una cultura libresca, porque viajó muy poco”, alega la experta, según la cual el genio catalán admiraba a otro símbolo arquitectónico, Eugène Viollet-le-Duc (1814-1879), el gran restaurador de Notre Dame.
Gaudí estudió la obra del francés en la Escuela Provincial de Arquitectura y aunque no está confirmado que llegara a conocer la decoración animal que este concibió para el Castillo Observatorio Abbadia, en Hendaya, su salamandra del Parque Güell ofrece similitudes inequívocas.
La expo sobre el catalán Gaudí en el museo de Orsay muestra toda su personalidad de creador, arquitecto y artista plástico / EFE / Ian Langsdon
La muestra que recala en París resume sus creaciones más significativas, desde su excéntrico mobiliario a la casa Vicens, la casa Batlló o la casa Milá, enmarca lo expuesto con fotografías y vídeos que ayudan a tener una visión global y refleja la minuciosidad del proceso previo.
Gaudí, según Morin, utilizaba mucho la fotografía y los espejos para vislumbrar sus modelos desde todos los ángulos posibles y sus talleres eran tanto un espacio de trabajo como de vida. En el que erigió al lado de la Sagrada Familia, destruido luego por un incendio en 1936 durante la Guerra Civil, vivió sus últimos meses.
En Francia, según la conservadora, atrae mucho su fantasía y osadía. Su uso de la cerámica y del color, su inspiración en la naturaleza y las curvas sinuosas de sus creaciones, propias del Modernismo catalán, del Art Nouveau, y al mismo tiempo inexorablemente singulares.
“Tiene un arte muy particular. En general no confundes un edificio de Gaudí con otro construido por otro arquitecto contemporáneo. Hay puntos en común pero una estética muy personal”, agrega la conservadora en Artes Decorativas del Museo de Orsay, Elise Dubreuil.
La pinacoteca pone sobre la mesa esa originalidad a través de sus bocetos, mobiliario y elementos ornamentales de sus principales creaciones, con esa estética no convencional aupada en particular por el aristócrata Eusebi Güell y Bacigalupi pero que ya era evidente cuando se diplomó en 1878.
“Es un genio o un loco”, habría dicho el director de la Escuela Provincial de Arquitectura al entregarle el título que lanzó su fructífera trayectoria, donde la espectacularidad de sus formas no olvidaba la función para la que estaban destinadas.
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