Estudiantes secundarios de cara al futuro: ¿Vale la pena estudiar?

La UNLP y otras universidades públicas y privadas ofrecen una amplia variedad de carreras, tecnicaturas y cursos, pero cada vez más adolescentes apuestan a una formación por afuera de las facultades. El rol de los colegios. La orientación vocacional. Y el deseo de obtener resultados lo antes posible

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Por ALEJANDRA CASTILLO

alecastillo95@hotmail.com

“Pa, yo sé que a vos te gustaría que hiciera una carrera larga, de 5 años, como hiciste vos. Y que cuelgue el título en la pared. Pero hay otras alternativas. No critico lo que hiciste, pero dejame hacer la mía”, le dice Bautista a Fernando, su padre, durante una charla sobre afrontar o no una carrera tradicional en la facultad. Fernando es abogado. Bautista, de 17, está terminando la secundaria. Y no quiere repetir la historia de su padre, ni la de su madre, Helena, que es psicóloga.

“Conozco chicos que empezaron a programar con un curso y consiguieron trabajo enseguida. Y ganan muy bien. Y no necesitaron hacer una carrera larga, o una especialización. Ni hablar de los chicos que programan juegos o desarrollan aplicaciones para el celular. Yo sé que eso no es para cualquiera, pero hay cursos en los que podés aprender lo básico y después, si te das maña, te vas perfeccionando”, explica Bautista, que vive en la zona Norte de la Ciudad.

¿Cambio de época a manos de una generación con expectativas distintas? ¿O golpe de timón por obra y gracia de una crisis que es mucho más que económica?

“Nuestra generación se formó en la tradición enciclopedista, pero actualmente el mundo necesita formar habilidades”, dice Daniela Leiva Seisdedos, profesora de Trabajo y Ciudadanía en los colegios platenses San Cayetano y Nuestra Señora de Lourdes, e impulsora de un taller del último año de la secundaria, que articula esa etapa con la universitaria. Desde su experiencia, las llamadas profesiones “liberales”, como abogacía, medicina o arquitectura, han perdido fuerza porque “los chicos quieren carreras cortas y vivir la vida”. A la luz de ese aspiracional cayó también en desgracia aquel que reflejaba la adorable Susanita de Quino, cobrando una actualidad impensada el sueño de un Manolito que lo que único que quería en la vida era convertirse en un hombre de negocios.

Ya lo dice Bautista: “Sé de varios chicos que aprendieron oficios y les va muy bien. Uno instala estufas, cocinas o termotanques y tiene trabajo por todos lados. Otro hace reparaciones, pone pisos, revoca paredes, pinta... y también gana bien, porque cada vez hay más gente que no quiere hacer este tipo de trabajos. Yo preferiría hacer algo que no me ate a una oficina, ni tener que cumplir un horario a rajatabla. Me gustaría algo que pueda manejar desde donde estoy, acomodar los horarios y cumplir con objetivos, más que repetir todos los días la misma rutina”.

A fines del año pasado, 37.361 jóvenes de todo el país se inscribieron en la Universidad Nacional de La Plata, contra los 33.678 registrados para el ciclo 2023. Hay que aclarar que un fuerte porcentaje de los primeros desertaron antes de arrancar las cursadas -sólo en Medicina dieron cuenta de un 30% de los inscriptos-, se supone que por la necesidad de muchas familias de sumar otro sueldo a los ingresos de la casa o por la imposibilidad de pagar una estadía en otra ciudad, en el caso de los estudiantes del interior.

“PREFIEREN CARRERAS CORTAS”

Quienes están en contacto con jóvenes que atraviesan por ese momento tan particular de la vida, advierten cambios profundos en la mirada que tienen sobre su propio futuro.

Leiva Seisdedos puede dar fe de ello, porque el taller que ayudó a implementar desde sus inicios en el San Cayetano está a punto de cumplir 12 años. Es extracurricular y lo dictan todos los martes para los alumnos de sexto año, fuera del horario de clases. En el colegio Nuestra Señora de Lourdes se habilitó el año pasado y se dicta los viernes.

“Al principio, sumaban capacitación en distintas ramas, como matemática, pensamiento social o inglés”, según la orientación de la carrera que hubieran elegido, pero después de la pandemia el taller se reestructuró para adecuarlo a las necesidades de los alumnos, explica la docente.

De este modo, durante los primeros tres meses se informan sobre las carreras, tecnicaturas o cursos disponibles en las distintas universidades. Entre junio y septiembre, una psicopedagoga los ayuda a definirse por una opción. Y, en el último trimestre, otra profesora los asiste en el proceso de anotarse y en el uso de la plataforma SIU Guaraní, entre otras cuestiones burocráticas.

“Los chicos prefieren carreras cortas”, asegura Leiva Seisdedos, quien además dirige la revista educativa El Arcón de Clio: “Tres años y quieren ponerse a trabajar, o tener su propio micro emprendimiento o viajar”.

Por eso no le resulta extraño que en la primera etapa del taller, cuando se convoca a referentes de las carreras que más les interesa a los alumnos, éstos se muestren particularmente interesados en la homologación de títulos y en el Proceso o Plan Bolonia. Se trata de aquel acuerdo que en 1999 firmaron los ministros de Educación de diversos países de Europa, para facilitar el intercambio de títulos y la adaptación del contenido de los estudios universitarios a las demandas del mercado.

“Este año picaron en punta las ingenierías y el año pasado hubo varios interesados en astronomía, meteorología y geofísica”, detalla la docente, sin pasar por alto que también hubo muchas consultas por criminalística, terapia ocupacional y hasta por ciencias del comportamiento, que combina psicología y matemáticas, por ejemplo.

Es que las universidades también han adaptados sus ofertas a las necesidades de la época. Aunque admite que las carreras tradicionales mantienen una altísima demanda, resalta Leiva Seisdedos que los adolescentes apuntan a especialidades nuevas, para tener más chances a la hora de sortear esa suerte de “embudo” que seguramente les opondrá el mercado laboral. Por caso, si quienes estudiaban Derecho se debatían antes entre el civil y comercial o el penal, los jóvenes preguntan ahora por la orientación en ciberseguridad o en medio ambiente.

Daniela Leiva Seisdedos

Y el estudio de criptomonedas, que la Universidad Tecnológica Nacional había implementado como curso de dos meses, se extendió recientemente a seis y nadie descarta que pronto se vuelva tecnicatura, igual que todo lo vinculado con tecnología de inteligencia artificial, uso de drones y un larguísimo etcétera.

“Estos chicos van a estudiar o ejercer para un trabajo que todavía no está”, pronostica la docente, porque “hoy juegan la reconversión tecnológica y la obsolescencia programada”. Por eso está convencida de que los estudios se concentran más en las habilidades que en los saberes y en la adaptación a las nuevas dinámicas de trabajo, sostenidas en el equipo antes que en las individualidades. En este panorama, los chicos “quieren estudiar algo corto, recibirse, irse del país y ganar dinero”, concluye.

CUATRO FRENTES

Jorge Lapena es co-director de un proyecto de investigación del Centro de Investigaciones Geográficas de la Universidad Nacional del Centro y está en contacto permanente con alumnos secundarios y universitarios. Desde ese lugar advierte que hay “cuatro frentes” distintos: quienes eligen una carrera por mandato o herencia familiar (más ligado a las profesiones liberales y a los estudiantes que ya tienen un consultorio o estudio jurídico listos para cuando se reciban); aquellos que “optan por carreras cortas con rápida salida laboral, porque provienen de familias que hacen mucho esfuerzo para que ellos estudien”; quienes eligen carreras que les gustan pero “con determinado costo, salida laboral complicada o factores de la realidad que hacen que tropiecen”; y, por último, los jóvenes que van por “algo rápido que les abra la puerta a lo económico, profundizar en idiomas o tecnología e irse a trabajar al exterior”.

Destaca un rasgo interesante, como es que la mitad de los adolescentes argentinos egresan con 17 años, lo que les da un tiempo extra para reforzar sus estudios o terminar de resolver qué hacer antes de entrar en la Universidad.

Es que “en la etapa inicial hay un realismo abrupto que no se ve en los últimos años del secundario”, considera Lapena, seguro de que hay docentes “disociados del mundo universitario”, por distintas causas, mientras que las casas de altos estudios evolucionaron “a la par del mundo del trabajo y sus cambios, con multiplicidad de formatos, posibilidades y títulos intermedios. La secundaria siempre va mucho más atrasada”.

El Geógrafo está convencido de que la articulación la está haciendo principalmente “la Universidad, en el primer año” de cualquier carrera, antes que el secundario en el tramo final de esa etapa, en la que prevalecen la socialización y la recreación, en lugar de acercar a los jóvenes a lo que se viene. Sugiere, por tanto, que se les ofrezca información sobre carreras, los costos de vida para los estudiantes del interior y otros aspectos para nada menores, como son la soledad lejos de su ciudad y su familia o el manejo del tiempo de estudio.

“Los chicos tienen que saber que el título secundario no les abre puertas, salvo en trabajos circunstanciales y la Universidad ha articulado muy bien la presencialidad y la virtualidad, para garantizar la posibilidad de trabajar y estudiar, además de ofrecer seminarios o cursos extracurriculares gratuitos con rápida salida laboral”, explica Lapena.

Números
El año pasado se anotaron 37.361 jóvenes de todo el país para ingresar en alguna de las 120 carreras que ofrecen las 17 facultades de la Universidad Nacional de La Plata. Para el ciclo lectivo 2023, los inscriptos confirmados fueron 33.678.Por otro lado, 9.502 personas completaron la inscripción para el ciclo lectivo 2024 de la Escuela de Oficios de la UNLP.
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