La novedosa normalidad electoral
Edición Impresa | 3 de Noviembre de 2025 | 01:57
Por EUGENIO KOUTSOVITIS
Lo novedoso, esta vez, es la normalidad. En un contexto de inflación persistente, salarios en retroceso y una sociedad que sobrevive en modo ahorro, pocos esperaban que La Libertad Avanza mantuviera su electorado primigenio —aquel de la primera vuelta de 2023— e incluso lo ampliara hasta fagocitar por completo a Cambiemos.
Se suponía que, con la economía exhausta y el malestar social en aumento, el peronismo absorbería a los libertarios descontentos, repitiendo su vieja lógica de refugio ante la decepción. Pero el resultado fue exactamente el contrario: Milei logró retener y expandir su base, mientras el peronismo se mantuvo inmutable en su histórico tercio.
Puede que la frase “los une el espanto” resuma buena parte del fenómeno antiperonista. Aun con diferencias ideológicas y tensiones internas, el campo no peronista se aglutina en torno a la identidad del rechazo. Esa cohesión reactiva explica por qué el oficialismo libertario consiguió ensanchar su frontera política sin construir una estructura partidaria estable.
En ese marco, lo sorprendente no es que el peronismo haya perdido la centralidad del sistema, sino que la haya conservado pese a no ofrecer un horizonte claro. Sorprendente es que, sin capacidad de prometer real, haya mantenido su tercio histórico. En ocasiones anteriores —2015, 2019 o 2023—, el movimiento se sostuvo prometiendo el cielo y la tierra, apelando al Estado como instrumento de restitución social.
Hoy, sin aparato estatal ni margen fiscal, con la memoria fresca del calamitoso gobierno de Alberto Fernández, el peronismo subsiste en su tercio “normal” de elecciones de medio término. Lo hace sin épica ni oferta, sostenido únicamente por su identidad: por ese lazo emocional, territorial y cultural que aún lo conecta con millones de votantes.
Desde 2005 hasta 2025, el voto peronista nunca cayó por debajo del 33%. Puede dividirse, mutar o perder iniciativa, pero su densidad territorial y simbólica resiste. El antiperonismo, en cambio, cambia de rostro y de tono: radicalismo, coaliciones cívicas, macrismo, ahora liberalismo. Cada década encuentra su vehículo nuevo para expresar lo mismo: la negativa a volver atrás. Esa asimetría explica la estabilidad de un sistema que parece moverse, pero solo oscila.
La elección legislativa de 2025 confirma ese patrón desde otra arista: el oficialismo libertario no pierde terreno, sino que lo gana al absorber votantes de exradicales y exmacristas. En paralelo, el peronismo mantiene su base tradicional, sin crecer ni reducirse. No hay un renacer, pero tampoco una extinción. En un escenario de fatiga económica y fragmentación institucional, esa capacidad de resistencia vale más que cualquier triunfo coyuntural. El peronismo no gana, pero sobrevive, y en la política argentina, sobrevivir es ganar tiempo.
ELASTICIDAD ELECTORAL Y NORMALIDAD CÍCLICA
El ciclo se repite con la precisión de un péndulo. Cada cuatro años, el peronismo se repliega en las legislativas y se expande en las presidenciales. En 2009 perdió y en 2011 recuperó el poder. En 2017 se fragmentó y en 2019 regresó. En 2021 cayó al piso y en 2023 volvió a disputar con fuerza. Todo indica que 2025 puede ser una nueva estación en ese mismo recorrido.
Su elasticidad electoral se basa en un principio simple: cuando gobierna, se desgasta; cuando se repliega, se recompone. Su poder no depende tanto del presente como de la memoria. La oposición, en cambio, necesita resultados inmediatos y símbolos nuevos cada cuatro años.
Esa dinámica tiene una consecuencia estructural: ningún proyecto alternativo logra consolidar hegemonía. El antiperonismo es exitoso para ganar elecciones, pero ineficiente para retener poder. Su heterogeneidad interna —ahora expresada en la alianza entre libertarios, conservadores y exmacristas— reproduce el mismo dilema de 2015 y 2021: cómo gobernar sin identidad compartida. Mientras tanto, el peronismo espera. No por nostalgia, sino por instinto de supervivencia.
Por eso, el 2025 no es una excepción. Es una pieza más dentro de un patrón estable: los oficialismos tienden a concentrar apoyos en los primeros dos años, el peronismo conserva su piso y el sistema se reordena dentro de los mismos márgenes.
Lo verdaderamente novedoso es que la política argentina continúa funcionando con una regularidad que desmiente la idea de colapso. Incluso bajo una administración que prometió dinamitarlo todo, las viejas leyes del equilibrio electoral siguen en pie.
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