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La Ciudad |Traumas que pueden ser paralizantes

“Astrafobia”: experiencias de platenses con pánico a las tormentas

Hay quienes le temen al viento, a la lluvia o a los rayos. Muchos prefieren no salir de su casa y otros no soportan estar allí ante una eventualidad climática. Viven pendientes del cielo y el pronóstico. Cómo enfrentar fenómenos sobre los que no tenemos control

“Astrafobia”: experiencias de platenses con pánico a las tormentas

Catástrofes naturales. Las noticias sobre temporales retroalimentan las fobias de quienes las padecen. “Miro los noticieros y me doy cuenta de que mi miedo no es fantasioso. Se caen muchísimos árboles”, dice Paula

Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

24 de Diciembre de 2023 | 03:53
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Anna Whitaker, el personaje de una miniserie de Netflix que toma cantidades exorbitantes de vino y enloquece a su comunidad en la certeza de haber presenciado un asesinato, se caracteriza por tener un miedo irracional a la lluvia; tanto, que se desmaya ante la sola idea de tener que tomar contacto con ella. Ese terror existe y se llama ombrofobia, parecido a la pluviofobia, sólo que este último combina también la astrafobia (miedo a las tormentas y a los relámpagos); acuafobia (miedo a ahogarse) y antlofobia (miedo a las inundaciones).

De hecho, Estados Unidos tiene bien documentada esta patología. Según los archivos de la Asociación de Psiquiatría Americana (APA), se estima que entre un 2 y un 3 por ciento de los pacientes que sufren una fobia le tienen miedo a la lluvia; dos casos de cada 1.000 son severos y 76 de cada 1.000 son de tipo medio. Las fobias a fenómenos meteorológicos representan el 12 por ciento de las que enfrenta la población, en general.

Según la APA, este tipo de trastorno pueden tener como base una posible predisposición genética a los efectos nocivos del estrés, dispararse por un incidente traumático causado por la lluvia, como una inundación, o que haya sucedido mientras ocurría una tormenta. El personaje de la serie la asocia con la muerte de su hija, ya que llovía cuando se despidió de ella la última vez.

EL CASO DE ANA

Algo parecido le pasó a Ana, una jubilada platense de 69 años que desde hace algunos meses no puede quedarse en la casa cuando llueve. Todavía no hizo terapia ni está en sus planes recurrir a ella para abordar el problema, pero su familia está convencida de que la reciente muerte de su esposo le disparó el trauma: “Falleció en la vereda de su casa, bajo una tormenta tremenda”, cuenta Fabiola, su nuera.

En una ciudad como La Plata, con una historia colectiva trágica y reciente ligada con una inundación, además de tormentas severas que ocurren muy frecuentemente, es habitual toparse con personas que manifiestan inquietud o malestar al escuchar el ruido de un trueno. Ni hablar si se trata de una alerta en el pronóstico del tiempo.

“El temor a las tormentas suele denominarse ‘astrafobia’ o ‘brontofobia’”, confirma el Médico Especialista en Neuropsiquiatría Diego Sarasola, antes de aclarar que “para algunos es el temor a los rayos, pero se acepta la generalización en su denominación como ‘a las tormentas’”.

¿La fobia es igual al miedo? Según Sarasola, “el miedo en sí mismo es una emoción que muchas veces es protectora y tiene que ver con los mecanismos de supervivencia. Como todo en salud mental, muchas veces la diferencia entre una emoción no patológica pero intensa y su contraparte patológica es una línea sutil, gris y difícil de diferenciar”.

EL CASO DE PAULA

“Desde chica le tengo mucho miedo al viento”, confiesa Paula (48), convencida de que es una suerte de herencia familiar, sobre todo de la madre, quien también padece el llamado “pensamiento trágico”.

Lo que aterra a Paula son “las cosas que se vuelan, los árboles que caen sobre los autos. Cuando mis hijos eran chiquitos y los iba a buscar el padre, si había viento los volvía locos diciéndoles que se tiraran en el piso del auto. Y si estaban en la escuela, que se alejaran de las ventanas o se resguardaran debajo de las mesas”, cuenta, tan consciente de que su miedo es irracional como ella incapaz de controlarlo: “Si no me contestan, creo que se les cayó un árbol encima”.

Aunque Paula heredó el pensamiento trágico de sus padres y logró que sus hijos -ya adolescentes- siguieran muchos de sus consejos, ellos no padecen esos miedos paralizantes.

“Si hay viento o tormenta, tengo la necesidad de saber que ellos están adentro. También les tengo miedo a los rayos en la playa. Si veo una nubecita negra, escucho un trueno o que alguien dice que viene una tormenta, empiezo a decirles ‘corran, dejen todo así y vamos’”.

Paula llevó esta problemática a su terapia y está perfectamente al tanto de que “todas las ideas intrusivas son mecanismos de regulación de ansiedad”, que se pueden tratar con medicación o la autorregulación que parte de racionalizar que “a esas ideas las alimento yo. Si me asusto, genero más ansiedad y la idea intrusiva se posiciona”. Todo esto la ayudó, aunque admite que la ansiedad vuelve cada vez que pierde “el rango de control”.

No obstante, considera que su miedo al viento o a las tormentas en la playa no es del todo “infundado o fantasioso, porque prendés la tele y ves que se cayeron 800 árboles. De hecho, un conocido mío murió así y a mi papá, hace unos años, le cayó al lado una pileta de lona que voló desde una terraza y pudo matarlo”.

Sarasola, que también es investigador en Áreas de Neurociencias y desórdenes cognitivos, detalla que “el DSM V (Libro de Asociación Estadounidense de Psiquiatría), define a la fobia como miedo o ansiedad intensos por un objeto, o situación específica que producen ansiedad inmediata, con reacciones evitativas, siendo desproporcionado al estímulo real, evaluado en su contexto sociocultural”.

“Para que una fobia sea catalogada como tal, debe durar meses o años”, explica, “y causar un malestar clínicamente significativo”. Según el profesional, las tasas de prevalencia en América Latina oscilan “entre el 2 y el 4 por ciento siendo mayores en los niños”.

EL CASO DE MARICEL

Maricel, una platense de 49 años que vive “pendiente de los noticieros por el pronóstico del tiempo”, puede dar fe de ello. Desde muy chiquita pasaba el tiempo en la casa de su madrina, quien prácticamente se hizo cargo de su tutela después de que sus padres murieron cuando ella tenía 10 años.

“Mi madrina quedó traumada con las tormentas porque de chica vivió en un ranchito, pero cuando yo iba ya tenía una casa de cemento e igual me despertaba si llovía de noche, me decía que me pusiera debajo del marco de la puerta o de una mesa, cortaba la luz y prendía una vela. Nos hacía mirar por la ventana”, recuerda, “y eso me quedó grabado”.

Maricel le tiene terror al viento, sobre todo si ve o escucha historias como la que golpeó a Bahía Blanca recientemente. “Siempre estoy muy pendiente”, reconoce, “lo primero que hago cuando me levanto es mirar al cielo, a los cuatro puntos cardinales. Si viene negro y el pronóstico anuncia viento o tormentas fuertes, no salgo, porque solamente si estoy en mi casa no me dan ataques de pánico”.

Esta obsesión le hizo perder fiestas, salidas, reuniones. Y la sume en distintas rutinas que cumple a rajatabla. Por ejemplo, como vive en un primer piso, si pronostican tormentas para el día siguiente “cargo el tanque de agua para que no se vuele”, cierra muy bien puertas y ventanas y regularmente le pide al hijo que suba al techo para ajustar los tornillos que clavan las chapas. “Antes tenía clavos, pero desde que un techista me dijo que se podía asegurar mejor, puse tornillos”, explica.

A pesar de sentirse segura dentro de su casa, en Los Hornos, Maricel no logra dormir si hay mucho viento, como tampoco continuar con cualquier actividad si una tormenta inesperada la sorprende fuera de ese domicilio que considera su mejor refugio. Tiene dos hijos de 18 y 23 años, pero, por suerte “ninguno sufre de este pánico”, aclara.

Diego Sarasola explica que hay tratamientos para abordar este problema: “Se realizan por terapias específicas, preferentemente cognitivo conductuales, y en casos intensos o conductas evitativas repetidas, puede necesitarse medicación psicofarmacológica”.

El CASO DE CINTIA

La vida de Cintia Ríos (46) era normal hasta el 2 de abril de 2013, cuando volvió a su casa de Tolosa y encontró todo lo que tenía flotando en más de un metro de agua. “Hasta ese momento no me importaba si llovía o no. Salía, iba al cine, me reunía con amigos. Ahora no, si llueve, me quedo en mi casa. Y si estoy afuera, tengo que volver como sea”.

Después de aquel evento trágico Cintia participó de las asambleas que se organizaron para asistir y contener a los afectados: “Estuvo bueno porque había apoyo psicológico”, recuerda; “hice terapia de grupo con otros que habían pasado por lo mismo. Todos fuimos contando nuestras historias, sacándolas como pudimos y escuchar otras voces estuvo bueno”.

En los últimos años Cintia hizo terapia psicológica individual y, aunque su trauma no fue el disparador, lo trató en las sesiones. De cualquier modo, considera que “es difícil que se me vaya el miedo. Me dicen que trate de pensar en otra cosa, que me entretenga, pero lo único que me tranquiliza cuando llueve es estar en mi casa, por el terror a que se vuelva a repetir la historia”.

“El evento que ocurrió en La Plata claramente puede causar, y de hecho ha causado, situaciones de estrés postraumático que aún hoy seguimos viendo en muchos pacientes”, admite Sarasola.

Los expertos reconocen que la astrafobia puede ser altamente incapacitante, sobre todo en aquellos climas que favorecen la aparición de tormentas, por lo que la persona puede ver condicionado su día a día por la aparición de estos fenómenos, así como el desgaste que supone soportar constantemente los altos niveles de estrés que provoca.

“Mi madrina me despertaba de noche si llovía y me decía que me pusiera debajo de una mesa”

Ana no puede quedarse en su casa cuando hay tormenta. Su marido murió en la vereda, bajo la lluvia

 

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Cintia Ríos. Tuvo que recurrir a terapia de grupo después de la inundación. Hoy no puede estar fuera de su casa cuando llueve

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