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David Kraiselburd y “Toña” Suñol
María Virginia Bruno
vbruno@eldia.com
A la par de su destacado perfil profesional, David Kraiselburd fue un hombre de familia. Le dedicó tiempo de calidad a su mujer y a sus tres hijos, y hasta llegó a tirarse en el piso a jugar con dos de los 12 nietos que conoció, Carolina y Santiago, primogénitos de Eleonora y Víctor, respectivamente. Estaba emocionado con la llegada del primer hijo de Raúl y Cecilia Valera, Davicito, que llevaba cuatro meses de gestación cuando su abuelo murió. En honor a él lleva su nombre.
A su regreso de la Guerra Civil Española, David volvió a la Facultad y comenzó a estudiar el profesorado de Historia. En ese ámbito, conoció a Antonia Suñol (1921-2009), que había llegado junto a su madre Dolores de su Bolívar natal para estudiar el profesorado y luego el doctorado en Letras en la Facultad de Humanidades. Con “Toña” -una amante incansable de la literatura, el cine, el teatro y las ciencias humanísticas-, se casó en 1942 y formó una sólida familia en la que nacieron tres hijos: Raúl, Víctor y Eleonora.
Recién casados, tuvieron que exiliarse en Paraguay. David viajó con el documento que su médico amigo, con nombre de pila Jorge Relio, le prestó. Allí, en el país vecino, “Toña” dio a luz a su primer hijo, Raúl, que fue anotado como Víctor Relio. Su fecha de nacimiento fue el 21 de abril de 1944. A su llegada a Argentina, David fue a registrarlo oficialmente y, como no se acordaba exactamente cuándo había nacido, anotó su nacimiento el 12 de mayo de 1944. Por eso, Raúl, siempre celebró dos veces su cumpleaños.
SU PRIMERA CASA
A su regreso de Paraguay, compraron la primera casa familiar. Estaba ubicada sobre calle 6 entre 43 y 44, y era una vivienda tipo chorizo, con jardincitos de un lado y las habitaciones del otro. Allí festejaron sus primeros cumpleaños los pequeños Kraiselburd, rodeados de amigos, con tortas decoradas con motivos futbolísticos, siempre con los jugadores de Estudiantes y Gimnasia en cada arco.
Además de su sueldo en el diario (en ese entonces cobraba 400 pesos por mes), tenía un contrato con Editorial Atlántida que le publicaba, cada dos meses, libros sobre diferentes temas relacionados con el cultivo, por ejemplo, “Cómo cultivar un manzano” . David se documentaba en la Facultad de Agronomía, y con ese conocimiento los escribía. Por cada ejemplar, de unas ochenta páginas, cobraba 500 pesos. Y los firmaba como Raúl J. Montero.
Los primeros veraneos familiares fueron en San Clemente, en la casa que EL DIA le donó a la Sociedad de Empleados. En esa localidad costera se encontraba David con amigos que no estaban vinculados con el periodismo y se embarcaban mar adentro a pescar con red. Sus hijos quedaban bajo el estricto cuidado de la abuela Dolores, que los mantenía bajo la sombrilla para que no se broncearan.
Con los años, los veraneos pasaron a ser en Córdoba, en Cerro Negro, en un pequeño caserío de familias anarquistas, que estaba emplazado en la cercanía de Villa Albertina, un pueblo de unas cuatro cuadras. Había poco que hacer, y los chicos se aburrían, pero recordar aquellos veranos, hoy, emociona a los crecidos hermanos.
David y “Toña”, con Víctor, Raúl y Eleonora vacacionando en San Clemente
ALMUERZOS DE DEBATE
En 1951, David le compró una casa a Elías, uno de sus hermanos mayores, y ahí se mudaron. Era la famosa casa de diagonal 77, de donde había salido caminando, rumbo al diario, esa fría mañana del 25 de junio de 1974, cuando lo secuestraron.
En esa casa, donde autores como André Malraux y Albert Camus eran de consulta obligada, los pequeños Kraiselburd convivieron de chicos con personajes históricos. De más grandes tomaron dimensión de que su padre les dejaba compartir sus estimulantes mesas de debate con invitados recurrentes como su gran amigo Jacobo Prince, entre otras figuras del anarquismo nacional; aunque también la supieron habitar poetas como León Felipe e intelectuales europeos como Eugene Relgis, además de republicanos españoles, funcionarios internacionales (como Raúl Osegueda, ex ministro de Educación y de Relaciones Exteriores del presidente de Guatemala, Arévalo) y diferentes dirigentes y teóricos del socialismo europeo y argentino, entre otros partidos. En el orden cultural, estaban presentes en las mesas Clara Maiztegui, Elba Roggeri, Roberto de Souza, Carlos Albarracín y Atilio Gamerro, entre otros.
SU AMOR CON “TOÑA”
“Toña”, que se había recibido de profesora de literatura, comenzó a estudiar psicología en 1959, cuando pensó que sus hijos ya no requerían tanto de su asistencia personal. Así, sus compañeras de estudio, 20 años más jóvenes, también comenzaron a frecuentar la casa de diagonal, con lo que los almuerzos se enriquecieron. A David le resultó un agregado renovador y despolitizado de sumo interés.
Amante de todas las disciplinas culturales, “Toña” intentaba que David se hiciera tiempo para ir al teatro o al cine. Y durante mucho tiempo insistió con viajar a Europa pero David siempre le argumentaba que no tenía tiempo. Sin embargo, en 1968, cuando Estudiantes se enfrentó contra el Manchester United por el Mundial de Clubes, copa que ganó, casualmente tuvo tiempo para viajar. Ella lo acompañaba en todo y hasta en largas reuniones en las que se discutía sobre Estudiantes, la gran pasión de David.
David y “Toña” siempre se respetaron y se manifestaron cariño en público. Años después de la muerte de David, “Toña” le contó a sus hijos que, por el amor a su marido, se había convertido al judaísmo. Sus hijos se sorprendieron porque David no era religioso. "Toña" les contestó: "No va a ser el único judío de la familia". Y Víctor le dijo: "Acá la única gallega de la familia sos vos".
David, Víctor, “Toña” y Raúl en Bariloche
DE CASA AL DIARIO
Dueño de una personalidad tranquila, David fue una persona muy metódica: se levantaba a las nueve, desayunaba y se iba al diario caminando, salvo los días de lluvia. Volvía a las 12.45, a las 13 con puntualidad se almorzaba y se acostaba a dormir la siesta religiosamente, antes de volver al diario. Regresaba a la casa para cenar y después se comunicaba telefónicamente para hacer el último chequeo antes del cierre de la edición.
Aún a pesar de sus diferencias, los adolescentes Kraiselburd veían en su padre un faro. De hecho, mientras David dirigía EL DIA, ellos jugaban a dirigir sus propios medios, con los que se divertían en familia: Raúl editaba El Toro y Víctor La Flecha, con noticias internacionales, nacionales y de la casa.
Aunque era innegable el amor que se profesaban, Raúl y Víctor siempre se refirieron a sus padres como David y “Toña”.
David y Eleonora, “Coca”, para la familia
FUTBOL, PALETA Y REMO
Además de la casa de diagonal 77, David compartió momentos inolvidables en la quinta familiar que tiempo después compraron en Villa Elisa. Ese predio de amplias instalaciones que todavía está en manos de la familia se convirtió en una especie de club deportivo en el que el padre no dudaba en ponerse los pantalones cortos y jugar al fútbol con sus hijos y sus amigos.
De físico atlético, se ganaba los llamados de atención de “Toña” por la exigencia deportiva que manifestaba, entrados sus sesenta años, en apasionantes partidos de pelota a paleta con sus amigos. También le gustaba salir a remar desde el Club Regatas por el Río de La Plata, momentos en los que “Toña” aprovechaba para lucir sus hermosas sombrillas.
Había temas de los que no se hablaban en la casa. La religión era uno. "Toña" venía de una familia católica muy conservadora, y David de una madre muy judía. Para el bienestar familiar, se decidió obviar a la religión de los temas de mesa. Cuando Raúl ingresó a la primaria, había enseñanza religiosa. David y "Toña" les explicaron que podía creer y tener la religión que quisiera. Él no quiso tomar las clases de religión porque “somos rusos, ¿no?”.
Cuando alguien cuestionaba a los niños Kraiselburd, él les había dicho que dijeran: “Somos rusos de Berisso”; tal vez como una manera de demostrar orgullo por sus orígenes y ponerse a la altura del más humilde de sus interlocutores.
Los Kraiselburd de vacaciones en la playa
SUS TRES HIJOS
Con sus tres hijos, tuvo vínculos diferentes. Raúl, que estudió Derecho, siguió sus pasos en el terreno periodístico, y desde muy joven trabajó con él en el diario EL DIA, en el que aún se desempeña como director. Víctor se volcó por la Ingeniería, la pasión de David. Aunque inició su profesión en el campo de la investigación, tiempo después se complementó en la parte técnica, es decir, lo mecánico y lo electrónico que fue cada vez más importante. Estuvo al frente de las renovaciones tecnológicas que, en los últimos 50 años, fueron vertiginosas en el mundo entero. Eleonora, la más chica, fue, según sus hermanos, la "preferida" y la única que no se dedicó al periodismo, habiéndose recibido en la Facultad de Medicina, luego ejerciendo su profesión.
LEJOS DEL CENTRO DE ATENCIÓN
Sus hijos lo recuerdan como una persona reservada, a la que no le gustaba ser el centro de atención. No hablaba sobre él, prefería escuchar. Tenía un método muy particular: guiaba las conversaciones con reflexiones o preguntas. Solía decir que era muy de judíos contestar una pregunta con un interrogante mayor. Hablaba lo justo y necesario, solo cuando había que sostener algo muy importante. Pero no dudaba en intervenir cuando sentía que era necesario ayudar.
Como padre, nunca le elevó la voz a sus hijos para llamarles la atención en el momento en que se estaban equivocando. Analizaba en silencio y el reto llegaba el día después. Pensaba que llamar la atención en ese instante no tenía sentido porque “descargás tus nervios de padre, y eso no sirve para nada”.
David prefería sugerir, a imponer. A sus hijos nunca les dijo qué pensar ni cómo vivir ni, mucho menos, de quién enamorarse. Por eso no le llamó la atención que los dos hermanos se hayan enamorado de dos hermanas: Raúl de Cecilia Valera y Víctor, de Patricia.
Hijas de Guillermina Laterrade y Baldomero Valera, la relación de David con sus nueras fue diferente. Mientras con Patricia era más distante, el vínculo con Cecilia era muy estrecho.
David, Víctor, Eleonora y “Toña”
UN BUEN SUEGRO
Para Cecilia Valera, David y “Toña” fueron como sus padres. Fue mucho el tiempo que pasó en la casa de los Kraiselburd a la que llegó por su noviazgo con Raúl. Para aquella joven estudiante de Historia, a la que con cariño David llamaba “nena” y la que “Toña” puso bajo su ala, ser parte de esas mesas de debate universitario fue sinónimo de felicidad. Tal vez, los mejores años de su vida.
Como Raúl trabajaba en el diario, y ella estudiaba en la facultad, casi todos los días almorzaba en la casa de diagonal 77. A David le encantaba estar rodeado de jóvenes, y le estimulaba preguntar cuál era su opinión sobre diferentes temas. Le gustaba que los universitarios le inyectaran vida a su casa.
El padre de Cecilia, Baldomero Valera, fue apoderado del Partido Comunista. “David no participaba para nada de sus ideas pero lo escuchaba y decía que era el único comunista con el que se podía hablar”, destaca Cecilia, dando cuenta de que podía separar las ideas de las personas. De hecho, David solía mediar con sus padres cuando ella tenía roces con su madre.
Pensó Cecilia que tras la muerte de David nunca iba a poder llorar más en su vida, “pero no fue así”. La vida le tenía preparados algunos golpes más duros. La desaparición de su padre y de su hermana, y el secuestro y desaparición de Davicito, su hijo de 22 meses, la marcaron para siempre.
Después de la muerte de David, Cecilia y “Toña” se fueron a vivir a Estados Unidos por protección. Raúl y Víctor se quedaron en La Plata, viviendo en un departamento en la terraza del diario. Las acompañaban Roberto y Carlos, amigos entrañables que las cuidaron en el país del Norte. Davicito nació allá.
La historia detrás del nombre del bebé es muy significativa: Cecilia quería llamarlo como su abuelo paterno pero David no lo permitió por una tradición judía que impide que los hijos tengan el nombre de un pariente vivo. “Yo lloraba porque era obvio que hubiera preferido ponerle cualquier otro nombre”, admite Cecilia.
CAMINO PROPIO
David crió a sus hijos con libertad, buscando que hicieran su propio camino. De hecho, los varones tuvieron su recorrido por la militancia universitaria (Víctor hasta llegó a presidir el Centro Universitario de Ingeniería) algo que David siguió con atención pero en lo que nunca se involucró más de la cuenta. Jamás les contó que había tenido experiencia en la militancia estudiantil. Muchas de las cosas que saben de su padre, las conocieron después de su muerte.
“Yo les voy a decir lo que voy a hacer yo, no lo que van a hacer ustedes”, solía decirles. Era, según sus hijos, anarquista en todos los ámbitos de su vida.
En el 56, integrantes platenses del grupo Tacuara habían hecho pintadas antisemitas en los colegios secundarios de La Plata. David comentó en la mesa familiar: "son muchachos jóvenes, la respuesta tendrían que darla muchachos jóvenes". Raúl y Víctor entendieron el mensaje, armaron un grupo y decidieron ir a pintar como respuesta. Cuando le contaron su idea a David, les dijo: "vayan a plena luz del día y anúncienlo: desafíen". En ese momento, los hermanos Kraiselburd conocerían la famosa frase de su padre que llevaban marcada a fuego: "para que no les toque el culo, pongan los huevos sobre la mesa".
La protección paterna, era la última instancia. Primero, tenían que enfrentar las situaciones.
NO JUZGAR
David les enseñó a no juzgar. Él creía que para juzgar a una persona, había que conocer lo que vivió desde que nació. Ponía como ejemplo a su madre Aída, cuya hermana murió asfixiada por su propia madre, cuando, en su pueblo ucraniano natal -que estaba bajo el dominio de Rusia-, para que los nobles rusos no escucharan llorar a la pequeña que estaba resfriada, le tapó la boca y sin querer la asfixió. "¿Te imaginás tu abuela lo que vivió? Vos te enojás a veces con tu abuela porque decís que es muy dura pero eso no lo supera más. Hay mucha gente así en la colectividad judía y se encierran por ese problema. Son siglos de persecución ", le dijo a Raúl.
David creía que las personas podían pensar distinto y convivir, como él lo había hecho con Chiche Valera, el padre de Cecilia. De hecho, le dio refugio a un peronista en su casa el 9 de junio de 1956 que podría haber sido partícipe del intento de golpe contra el presidente Aramburu. Después lo ayudó a salir del país.
ASUMIR ERRORES
También les enseñó a asumir errores. A David le pesaban las equivocaciones de la izquierda argentina, algunas en las que había participado. Solía comentar: "En el golpe de 1930, los pelotudos festejábamos la caída de Yrigoyen en el jardín de la universidad y en el Jockey Club había una fiesta fantástica celebrando también su caída: no nos dimos cuenta".
Buen consejero, pensaba que no había que ir al choque. Que había que ampliar los márgenes de libertad lo que más se pudiera, siempre empujar la pared. Pero tirarla abajo, si no se sabe qué va a haber en el lugar de la pared, no había siquiera que intentarlo.
DECISIONES DURAS
David era un hombre al que no le temblaba el pulso a la hora de tomar decisiones, por más que fueran duras. En los 70, había avisado a su círculo íntimo: "por mí no van a pagar nunca un rescate".
Víctor recuerda un momento que todavía le duele. Fue cuando su padre le dijo que, del mismo modo, si llegaban a secuestrar a alguno de sus hijos tampoco pagaría rescate. A David le dolía en el alma el Holocausto, y no podía olvidarse de que los alemanes llegaron a intercambiar camiones y otros bienes por personas. “Plata por gente, no”, sostenía con firmeza David, y su hijo Víctor no duda que lo hubiera cumplido. Raúl opina lo contrario.
Para Víctor, el secuestro y muerte de su padre, en manos de los Montoneros, “la continuación de los Tacuara”, fue una demostración. “A los Montoneros nadie los tomaba en serio en La Plata. Recién los empezaron a considerar a partir de la muerte de mi padre, que tenía mucha influencia en la Universidad”.
Se daba como un hecho que David era el propietario del diario. Al día de su muerte, tenía menos del 5% de las acciones; acciones con las que los propietarios le habían pagado lo que consideraban justos honorarios por su trabajo como abogado en el juicio de reivindicación de la propiedad del diario.
A 50 años de su muerte, la ausencia de su padre todavía les pesa. En su momento, no pudieron llorarlo. Víctor tiene su retrato colgado en la pared del escritorio, a la par del de Alberdi: “Son mi Constitución”, dice. Para Raúl sigue siendo el ejemplo de lucha y constancia que, a sus 80 años, lo mantiene al frente de la dirección de EL DIA.
Raúl y David Kraiselburd, en un encuentro con la prensa internacional
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