Riesgo argentino

Edición Impresa

Juan Luis Bour

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No todas las dudas provienen de la política, ni todas son puramente económicas. Como decía el inspector de impermeable inglés de una vieja película de suspenso mirando directo a la cámara hacia el final, cuanto todo parecía resuelto, “not so simple, not so simple”.

El contexto internacional juega para elevar la incertidumbre en todo el mundo, de modo que eso no ayuda mucho para explicar el diferencial de riesgo argentino respecto del resto de la región y del mundo –más allá de la amplificación del ciclo que comparte nuestro país con los muy riesgosos (somos high beta)-. El contexto político argentino no parece estar modificando demasiado la aguja en los últimos tiempos, aunque podemos imaginar mejores escenarios de la política argentina que podrían contribuir a definir un entorno sostenible.

¿Lo que queda entonces para explicar nuestro riesgoso presente, debemos imputarlo a lo económico? Me temo que sí. En alguna medida, por incomprensión de nuestra parte de lo escarpado que es el camino hacia la normalidad: lleva años, no meses. Pero, además, porque algunos -muchos- suelen creer que los equilibrios de largo plazo están a la vuelta de la esquina, lo cual es lo mismo que lo anterior, pero dicho por gente que considera irrelevantes los costos durante el proceso de ajuste. Al pretender que el equilibrio de largo plazo se consiga hoy, sin los fundamentos que lo sustenten, fuerzan un desequilibrio de corto plazo.

La ecuación de Bellman no les trae al presente lo que no está disponible. Observemos de dónde venimos, no ya en términos de una larga historia de fracasos en programas económicos, sino de bastante más cerca. Nuestra historia nos condena (desde fines de la década del 40 aprendimos a vivir con tasas de inflación de dos dígitos anuales y soportamos varios procesos hiperinflacionarios), pero, hasta hace unos meses, convivimos con tasas de inflación de entre 200 y 300%. Desde allí experimentamos un frenazo brusco, y hoy empezamos a evaluar el estado de las cosas tras tanto desorden.

No se trata solo de que percibimos nuestra economía fallida, sino que observamos la disfuncionalidad de ciertos arreglos institucionales en lo político, económico, social y en la justicia. Así como después de las inundaciones se ve la magnitud del daño provocado por el meteoro, hoy al quitar el velo de la inflación, que todo lo vuelve borroso, vemos un estado de cosas que requiere grandes cambios, empezando por modificar normas y reglas (lo que en democracia requiere de consensos y tiempo), dado que una economía de baja productividad genera alta informalidad, demanda subsidios, protección y mucha burocracia, lo que potencia la presión tributaria explicita, aumentando la evasión y el crecimiento del mayor impuesto no legislado (la inflación). El frenazo de la inflación, sin embargo, no la borra del mapa la de una vez y para siempre, a menos que se eliminen todas sus causas.

El equilibrio fiscal es -como ha diagnosticado correctamente la presente Administración- el elemento imprescindible para corregir los desequilibrios que alimentan la inflación, pero no es el único. Y por encima de la reducción de la inflación como objetivo, la lista de requerimientos para lograr instalar la convicción de que estamos en el camino de un escenario macroeconómico sostenible y estable, y de un ambiente microeconómico competitivo es tan larga que resulta injusto exigirla ya, aquí y ahora. Reestructurar mercados requiere reformas que introduzcan flexibilidad. Mientras esas reformas van apareciendo de a poco y otras se postergan, resulta difícil y exacerba la incertidumbre.

Experiencia y antecedentes

Los países que enfrentan situaciones de estancamiento tratan de copiar las normas y procedimientos de otros que han sido exitosos. El benchmarking es válido, y al menos la experiencia de otros actúa como un experimento natural que no debemos despreciar. ¿Será que estamos haciendo las reformas como sugiere la experiencia internacional, dados nuestros propios antecedentes, o nos cortamos solos e improvisamos porque estamos seguros de que “esta vez es diferente”? Los antecedentes dicen que la Argentina no cumple habitualmente sus promesas, y si bien la actual Administracion se atiene a derecho en todo, se trata de un breve periodo de tiempo hasta aquí que necesita ser revalidado por más tiempo y más acciones para constituir un antecedente válido para bajar las dudas sobre el comportamiento de la Argentina. La reputación se gana invirtiendo en cumplimiento y en tiempo.

Un camino alternativo para ganar reputación acortando el periodo de tiempo necesario -pero cumpliendo a rajatabla con todos los compromisos asumidos- es “comprar” esa reputación acelerando las reformas más difíciles y sumando solvencia. Por ejemplo, un país con baja productividad y alta informalidad focaliza la discusión pública en esos problemas de modo de hacer visible la necesidad de reformas como vía para el crecimiento, a la vez que con ello frena intentos de contrarreforma y compromete el apoyo para el cambio de régimen. Y un país que está endeudado acumula reservas para acelerar el retorno del crédito voluntario.

Plata mata galán, dice el dicho, y ello vale para ambos ejemplos. Estamos solo en el comienzo de un largo proceso de reformas, en el que debemos evitar sobrestimar nuestra capacidad de tener suerte y -en cambio- se deben fortalecer las acciones de corto plazo. Más vale asumir que tendremos un escenario internacional complejo y riesgo todavía elevado por bastante tiempo –dependiendo de nuestras propias acciones-, que nos obligará a incrementar nuestra tasa de ahorro para invertir y servir la deuda. Not so simple.

Publicado en la Revista Indicadores de Coyuntura (junio 2025) de FIEL

 

 

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