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Escaparon 14 presos del penal de Olmos en dos grupos. Uno “VIP” con fuerte apoyo exterior y otro de “colgados” que huyeron en un colectivo de la línea 508
Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com
“Si te viene a atacar decile que sos una oveja”.
Como era de esperarse, se la calificó de “cinematográfica”. Pero el guión de la película tuvo tantas imperfecciones, ocurrieron tantas cosas “raras” y se ocultó tanta información sobre el después, que más que una fuga cinematográfica fue una pieza de teatro.
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En el anecdotario carcelario se la recuerda como la fuga de presos más numerosa y la falta de información oficial abrió las puertas a toda clase de habladurías, con pintorescos detalles jamás comprobados.
Como el asunto aquel de la ovejas que no eran ovejas.
En la madrugada del 30 de marzo de 1992, un total de 14 presos considerados “de máxima peligrosidad” escaparon del penal de Olmos en una acción que demandó el alineamiento de varios planetas.
Existió y existe todavía la hipótesis de que se trató de una fuga organizada desde afuera, con suficientes recursos económicos y de los otros y que apuntaba a favorecer a solamente tres de los 14 finalmente evadidos.
Cuando quisieron acordar, los reunidos para la fuga eran 15 en lugar de tres
En aquellos flamantes años ‘90 el narcotráfico ya había clavado las uñas en el tejido social y el cuento de “país de tránsito” ya no se lo creía nadie.
“Siempre estuvimos convencidos de que esa fuga se hizo con mucha plata de afuera pero para solamente tres de los 14 fugados. Los demás se engancharon como pudieron y fíjese que terminaron huyendo en colectivo”, recuerda un ex penitenciario.
Con información oficial y de la otra conseguida a los tirones, se pudo armar una suerte de rompecabezas de la fuga, que parecía haber empezado en el segundo piso con un boquete entre paredes al mejor estilo de “Los Pitufos”, la banda carcelaria que controló el penal en los años ‘80 bajo la batuta del legendario hampón ensenadense Miguel Ángel Acosta Gadela, alias El Porra.
“Por ese agujero de sólo 15 centímetros de ancho salieron los primeros diez presos. Se descolgaron con sábanas atadas (el mejor estilo Pitufo) y ganaron la planta baja. Luego siguieron el trayecto de un caño de desagüe subterráneo y llegaron al taller de manualidades donde los esperaban otros dos presos que no sabemos cómo llegaron ahí”.
En el segundo acto, tres reclusos se deslizaron a la enfermería y según el informe oficial tomaron como rehenes a un médico y tres enfermeros. Con ellos sortearon tres puertas de chapa y alcanzaron el sector de los talleres donde finalmente se produjo la reunión de los 15.
Cuentan que ese fue un momento de alta tensión. Se asegura que ninguno de los en principio tres pesos “beneficiados” por la organización de la fuga esperaba semejante cantidad de personas.
“¿Sabe que pasa?, en Olmos las paredes oyen y los que se enteraron del plan se fueron anotando por las suyas?”.
La cuestión es que llegó un punto en que alguien advirtió: “Nos vamos todos o no se va nadie”. Y se fueron todos por un portón de alambre que, oh casualidad, esa noche no tenía el candado puesto.
De los 15 evadidos uno quedó en el camino. En el esfuerzo de bajar descolgándose con las sábanas se le abrió una herida, un facazo, recién curado, y empezó a perder mucha sangre. Sus compañeros debieron convencerlo para que se quedara. Más tarde, cuando fueron a liberar al médico y a los enfermeros que habían quedado encerrados en el taller, encontraron al preso herido entre los pastizales, en posición fetal y semi inconsciente por la cantidad de sangre que había perdido.
“Listo, ahora cada uno se arregla. A nosotros no nos sigan”, cuentan que fue la orden de los evadidos “VIP” ni bien advirtieron las luces de los autos que los esperaban sobre la calle 196. Seis en total escaparon en esos autos.
La falta de información oficial dejó el camino libre a las habladurías y desde entonces se asegura que aquellos evadidos “premium” eran narcos que la imaginación a rienda suelta en las “ranchadas” de mate y tortas fritas en los pabellones no dudó en vincular al por entonces creciente y poderoso Cartel de Cali.
Lo cierto es que a las 4.30 de la madrugada los evadidos se habían dividido en dos grupos. Los primeros ocho se habían reunido en unos pastizales al borde de la Ruta 36, cerca de la avenida 44 y a pocos metros de una garita de los entonces colectivos 508. Una hora antes, Francisco González había tomado el servicio en la terminal que aquellos micros colorados tenían en el Cementerio y circulaba por la 44 a marcha lenta, sin el fastidioso apremio del tránsito de la mañana, rumbo a la cabecera sur. El último pasajero se había bajado en 44 y 143 y a bordo quedaban otros nueve, entre ellos una mujer. La semana anterior González había cumplido 42 años. Cuando llegó a la parada de 44 y ruta 36 advirtió la presencia del tipo que le hacía señas para que se detenga. Le llamó la atención que el futuro pasajero estuviese tan desabrigado, a esa hora de la madrugada en ese otoño que ya anunciaba un invierno bravo. Apenas se había colgado del estribo, al pasajero lo siguieron otros siete que aparecieron de entre los pastizales. Subieron en tropel y uno de ellos le puso al chofer una faca en el cuello. Una púa hecha con paciencia con un pedazo de un elástico de cama. González no necesitó más para entender que eran escapados de Olmos y en esos segundos miró con desesperación a la única mujer que integraba el pasaje.
Por suerte, los evadidos no tenían otra intención que usar el colectivo para el escape y ahí nomás hicieron bajar a todos los pasajeros, que quedaron en medio de campo bajo amenazas. Todos menos uno que quedó como rehén.
La ausencia del candado no era nada al lado de otras cosas “raras” que pasaron esa noche
Los ocho prófugos se acomodaron en los asientos de atrás y uno de ellos, el de la púa, quedó de pie junto a González, como si fuese un colega o un amigo de los que solían darle charla a los choferes.
Para González el viaje terminó en Quilmes, en Calchaquí y 12 de Octubre. “Bajate y esperá para hacer la denuncia porque si no te vamos a ir a buscar”, le dijeron.
Como si fuese un servicio de línea común y corriente, el colectivo zigzagueó por diferentes calles del conurbano sur y poco a poco los “pasajeros” fueron bajándose para seguir la huida por otros medios. El rehén fue liberado cerca de Lanús y el colectivo abandonado sobre la Ruta 4. En estos tiempos difícilmente hubiesen podido emprender y culminar con éxito semejante travesía. Pero en aquellos ‘90 no había cámaras de seguridad en ninguna esquina.
El funcionario elegido para dar la cara ante los medios era Juan Carlos Hitters, subsecretario de Justicia de la Provincia. El hombre no se anduvo con vueltas y dio a entender que semejante fuga tenía una explicación. Y contó que esa noche, como en otras muchas noches desde hacía mucho tiempo, una de las cárceles más grandes y complejas de la Provincia contaba con 25 guardias para controlar a 2.800 reclusos. Aclaró que el total de custodios andaba por los 400 pero divididos en turnos. Los números, de todos modos, no cerraban y esa noche eran 25 contra 2.800.
A esa altura, el gigante carcelario de la avenida 44 hacia al fondo sur tenía una superpoblación que orillaba el 80 por ciento.
Se criticó mucho que los primeros funcionarios civiles llegaran al penal a las 11 de la mañana cuando la fuga se había descubierto varias horas antes. Y lo primero que hizo el juez del caso, Pablo Peralta Calvo, fue pedir la lista de oficiales y suboficiales que estaban -o debían estar- en ese momento.
A la hora de pasar el peine sobre lo ocurrido y deslindar responsabilidades, al juez el asunto le hacía ruido por todos lados. La ausencia de aquel candado era, se decía, una minucia comparada con otras supuestas irregularidades advertidas. Una de ellas dio lugar a la más desopilante leyenda urbana en el ambiente “tumbero”.
Al revisar una y otra vez el derrotero de los prófugos se advirtió que el portón por el que habían salido estaba a pocos metros de la entonces Escuela de Suboficiales. Pero eso tampoco movió a demasiadas sorpresas. Lo raro fue la actitud de cinco perros ovejeros que dormían en ese lugar y que, según las declaraciones posteriores, ni se mosquearon ante la presencia de los evadidos. Se explicó entonces que esos perros compartían el sector con unas ovejas que por entonces se criaban ahí.
“Cuando empezaron los trascendidos no faltó quien dijera que los evadidos habían conseguido confundir a los perros poniéndose al hombro a las ovejas y caminando sigilosamente con ellas”.
La escena parecía arrancada de un dibujo animado, de esos de la inolvidable Pantera Rosa.
Como una bola de nieve, una habladuría llevó a la otra hasta configurar una escena con todo y diálogos.
“Si viene un perro vos decile que sos una oveja”, juraban haber oído de otro oído y otro oído más y otro más.
La fuga fue un escándalo político, por sobre todo.
Oficialmente se difundió una lista de los evadidos con la sola aclaración de que se trataba de invididuos de “máxima peligrosidad”, sin aclarar el grado de los delitos cometidos o que se les achacaban.
Eran, según ese informe, Ángel Eduardo Flores Centurión, Eduardo Ramón Báez Florentín, Mario Alberto Avalos Almada, Norberto Alfredo Benito Capristo, Ramón Leonardo Zalazar Penayo, Alejandro Tomás Russo Jaime, José Luis Rodríguez Sanabria, Luis Marcelino Bogado Serpa, Marcelo Alejandro Quiroga, Guillermo Ricardo López Blanco, Orlando Abel Olivares González, Juan Domingo Acuña Navarro, Mario Marcelo Benítez Maciel y Gustavo Volpiniesta Chávez. El número 15, el que no pudo seguir la fuga porque se desangraba, fue identificado como Daniel Rafael Bazán Becerra.
La frase, atribuida a uno de los evadidos, quedaría en el anecdotario tumbero donde fantasía y realidad comparten desde tiempos lejanos una eterna ranchada.
“Vos decí que sos una oveja”.
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