Denuncia sobre el estado de los trenes tras otro accidente

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La denuncia formulada por los trabajadores ferroviarios de Trenes Argentinos relacionada a una falta de mantenimiento, escasez de personal y bajos salarios, luego de que el pasado martes una de las formaciones de la línea Sarmiento descarrilara en el barrio porteño de Liniers, merece una atención prioritaria de las autoridades, especialmente en lo que se refiere al origen de ese accidente y a la necesidad de mantener en perfecto estado de funcionamiento a las formaciones y al estado de la estructura ferroviaria.

Esta situación demostrativa de un estado general de decaimiento de los trenes, condicionada además en nuestro país por una cancelación de ramales que ha dejado desconectados a muchos pueblos del interior y que influyó en forma tan negativa sobre el transporte de pasajeros y cargos, contrasta con la importancia que se le da en el mundo al sistema ferroviario, en donde ya se habla, como algo natural, de la instalación de trenes bala y de la extensión de ramales hacia distintos puntos.

Cabe señalar que en el caso del último descarrilamiento en Liniers, el maquinista que comandaba el tren fue sometido a un análisis de laboratorio para conocer el estado físico que tenía en ese momento y descartar la ingesta de alcohol y/o drogas: el resultado, finalmente, dio negativo y, además, se confirmó que el incidente no fue consecuencia de errores humanos.

Los mismos trabajadores advirtieron que en este caso hubo “un problema técnico y volvió a fallar la seguridad” y, por ese motivo, “cientos de miles de personas” que viajan sobre el tren corren riesgos de forma “constante” y quienes tienen la responsabilidad de que eso no suceda, “no resuelven los problemas de fondo”.

Cabe consignar que los usuarios platenses del tren Roca que une a nuestra ciudad con la estación porteña de Constitución conocen y sufren desde hace mucho tiempo las falencias de un servicio, caracterizado en las últimas décadas por la irregularidad con que se presta, a partir de la obsolescencia de las vías y de la red de durmientes, así como de la fragilidad técnica de los trenes y de la señalización, en una situación que obliga en forma permanente a demoras o suspensiones de los servicios y a que las formaciones deban transitar a muy baja velocidad, entre otras deficiencias que atentan contra la prestación.

El mes pasado uno de los gremios ferroviarios se sintió obligado a señalar que la baja de velocidad a 30 kilómetros o menos no tenía nada que ver con “una medida de fuerza”, sino que esa medida se debía a “la falta de mantenimiento” de las vías.

Al margen de algunas críticas geopolíticas a los trazados que forjaron la red ferroviaria en nuestro país, corresponde señalar que a fines del siglo XIX llegaban trenes a ciudades y pueblos muy pequeños del interior, que dejaron de estar aislados y contaban, entonces, con ese medio no sólo para que sus habitantes pudieran mantenerse conectados, sino para trasladar a bajo costo los productos agropecuarios y las producciones lecheras, algo que generó un pujante desarrollo para las muchas zonas servidas por el tren.

Eso se fue perdiendo a fines de la pasada década del 60, en un plano de decadencia que, incomprensiblemente, continuó hasta hoy. En forma incomprensible, la Argentina decidió desentenderse de un servicio que ofrece múltiples prestaciones en la actualidad en el mundo entero, cancelándose ramales y -aún más- despojando a la estructura ferroviaria de los márgenes de confiabilidad que merece tener. Es de esperar que las prédicas de los especialistas y de los propios ferroviarios logren, cuanto antes, imponerse y que el servicio de trenes de nuestro país se ponga a la par de los muchos sistemas ferroviarios que hoy brindan un servicio excelente en muchos países del planeta.

 

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