Estimado lector, muchas gracias por su interés en nuestras notas. Hemos incorporado el registro con el objetivo de mejorar la información que le brindamos de acuerdo a sus intereses. Para más información haga clic aquí

Enviar Sugerencia
Conectarse a través de Whatsapp
Temas del día:
Buscar
Información General |Nacer y parir distinto

Historias de adopción y de amor en La Plata

María Violinda vivió sus primeros cuatro años en la Casa Cuna, donde conoció a quienes terminaron siendo su mamá y su hermana. Después de muchos intentos de embarazo fallidos, Virginia y su esposo se convirtieron en padres en plena pandemia. Lucía y Julián esperan serlo pronto, por la misma vía

Historias de adopción y de amor en La Plata
Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

16 de Abril de 2023 | 03:13
Edición impresa

“Nunca le dijimos ‘cuando estuviste en la panza’. Siempre hablamos de ‘cuando viniste’”, dice Virginia, mamá de una niña de 4 años, desde hace poco más de dos.

Es que la adopción se parece mucho a eso, a parir de otra forma y a nacer de nuevo, con una familia, apellido y documentación distintos, pero como parte de una misma historia: la de los padres y la de los hijos.

Las páginas oficiales dan cuenta de que en el Registro de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos pueden anotarse “matrimonios, integrantes de una unión convivencial o una única persona”, siempre que sean mayores de 25 años, argentinos o extranjeros con, por lo menos, 5 años de residencia en Argentina. La inscripción es única, gratuita y válida para todo el país.

No hay muchos más detalles.

Quienes decidan recorrer ese camino tendrán que bucear entre sitios web, grupos de personas con experiencias similares que se conectan en redes sociales para compartir las suyas, y, finalmente, con especialistas de los juzgados que, ya con los trámites avanzados, pueden asesorarlos y contenerlos en las entrevistas previas. Es que todo el proceso está minado de interrogantes, contradicciones y, sobre todo, miedos.

Tres mujeres platenses que lo vivieron (y viven) desde distintos lugares, hablan de ello.

María Violinda, de 30 años, vivió en Casa Cuna hasta los 4. En plena pandemia, Virginia y su esposo Ignacio adoptaron una niña de 1 año y medio. Lucía, junto a su marido, Julián, recibieron el alta como postulantes del Registro Central de Adoptantes en julio de 2021 y esperan la oportunidad de convertirse en padres. Estas son sus historias.

“MI MIEDO MÁS GRANDE ERA PERDER A ESTA FAMILIA”

María Violinda Franco tenía apenas dos meses cuando la policía la retiró de su casa, donde convivía con un padre golpeador y una madre que “no podía hacer nada con eso. Ya se habían llevado a mis ocho hermanos; solamente quedaba yo. Mi madre biológica no quería entregarme”, dice. Varios años después, su padre formó otra familia y todo terminó de manera trágica.

Pero eso no es parte de su propia historia, que transcurrió, durante los primeros 4 años, en Casa Cuna. Allí eran voluntarias Dora Beatriz Iglesias y su hija. María Soledad Franco, quien por entonces era una adolescente que no llegaba a los 20.

“Ellas me contaron que me vieron y se enamoraron; parece que las enloquecí con mis rulitos”, recuerda Violinda, después de aclarar que sus padres no tenían planeado adoptar, hasta entonces. De esa época “recuerdo lo que me contaron. Tengo algunos destellos”, revela.

“Cuando cumplí 15 años nos reunimos los cuatro, nos sentamos en la cama de mi mamá y de mi papá y me contaron todo, para que yo conociera mi historia. Toda la vida sentí que me parecía mucho a mi papá y a mi hermana, pero cuando me dijeron que era adoptada surgió en mi cabeza que ya lo sabía. Me dieron mi expediente, que parece un libro, con un montón de hojas, me contaron cómo eran mis papás y por qué no estaba con ellos. Y eso me angustió, porque mi papá era una persona mala. El alcohol y las drogas lo llevaron a hacer cosas muy feas. Tuvo otra bebita con otra mujer, mató a la nena y cuando fueron a arrestarlo, terminó en un tiroteo. Esto fue en 1996 o 1997. No recuerdo”, explica. De su madre biológica no supo nada más, ni tuvo el deseo de indagar. Tampoco rastreó a sus hermanos. “Mi miedo desde pequeña fue perder a esta familia que tengo, porque me rescató”, aclara.

Reconstruye Violinda que a los Franco les demandó casi cuatro años concretar la adopción, ya que “había otras familias interesadas. Me llevaban todos los fines de semana y volvía a Casa Cuna sin ganas, porque en el último tiempo ya los veía como mi papá, mamá y hermana”. ¿Por qué tenía que irse de ahí?

Por eso, y aún después, los domingos a la noche siempre fueron de mucha angustia para ella.

Dora murió en 2016, por un cáncer de pulmón. Violinda la recuerda a través de cartas que le escribe, entre otras cosas, para agradecerle. En el listado de personas que fueron clave para su vida también resalta, entre muchos otros, el nombre del juez de menores Julio Bardi (en ese momento intervenía este fuero), quien, aseguran los Franco, tuvo en cuenta que la niña se había vinculado con esa familia y, en definitiva, “escuchó su voz”.

Cuando ya estaba legalmente adoptada, Violinda se sumó al ritmo cotidiano de los adultos que la cobijaron. “Iba todos los días al jardín donde mi mamá daba música, a la oficina de mi papá”, Raúl Horacio, que era martillero, y “a tomar café al Costa Azul. Los clientes eran como mis tíos”, se ríe.

Hoy, Violinda convive con su pareja, “un chico fantástico”, lo describe, baila zumba con Silvana, la mujer que primero fue su niñera y hoy es su mejor amiga y tiene gatitos. “Una vida linda”, reconoce. De vez en cuando va de visita a la ex Casa Cuna (actual Hospital Dr. Noel H. Sbarra), donde le encantaría trabajar alguna vez. Sueña con tener hijos o adoptar, aunque ese proyecto no es posible, por ahora: “Hice muchísimos cursos, de computación, auxiliar docente, chef, pero no consigo trabajo. Cuando cambie la situación económica voy a ser mamá”, se entusiasma.

“ELLOS VAN A SER TUS PAPÁS”

Virginia (41) y su novio se conocieron hace 20 años y poco tiempo después se fueron a vivir juntos. Cuando ella se recibió de psicóloga empezaron a planificar una familia de “más de dos, aunque la verdad es que yo quise ser mamá toda mi vida”, admite.

“Estuvimos varios años probando de manera natural, pero como el embarazo no acontecía, después de dos años fuimos a hacernos estudios. Aparentemente estaba todo bien; por eso nos diagnosticaron esterilidad sin condición aparente e hicimos tres tratamientos de fertilización asistida”, relata.

Como en ese momento (2012) todavía no había sido sancionada la Ley de Reproducción Asistida, la pareja encaró los tratamientos de manera privada. “Cuando los hicimos valían alrededor de 15 mil pesos cada uno; era un montón de plata”, apunta Virginia. Y ninguno resultó.

“Cuando nos repusimos de eso, en 2017 y ya con la ley, empezamos a hacer todos los trámites para una fertilización in vitro en la clínica que nos correspondía por la obra social. Resultó, quedé embarazada y al mes lo perdí. Según la médica, fue un embarazo químico”, explica Virginia, quien pidió mantener su apellido en resguardo.

Poco más de un año después de este nuevo golpe, en julio de 2019 la pareja empezó a pensar seriamente en la adopción.

“En realidad esa posibilidad estuvo siempre, pero la cuestión de insistir con lo biológico te limita bastante”, explica. Se sabe que los deseos en cualquier pareja no suelen suceder al mismo tiempo; sin embargo, en este caso sí pasó. Y, “sin tener mucha idea de qué se trataba”, admiten, se anotaron en el Registro.

“Nos fuimos enterando de cómo era todo durante el proceso –afirma la mujer- porque no tenemos a nadie cercano que haya pasado por eso y no hay tanta información clara; hay información jurídica, pero son cuestiones son difíciles de entender y de dimensionar, sobre todo atravesados por lo emocional, que te nubla un poco la razón”. Se enteraron así de “cosas básicas”, según las describe Virginia, como “que los juzgados tienen turnos, que no podés ir a cualquiera, ni cuando quieras. Nos inscribimos online y juntamos los papeles que nos pedían” (DNI, constancia de Cuil, inscripción a monotributo, y/o recibos de sueldo). Supieron también que no era necesario que estuvieran legalmente unidos: “Tuvimos que probar la convivencia”, agrega.

Más allá de toda esta andanada de información y no poca burocracia, rescata la mujer que el “proceso, en nuestro caso, fue muy rápido. En agosto (2019) sacamos turno en el juzgado de familia y el 31 de octubre de ese mismo año nos dieron el alta en el Registro”, después de mantener entrevistas con la psicóloga y la trabajadora social del juzgado y con un médico que les extendió un certificado.

Consultados sobre su voluntad adoptiva, “pusimos que estábamos dispuestos a adoptar hasta tres hermanitos, de entre 0 y 6 años”, detalla Virginia. Una vez que les notificaron el alta, ella y su marido optaron por no pensar demasiado en el asunto; después de todo, las heridas que abrieron las decepciones aún no habían cicatrizado del todo y atravesaban etapas nuevas, como el mudarse a su propia casa, donde había un cuarto vacío que pronto sería ocupado. Ellos, claro, no lo sabían.

La inscripción, que se hace en el Registro de cada jurisdicción, es única y válida para todo el país

Se mudaron en febrero del 2020, menos de un mes antes de que la pandemia nos encerrara a todos (los funcionarios, para ser justos). En diciembre de ese año, Virginia se disponía a atender en su consultorio, cuando recibió un llamado que la paralizó. Era del juzgado. Querían saber si seguía firme su decisión de adoptar y les proponían mantener una entrevista virtual ese mismo día. Su marido acababa de viajar a Neuquén por trabajo, de modo que programaron la reunión vía zoom para el día siguiente, con dos psicólogas del equipo del Juzgado.

“Teníamos los nervios de punta- admite-; nos dijeron que estaban rehaciendo las entrevistas porque muchas parejas habían desistido de adoptar, porque ya no estaban juntas (el aislamiento causó muchas separaciones) o porque la debacle económica ya no les permitía sostener a otra personita”.

Menos de una semana después tuvieron una segunda entrevista, en la que las profesionales ya mencionaron la posibilidad de un proyecto adoptivo concreto. “Era más real”, dice Virginia, “había alguien esperando. Eso fue un lunes, el miércoles me propusieron tener una reunión a solas (siempre virtual) y en ella se les escapó que era una nena. Me largué a llorar”. Su pareja continuaba de viaje, “en el medio de la montaña”, de modo que le contó la novedad en audios de WhatsApp, con la voz entrecortada.

La siguiente entrevista fue a los dos días, ya con su marido. Y una pregunta que les hicieron resultó definitoria: “Nos preguntaron qué nos une y los dos dijimos ‘la música’. Nuestra hija es súper musical, canta todo el día. Ellas se miraron y se ve que matcheamos con ese rasgo. Enseguida nos dijeron que íbamos a tener la posibilidad de vincularnos con ella”, que estaba alojada en un hogar destinado a chicos rescatados de violencia familiar. Lo que vino después fue rápido y conmovedor, por partes iguales.

Conocieron a esa pequeñita de un año y medio el 20 de diciembre del 2020, en la Plaza Belgrano. Ellos la vieron bajar de un auto, de la mano de su cuidadora y una psicóloga.

“Tenía un vestidito, estaba hermosa... y con una cara de culo que se la pisaba”, recuerda Virginia, entre la emoción y la risa; “las chicas le dijeron ‘ellos van a ser tus papás’, pero nada. Seguía agarrada de la cuidadora, que nos observaba todo el tiempo”. Tendieron una manta sobre el césped y colocaron encima los juguetes de la niña. Nada fluía, hasta que Virginia empezó a cantar ‘Hawái’, de Maluma, que no paraba de sonar por esos días, y ambas conectaron: “Me miró, se rió y estuvimos más de dos horas cantando y jugando”. Hubo un segundo encuentro un par de días después, ya a solas y en la casa de la pareja. Para el tercer contacto, la niña se quedó a dormir en la casa que hoy es la suya. “Llegó el 23 de diciembre y no se fue más. Esa Navidad fue hermosa”, recuerda Virginia.

“QUEREMOS CONCRETAR UN SUEÑO”

Lucía y Julián sueñan con ser papás, casi desde que se conocieron. “Al no tener la posibilidad de tener hijos en forma natural, surgió la idea de hacer el tratamiento de ovodonación, para lo cual concurrimos a un centro de fertilización asistida. Intentamos dos veces en 2019, pero no tuvimos éxito. Por eso, luego de la pandemia, optamos por inscribirnos en el Registro Único de Adopción”, cuenta ella.

En ese proceso, tanto Lucía como su esposo analizaron “las diferentes alternativas para tener hijos. Y llegado el momento, los dos estuvimos de acuerdo en intentar por la vía de la adopción; encaramos juntos el trámite”. Al igual que pasó con Virginia e Ignacio, esta pareja empezó a investigar a través de internet.

Más del 90% de quienes se postulan para adoptar piden bebés de hasta 2 años, sanos

“Visitamos las páginas oficiales, para conocer la documentación y la normativa. Y aunque es un tema reservado de la pareja, nuestros padres y hermanos tienen conocimiento, y nos apoyan”.

Esta pareja ya presentó la documentación en el juzgado platense que estaba en turno en ese momento, mantuvo entrevistas virtuales (por pandemia) con una psicóloga y una asistente social y a fines de 2021 los inscribieron en el Registro. “Ahora estamos a la espera”, cierra Lucía. En su caso, en la disponibilidad adoptiva detallaron “hasta dos niñas/os de entre 0 y 3 años”.

A la hora de hablar de miedos, en este tipo de proyectos, son muchos. Menciona Lucía a las “marcas que la historia de vida de ese niño o niña a adoptar les pudo haber dejado”. También los inquieta la “demora en la concreción del trámite y la posibilidad de que pase el tiempo y no lo logremos”.

En redes
En redes sociales hay grupos de personas que atravesaron por la misma experiencia. Uno de ellos es “Ser familia por adopción”, que a través de Facebook e Instagram ofrece información, charlas, actividades y, sobre todo, respuestas a muchos interrogantes legales.

 

 

Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE a esta promo especial
Multimedia

Violinda (derecha), con su padre Raúl y su hermana, María Soledad. “Toda la vida sentí que me parecía mucho a ellos”, cuenta / el dIa

Violinda fue adoptada cuando tenía 4 años. A los 15, sus padres y su hermana le contaron toda su historia, que figura en un expediente “parecido a un libro gordo, con un montón de hojas”, recuerda / Demian alday

+ Comentarios

Para comentar suscribite haciendo click aquí

ESTA NOTA ES EXCLUSIVA PARA SUSCRIPTORES

HA ALCANZADO EL LIMITE DE NOTAS GRATUITAS

Para disfrutar este artículo, análisis y más,
por favor, suscríbase a uno de nuestros planes digitales

¿Ya tiene suscripción? Ingresar

Full Promocional mensual

$670/mes

*LOS PRIMEROS 3 MESES, LUEGO $6280

Acceso ilimitado a www.eldia.com

Acceso a la versión PDF

Beneficios Club El Día

Suscribirme

Básico Promocional mensual

$515/mes

*LOS PRIMEROS 3 MESES, LUEGO $4065

Acceso ilimitado a www.eldia.com

Suscribirme
Ver todos los planes Ir al Inicio
cargando...
Básico Promocional mensual
Acceso ilimitado a www.eldia.com
$515.-

POR MES*

*Costo por 3 meses. Luego $4065.-/mes
Mustang Cloud - CMS para portales de noticias

Para ver nuestro sitio correctamente gire la pantalla