La miseria es proporcional al déficit del Estado

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Jorge Remón

El déficit no es de izquierda ni de derecha, simplemente significa perder el dinero de todos. La frase atribuida hace unos años a un dirigente reconocido como luchador por los ideales de la socialdemocracia sintetizó un concepto que los partidos de centroizquierda adoptaron y a partir del cual intentan administrar los Estados nacionales.

El equilibrio presupuestario era para ellos un objetivo totalmente subordinado a la consolidación del bienestar social. En la mayoría de los países sudamericanos siempre se encontraban justificaciones para el déficit. Así ocurre en la Argentina a pesar que en Chile, Uruguay, Paraguay y Perú los partidos de izquierda y derecha evitan financiar al sector público por medio de la emisión incontrolada de dinero y el crónico endeudamiento.

En nuestro país el gasto del Estado ha requerido el establecimiento de impuestos, contribuciones y tasas que no atienden a los diferentes ingresos de cada sector social.

Así ocurre por ejemplo con el IVA, por el que pagan el mismo porcentaje ricos y pobres y afecta a productos de primera necesidad. Otros impuestos significan el cincuenta por ciento del precio hasta de los alimentos.

Un sistema totalmente injusto también se manifiesta en los subsidios al consumo de electricidad del que gozan aun todos aquellos que no lo necesitan. Además, se repiten situaciones como la de Aerolíneas Argentinas, utilizado por un limitado sector social pero cuyo déficit es solventado por toda la población.

Las irracionalidades llegan a lo absurdo y aun los partidarios de un gran Estado privatizaron la asistencia social a los sectores sumergidos en la miseria. La distribución de los cuantiosos fondos destinados a ese objetivo está a cargo de organizaciones políticas o de las denominadas sociales, que no han estado sometidas a un control que evite las desviaciones.

La Argentina gasta más de lo que produce y el dispendio, la ineficacia y la corrupción tanto en el sector público como en el privado tienen como consecuencia que los periodos en los que suele crearse una sensación de bienestar general son cada vez más cortos, con crecientes diferencias entre ricos y pobres, basados en un exagerado gasto del Estado. La consecuencia es que las crisis son cada vez más profundas y generan el aumento de la pobreza hasta extremos de enorme magnitud, que se manifiestan en la miseria que impide la alimentación adecuada, las mínimas prestaciones de salud y de educación para más del cincuenta por ciento de los argentinos.

 

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