Estafa potenciada: lo acusaron de proxeneta y le vaciaron las cuentas
Edición Impresa | 5 de Mayo de 2025 | 03:01

A veces, el infierno no tiene llamas ni cadenas. Tiene tono de mensaje, número desconocido y amenazas escritas, que llegan directo al corazón. Es lo que vivió un vecino platense, quien fue arrastrado a un abismo de miedo, extorsión y desesperación por una banda criminal, que operó desde las sombras del mundo digital.
Eran cerca de las doce del mediodía de ayer cuando el celular vibró. El hombre, que en ese momento se encontraba en la casa de su padre -delicado de salud- jamás imaginó que ese mensaje sería el inicio de una jornada de pánico.
Desde un número desconocido alguien le escribía con tono amenazante, acusándolo de ser proxeneta y de haber solicitado servicios sexuales a través de una supuesta página web.
Confundido y con el corazón acelerado, intentó cortar el contacto bloqueando el número. Pero lo que parecía un malentendido, se convirtió en una trampa sin salida. Las llamadas volvieron, una tras otra. Del otro lado, voces masculinas que se alternaban con frialdad quirúrgica le hablaban de deudas, de multas, de honor mancillado. Pero no era justicia lo que pedían: era dinero.
Y entonces vino el golpe más bajo. Le enviaron una foto de su licencia de conducir. Sabían quién era. Sabían dónde vivía. Sabían que tenía familia. El miedo se convirtió en pánico. “Te metiste con la mafia. Te vamos a prender fuego la casa si no pagás”, dijeron. La amenaza no era una metáfora. Era una sentencia.
El hombre trató de razonar, de explicar que no sabía de qué le hablaban, que debía tratarse de un error. Pero sus ruegos no hicieron más que alimentar la ferocidad de sus extorsionadores. El tono de las amenazas crecía con cada mensaje. Hablaban de castigos, de cobradores que “iban a ir a buscarlo”. Mencionaban su domicilio como quien da una orden de ejecución.
En un intento por frenar la pesadilla, el hombre ofreció lo que tenía a mano: 100 mil pesos. Pero la avaricia de la banda no tenía fondo. “La multa es de 300 mil”, le advirtieron. Lo empujaron más y más, alimentándose de su temor, como buitres sobre una presa herida. La salud de su padre, la seguridad de su casa, la amenaza constante de violencia lo doblegaron. Terminó transfiriendo otros 200 mil. Y luego, 500 mil más.
El calvario se extendió por horas. Durante todo ese tiempo, el hombre no pudo comer, ni pensar con claridad. Cada clic de confirmación en la app del banco era una puñalada al alma. El dinero salía, pero las amenazas no paraban. Lo acosaban sin descanso. Estaba solo, atrapado, humillado. Finalmente, en un acto de desesperación, reinició de fábrica su teléfono, como una forma de exorcizar los demonios que lo estaban atormentando.
El daño, sin embargo, ya estaba hecho. Más de 800 mil pesos perdidos. La paz, destrozada. La privacidad, violada. Y el miedo, instalado como una sombra permanente. La víctima, conmocionada, aún no puede creer cómo pasó de estar almorzando con su padre a vivir una pesadilla de película criminal sin haber salido de su casa.
La investigación recién comienza. Hasta ahora, lo único concreto es el número utilizado por los delincuentes y la información sensible que lograron obtener para alimentar el terror: nombre completo, dirección exacta, y datos personales. No se descarta ninguna hipótesis, aunque todo apunta a una organización delictiva profesional, entrenada en estafas psicológicas y extorsión remota.
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