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Antonella Gris y Damián Cichero
eleconomista.com.ar
El Ártico, como punto de convergencia de los llamados “ocho países árticos” (Rusia, Canadá, Dinamarca, Noruega, Estados Unidos, Islandia, Suecia y Finlandia), siempre ha sido un aspecto fundamental de la política internacional. No solo su alto valor en términos ambientales y en recursos naturales lo convierten en un escenario estratégico presente y futuro, sino que también sus nuevas rutas marítimas significan una gran oportunidad comercial.
Por un lado, se estima que solo el Ártico ruso contiene más de 35.700 millones de metros cúbicos de gas natural y más de 2.300 millones de toneladas métricas de petróleo. Por el otro, los nuevos pasos, consecuencia del deshielo, acortan significativamente las distancias entre Europa, Asia y el Pacífico, dinamizando el comercio internacional de las economías de la región e incluso abaratando costos.
En el verano, cuando la ruta está libre de hielo, los buques pueden reducir el tiempo de viaje en un 40%, además de que lo hacen con un importante ahorro de combustible en comparación con el típico camino a través del canal de Suez.
En este sentido, China no retrocede en generar una presencia formal e ininterrumpida en el Ártico, que ha venido forjando de forma más consolidada a lo largo de los últimos 20 años.
Según el académico Octavio Aláez Feal, China en 2013 dejó en claro su deseo de incluir al Ártico como parte de su estrategia marítima y su vocación por ser un país polar, consiguiendo obtener el estatus de país observador del Consejo Ártico.
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En este sentido, en 2018, Pekín publicó el libro blanco sobre el Ártico, en el que reafirma dicha vocación por ser un país muy próximo a esa región.
Hasta el momento, China posee estaciones de investigación científica en las islas Svalbard y, en los últimos años, ha hecho inversiones para asegurar su navegación por el Ártico con la obtención de rompehielos.
Desde luego, a pesar de la consistente política china sobre el Ártico, la presencia efectiva sobre el terreno, por cuestiones geográficas, sigue siendo menor en comparación con casos como los Rusia o Estados Unidos.
Es por ello que, pese a las inversiones directas en los demás países árticos y el poder blando de su diplomacia, China recurre a Rusia como su principal aliada para fortalecer su presencia en la región.
Rusia maneja las costas por las que transcurren la mayoría de las nuevas rutas marítimas árticas; además de que es el único país que posee una infraestructura y maquinaria útil para moverse por la región, especialmente con sus barcos rompehielos de propulsión nuclear como el “Arktika”.
También posee la experiencia de navegación y de actividad en una zona donde las condiciones climáticas son adversas debido a la fisionomía natural del Polo Norte. Todo esto provoca que Moscú se convierta en el aliado ideal para China, ya que no solo posee una posición ventajosa en términos geográficos (que le permite a China navegar con mayor tranquilidad por agua rusas sin la intervención de la flota de EE UU) y de materiales, sino que además existe una alineación ideológica que permite la cooperación y la convergencia de políticas exteriores entre los Gigantes Asiáticos.
Desde la óptica rusa, la alianza con Pekín ayuda a la estabilidad del empuje económico que genera la exportación de petróleo y gas, principalmente en medio del contexto de las sanciones occidentales debido a la guerra con Ucrania.
China es un usuario clave del petróleo ruso, así como también un socio regional trascendental en proyectos de gas natural licuado (GNL) y planes como el oleoducto de Siberia. La combinación de la mayor flota mercante del mundo (China) y de la principal flota militar ártica (Rusia) son una alianza inminente.
No obstante, las naciones poseen intereses que podrían generar la confrontación futura, principalmente debido a que China pretende alterar la normativa para liberar totalmente la navegación por el Ártico a fin de consolidar su estrategia de dominio marítimo global.
Eso colisiona directamente contra las intenciones rusas de conservación y extensión de la soberanía sobre el territorio mediante la ampliación de los límites de la plataforma continental. Cuando se trata de intereses vitales y de Rusia, es claro que el riesgo de escalada existe y Pekín deberá tenerlo en cuenta.
En un momento en el que el sistema liberal se tambalea, principalmente como consecuencia del desafío sistémico que Rusia y China representan para Estados Unidos, es lógico que Washington observe la situación con cierta preocupación.
Al presentar su estrategia para la región, el Ejército de EE UU consideró que Pekín y Moscú están cooperando cada vez más en el Ártico, lo que podría afectar la estabilidad regional.
“China y Rusia están colaborando en el Ártico a través de múltiples instrumentos de poder nacional. Si bien persisten áreas significativas de desacuerdo entre ambos, su creciente alineación en la región es motivo de preocupación, y el Departamento de Defensa continúa monitoreando esta cooperación”, dijeron desde esta fuerza.
Más allá de las tensiones con Moscú, las cuales pueden variar dependiendo de si demócratas o republicanos gobiernan en EE UU, en el Gigante Norteamericano hay consenso en que Pekín es su principal desafío.
En este sentido, aunque las áreas de choque son varias, el principal foco de tensión entre ambas potencias se da en Taiwán: mientras que China considera a la isla una provincia rebelde y aspira a la reunificación (incluso a través de la fuerza), Estados Unidos es el principal proveedor de armas de Taipéi, país en donde se producen más del 60% de los semiconductores del mundo.
Así, en un momento en el que las hostilidades van en ascenso en la región, tanto en Washington como en Pekín son conscientes de la dependencia de China de las rutas marítimas del océano Índico, una vulnerabilidad estratégica que golpearía duramente al Gigante Asiático en un hipotético conflicto sobre Taiwán.
Según el Pentágono, proyectando a largo plazo, China intenta aprovechar “la dinámica cambiante en el Ártico para buscar una mayor influencia y acceso, aprovechar los recursos del Ártico y desempeñar un papel más importante en la gobernanza regional”. Por el momento, EE UU tiene mayores preocupaciones, como las guerras en Ucrania y la Franja de Gaza.
Sin embargo, al no poder descartar que China sea cada vez más un desafío sistémico para su hegemonía, y que incluso sus tensiones deriven en un conflicto a gran escala en un par de décadas, Washington ya está tomando cartas en el asunto para complicar los planes de Pekín y Moscú.
Entre esas medidas, se destaca que, junto a Canadá y Finlandia, todos miembros de la OTAN, formarán un consorcio para construir barcos rompehielos, con la intención de reforzar la construcción naval de los aliados.
“EE UU es el principal proveedor de armas de Taipéi, país en donde se produce más del 60% de los semiconductores del mundo”
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