Indefensión frente a los desbordes de la contaminación acústica
Edición Impresa | 8 de Mayo de 2023 | 04:36

En algunas ciudades europeas cuando el índice de ruidos supera el rasero máximo, se encienden los decibelímetros y suena de inmediato una alarma especial, que hace llegar de inmediato a la policía. Allí se ordena detener el tránsito, se apagan los motores, se sofoca todo ruido que pueda provenir de una obra en construcción y virtualmente se detiene la dinámica urbana, hasta que poco a poco se reanuda el movimiento.
Está claro que ese tipo de política contra la contaminación acústica hace que la ciudadanía tome rápida conciencia y se preocupe por no generar un alto nivel de ruidos –se habla, por ejemplo, de los bocinazos, de escapes libros, de música propalada a volumen alto- de modo tal que toda la población, con la rápida y eficaz participación de organismos oficiales, define así una mejor calidad de vida. En Inglaterra está prohibido hacer sonar la bocina en horas nocturnas, hasta las 8 de la mañana.
Es exactamente lo que no se hizo nunca en la Ciudad, convertida hasta hoy en escenario propicio para todos los ruidos molestos, en una situación que no deja de causar graves problemas físicos y psicológicos, trastornos cardiovasculares y otros daños a mucha gente, tal como quedó reflejado en un artículo publicado ayer en este diario.
El tránsito de un parque automotor en constante crecimiento, la presencia de automotores baqueteados, los bocinazos, el tránsito de automóviles que emiten propagandas o músicas a un volumen muy alto, los boliches nocturnos con sus desbordes sonoros, las fiestas clandestinas, los distintos festejos que usan bombas de estruendo y las motos con escape libre, superándose en forma holgada los decibeles máximos permitidos, son algunas de las causas de semejante contaminación acústica en La Plata.
“Es curioso y llamativo que no sepamos vivir en silencio; pareciera que debemos tener un rumor permanente en el cerebro, como un ‘chupete’ sonoro”, señaló una fonoaudióloga platense para agregar que “a quien pide un poco de silencio lo tratan de aburrido, amargo o viejo”. La especialista sostuvo que “en general, no existe conciencia del ruido como un contaminante, a diferencia de otros factores; en los colegios, ni los docentes hablan de la contaminación a través del ruido”, perdiéndose de vista que provoca vaivenes psicológicos, ansiedad y predispone a la violencia.
En el caso de recitales que se realizan en lugares públicos y abiertos de la Ciudad, en plaza Malvinas se constataron niveles muy superiores a los permitidos. En esas condiciones, señalaron, resulta imposible hablar entre personas que se encuentran a menos de un metro de distancia.
Cabe señalar que en los últimos años la Organización Mundial de la Salud ha insistido en que la contaminación acústica no es sólo una molestia medioambiental, sino también una seria amenaza para la salud pública. Uno de los últimos sondeos de la OMS determinó que una de cada tres personas interrogadas en Occidente aseguró haber sufrido durante el día problemas diversos de salud ligados al ruido, mientras que uno de cada cinco sufrió dificultades para conciliar el sueño a causa de los ruidos, algo que eleva el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares e hipertensión.
Se trata, en definitiva, de promover acciones que impidan la proliferación de tantos ruidos dañinos para la salud física y psicológica de la población. Así como existen señales de tránsito y radares destinados a regular la velocidad, la Ciudad debiera contar con equipos que fiscalicen e impidan la contaminación acústica, identificando a quienes la producen y aplicándose las sanciones correspondientes.
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