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La Casa Rosada y la multitudinaria manifestación en la plaza / Télam
Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com
La clase política argentina dejó pasar ayer la oportunidad de dar una clase magistral de convivencia democrática, madurez cívica y responsabilidad institucional. El demencial intento de asesinato contra Cristina Kirchner así lo ameritaba. Por la gravedad de un hecho que, como mínimo en los últimos 20 años, es disruptivo, algo a lo que los argentinos no estamos acostumbrados. Pero también porque es la vicepresidenta de toda la República, no sólo de una facción, y por su peso en el esquema oficialista es la dirigente en funciones más importante del país.
Sin embargo, al cabo de un día atípicamente feriado, cruzado por tensiones, una gran marcha partidarias de respaldo a Cristina por ser la víctima del intento de magnicidio y especulaciones sobre las motivaciones que cruzaron la cabeza del atacante, el saldo de la jornada fue la confirmación de egoísmos, sinrazones, lógicas maníqueas para buscar explicaciones y culpables conceptuales y la ratificación de que ni un hecho de enorme conmoción pública es capaz de cerrar la llamada grieta. Las responsabilidades son compartidas.
¿No hubiera sido plausible que, convocados por el presidente Alberto Fernández porque la historia lo puso en este momento como líder del país, los ex mandatarios de la etapa democrática que aún viven, más los jefes de los bloques parlamentarios nacionales y los titulares de los partidos políticos con representación en el Congreso se juntaran para amplificar la idea de que ningún tipo de violencia es posible en democracia? Salvando las distancias obvias, una foto deseada de una contundencia comparable, por ejemplo, a la de aquellos días pasados en los que la política se abroqueló para repudiar los alzamientos carapintadas.
La dirigencia política mostró su desinterés o su incapacidad para cerrar la grieta
Después de su discurso del jueves a la noche, en el que insinuó lo que después se ratificaría, el Presidente convocó ayer a “representantes de los sectores sindicales, sociales, empresariales, de derechos humanos y diferentes credos” para construir un amplio consenso contra “los discursos del odio y la violencia”. La oposición a su gobierno no estuvo incluida en la invitación.
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El motivo: desde el peronismo (gobernadores, sindicalistas, intendentes, etc.) se aseguró durante toda la jornada que el ataque del brasilero-argentino Fernando Sabag Montiel es el resultado de discursos violentos y campañas mediáticas emprendidas por dirigentes opositores, periodistas independientes y los funcionarios judiciales que están juzgando a Cristina por corrupción en -dato no menor- forma oral y pública.
Es una visión que exculpa a los propios de cualquier responsabilidad por el clima odiador que impera en el país, olvidando comportamientos objetables que, en este sentido, tuvieron en el pasado y en el presente. Que victimiza no sólo a Cristina, sino a todo el oficialismo. Que busca instalar la idea de que si la convivencia democrática está en riesgo es porque se critica al partido de gobierno y se emparenta la investigación periodística con ideología política adversaria.
Ayer, el gobernador Axel Kicillof, quien tiene el segundo cargo más importante del país, fue de los más contundentes sobre esta forma de pensar: culpó a los medios por lo que hizo Sabag Montiel y lo asoció al alegato inculpatorio del fiscal Luciani en la causa Vialidad. No fue el único.
Desde la misma noche del ataque a la vicepresidenta, las voces opositoras se habían expresado por las redes solidarizándose con Cristina y condenando el ataque. Desde Mauricio Macri a Gerardo Morales, pasando por Rodríguez Larreta. Pareció una gota de sensatez y civilidad inicial. La ilusión de que, por un rato, oficialistas y opositores dejarían sus diferencias de lado para responder a la interpelación de la historia. Pero no; habría hendiduras, quiebres, miserias.
Más allá de personajes tuiteros menores, la nota la dio la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, que eligió atacar a Fernández en vez de repudiar el atentado. “El presidente está jugando con fuego: en vez de investigar seriamente un hecho de gravedad, acusa a la oposición y a la prensa, y decreta un feriado para movilizar militantes. Convierte un acto de violencia individual en una jugada política. Lamentable”, escribió en redes después de la cadena nacional, como para ratificar aquello de que ella es halcón y no paloma.
Una mirada piadosa podría decir que, tal vez, la decisión presidencial del feriado no asomaba tan cuestionable el jueves a la noche. Creamos que Fernández intuyó que la feligresía cristinista quedó a un tris de la explosión por lo que le pasó a su lideresa, lo que podría provocar, el día después, desde tumultos callejeros hasta pequeñas trifulcas en lugares de la cotidianeidad ciudadana, como escuelas, espacios de trabajo, comercios y demás. Por aquello de que la grieta está en todos lados. En todo caso, lo discutible, y que Bullrich pretendió incluir como insumo de debate, es que la liberación del día terminó siendo un guiño estatal para un sólo bando político porque el Presidente así lo convocó desde la cadena nacional.
Fuentes de Juntos por el Cambio contaron que hubo charlas para sacar un comunicado conjunto de ese espacio opositor rechazando el ataque a Cristina, lo que hubiera tenido mucha más fuerza y densidad política que las expresiones por separado de sus exponentes. Pero no habrían podido acordar por la negativa de algunos actores de peso, como la propia Bullrich y Elisa Carrió, quien sólo se limitó a tuitear: “El camino es la no violencia”. La chatura, la falta de grandeza y la tendencia al ombliguismo no reconoce colores partidarios. Y también explica en parte porqué llegamos a donde llegamos: puede haber grados distintos de responsabilidades, es verdad, pero la Argentina está inmersa en un tango sin remedio que se baila de a dos.
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