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El neerlandés presenta en el Bafici su última película, "If yes, okay", una extrañísima coming of age que bebe y se embriaga de todos los géneros para contar la historia de una familia millonaria y su hija que se rebela montando una obra Kabuki
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
Artista, músico, autor, cineasta. “Deforme”, como se define él, atravesado por las mil culturas que habitó durante una ecléctica vida que lo ha convertido en un personaje de culto: Dick Verdult, Dick El Demasiado, está otra vez entre nosotros, para presentar su última película en el Bafici y su último libro en la Feria del libro. También, claro, para tocar su música, su cumbia lunática.
Un ritmo que el artista multidisciplinar nacido en Eindhoven, Países Bajos, se llevó de su infancia en Argentina, siguiendo a su padre, un empleado de Phillips que lo paseó por África del sur, Francia y Guatemala. “Supe siempre que era blanquito, me lo hicieron saber en Guatemala. Cuando vivía en Argentina, en Acassuso, yo sabía que vivía en un barrio bien. Y veía que El Club del Clan masajeaba la cultura de los ricos, mientras que la empleada de casa escuchaba la música: yo le tenía gran cariño, ella se comportó muy bien conmigo, así que esa cumbia, la pollera colorada, la tenía bien metida en la cabeza”, relata.
Esa pollera colorada se mezclaría en los 90 con el dub radical que en esos días ocupaba el tiempo de Dick, y junto con otras influencias nacería así el ritmo que lo ha convertido en una figura de culto en parajes tan lejanos como nuestro país y Japón: la cumbia lunática, que aúna la electroacústica con los clichés de la cumbia estandarizada y la música tropical, en un intento por ampliar sus posibilidades sonoras. Una música, dice en diálogo con EL DIA, “deforme, como todo lo que hago”, atravesada por una mixtura aleatoria que es la de su propio recorrido vital.
Adorado en Argentina por su cumbia, su cine y una personalidad entrañable (aunque “el arte visual de Argentina no me quiere”, se ríe), Dick cuenta que tardó 36 años en volver al país de su infancia tras su partida. Vino, explica, cuando lo invitaron por su música, contento de “poder devolver algo al país que me había tratado tan bien”. Ahora, va por su tercer libro escrito en castellano, “Mis rejas son más lindas que las tuyas”, que presentará en la Feria del Libro.
Pero antes, se encuentra mostrando su última película, “If yes, okay”, en el marco del Bafici, donde tendrá sus dos últimas funciones mañana (22.35, Cine Lorca) y el sábado (13.30, Cosmos). Una película que nació en México: allí “había oído en México sobre los hijos de los narcos: están tan fuera del mundo que se vuelven un problema, porque en el futuro van a ser ministros o directores de bancos”, dice Dick. “Obviamente, esa gente va a tener que decidir si continúan en los pasos de sus padres o hacen otra cosa con su vida. Una decisión difícil: nacer en una cuna de oro y dejarla es difícil”.
La película transcurre en “esa bifurcación” que nos ocurre a todos a los 18 años: “¿Se rebelan o no?”. Pero la acción no transcurre en México sino en sus Países Bajos. “No quería hacer algo que no era mi terreno: me parecía interesante que la historia no ocurriera en un contexto exótico sino en mi propio país, que tiene sus millonarios pero tienen otra actitud, otro pensamiento sobre vivir en el lujo”, explica.
El resultado es un extrañísimo coming of age, “una historia parishiltoniana” que sigue a Amy, la hija de 15 años de una familia extremadamente rica y egoísta, viviendo en su Salón de los Espejos. Amy intenta escapar de la presión de este ambiente tóxico transformando su vida en un capricho extravagante, un teatro venenoso al estilo Kabuki. Este proceso cambia radicalmente su mundo: matar a su padre, como solución temporal, para huir en la noche, no impedirá que entre a un nuevo nivel de locura.
Una “Licuadora supersónica de géneros”, como la definió escritor colombiano Juan Cárdenas, que atraviesa la telenovela orientalista con hilos de conspiración industrial y mafiosa, la secuencia de dioramas k-pop, y la exhibición de atrocidades.
- En los últimos tiempos se vienen filmando muchas historias en clave de farsa sobre los ricos del mundo. ¿Por qué se ha dado este fenómeno?
- Creo que tiene que ver con que los ricos, además de cometer otros errores, se explayaron demasiado en Instagram. Cuando había COVID, un millonario se mostró en su yate enorme, en el Caribe, y decía “cuídense”... Todos se le vinieron encima. Ahí me di cuenta de que, efectivamente, la gente aprendió a leer ese lujo como algo violento. Esa violencia les vuelve: por eso, creo que en este momento han surgido estas películas, la gente los ve como una caricatura. Antes era un deseo de ser así, hoy son un pequeño diablo, se revelan completamente banales, tristones.
- En general, estas películas, como la tuya, tienen una estética recargada, barroca. ¿Es una forma de retratar de manera realista esa opulencia banal?
- A mi me gusta la saturación. En la saturación cuesta más ver todo, como en una kermes: todo te grita. Me interesa este fenómeno. Así que la filmé de modo tan recargado por cuestiones cinematográficas, pero se corresponden muy bien con esa opulencia. Yo quería ser creíble sobre esa posibilidad de realizar cualquier capricho que tienen los ricos, la posibilidad de realizar cualquier capricho y sin pasión, casi. En la saturación, eso se muestra más.
- La puesta que Amy monta de teatro Kabuki se alimenta de esa saturación, también parece reflejar esa naturaleza caprichosa y superficial de la clase alta. ¿Por qué Kabuki?
- A mi me fascina el kabuki, la puesta en escena, los movimientos de los personajes, la percusión… pero soy inculto en eso claro. Y también me fascina ese ingreso en códigos que uno no sabe leer. Por suerte, mi personaje tampoco los sabe leer: es esta chica mimada que se lo inventa, que grita “¡tiene que ser más japonés!”. Es una aproximación totalmente banal a esa cultura.
- Hablando de códigos que uno no sabe leer: tu cine juega un poco a eso, a desacamodar al espectador corriendo el lugar común de lo esperable.
- Sí, es que no soporto los clichés: el cliché es una herramienta para hacer correr la historia más fácil, pero también es la continuación de una mentira. Ahí está lo doloroso del cliché. Por eso, a mi me gusta enfermarlos, darles parásitos para que los clichés se hagan otra cosa. También me gusta mucho contar en una especie de slalom: ¡schlap!, se va para un lado, ¡schlap!, se va para el otro. Es que me gusta entrenar ese músculo tan cansado, y tan poco usado, que es la curiosidad: la gente quiere las salchichas del mismo modelo todo el tiempo. Falta curiosidad. En esta película, se requiere esa curiosidad, esas ganas.
- ¿Tu cine, tu arte, van en contra de la estandarización?
- No es tanto en contra: para mí, esas leyes no aplican. Y ojalá para muchos más.
- Tu trabajo muchas veces se lee en clave biográfica: a partir de tu origen, tu trayectoria ecléctica, surge un arte mixturado, una fusión caprichosa intoxicada de culturas aleatorias. ¿Estás de acuerdo con esta lectura?
- Totalmente. Culturalmente, soy un distorsionado. Y me gusta mostrar que no sufro de eso. A mucha gente le cuesta que la desplacen de una cultura a otra, pero también hay una versión que hace posible disfrutar de esos saltos.
- Esa idea de una mixtura sufrida es al final una idea política.
- Para mi es una fiesta: ni siquiera es que no lo sufrí, lo disfruto. Hace poco me pidieron en un libro japonés, que yo, que soy holandés y que me conocen por la cumbia, hable de la música nigeriana que tanto escuché. Y eso esta impreso: es una joya, esa es la vida que tengo la suerte de haber vivido. Ahora, quiero ofrecer eso: ese es mi arte.
- En ese sentido, tu arte parece ofrecer un aliento hedonista al mundo, esta idea de no sufrir, de jugar. ¿Puede cambiar el mundo, o la fábrica de salchichas ya marcha demasiado bien?
- Me temo que efectivamente el embudo se hace cada vez más estrecho. Yo sé que voy a salir por el agujero, pero muchos no van a salir. No es que me entristece, vendrá otro mundo, pero yo considero el mío muy rico. Es como con los colores Pantone, podés elegir 15 mil colores, pero ahora vamos con la cajita de 14 marcadores…
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