Historias platenses: lo que cuentan las flores, sin utilizar palabras

Hay quienes se suscriben a un club para recibir ramos en su casa. Su uso se ha vuelto imprescindible en eventos y celebraciones. Se venden en muchas esquinas, sin importar la fecha. Es un fenómeno cultural que atraviesa épocas y edades. Floricienta y el furor amarillo

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Alejandra Castillo

acastillo@eldia.com

Desde el inicio de los tiempos, las flores han tenido una influencia determinante en la historia y tradiciones de distintas civilizaciones, en algunos casos como símbolos culturales, estéticos y míticos, como también medicinales y religiosos. El loto era una flor sagrada para el antiguo Egipto y la India, símbolo de pureza y renacimiento. Al jazmín se lo asociaba a la diosa Venus y lo consideraban un “regalo del cielo”, mientras que otras deidades, como Isis, a menudo eran representadas con flores en sus manos o rodeadas de ellas. En la antigua Grecia, se utilizaban en festivales y celebraciones en honor a dioses como Dionisio, del vino y la fertilidad, y desde siempre, se las ha ligado a la victoria, la gloria y también la muerte. De hecho, eran y son utilizadas en ceremonias funerarias.

¿Pero qué significan las flores en nuestro cotidiano? Muchísimo, sobre todo considerando que La Plata integra el territorio de cultivo más importante de Argentina (ver aparte).

“Me gusta la frase ‘lo podés decir con flores’, porque es verdad. Sirven para cualquier tipo de ocasión”, reflexiona Jonatan De Mattos, un misionero que hace tres años se quedó sin trabajo y decidió abrir, con su pareja, una florería a metros de plaza Paso. La cosa fue bien, tanto, que refaccionaron y ampliaron el local sumando un espacio para eventos. Dicho de otro modo, lo que arrancó como un emprendimiento no tardó en convertirse en pasión. Nacido y criado en la tierra colorada, convivió con orquídeas y plantas exóticas, aunque “esto es otra cosa”, apunta; “he aprendido un montón en este tiempo. Si veo una planta o una flor, enseguida sé si presenta un síntoma o qué le falta”.

En la puerta de su local, De Mattos ofrece ramos con un mix de flores frescas, “siempre distintos”. De cualquier modo, ofrece la chance de prepararlos “a gusto del cliente, en virtud de lo que pretende, prefiere o necesita”

¿Las mejores fechas para el rubro? El 14 de febrero, que es el Día de los Enamorados, el de la Madre, el de la Mujer y cuando llega la primavera a los dos hemisferios: el 21 de marzo y el 21 de septiembre, fechas en las que se agotan las flores amarillas, un color que distintas culturas han asociado con la felicidad, la amistad y el amor.

Sin embargo, en la nuestra se impuso por obra y gracia de la serie Floricienta, de 2004, cuya protagonista soñaba con recibir un ramo así del hombre que amaba.

“El día de la Primavera no vendés otras flores que no sean amarillas, de cualquier tipo”, reconoce Jonatan, mientras que en San Valentín se agotan las rojas, por aquello del amor y la pasión representados en el color de la sangre.

Es que los colores y las flores han sido una fuente inagotable de inspiración para los artistas, desde siempre. En el Renacimiento, se fundían en los lienzos de pintores como Botticelli y Van Gogh, mientras que en la literatura fueron símbolos de amor, pérdida y esperanza. Escribió nuestra Alfonsina Storni: “Soy esa flor perdida que brota en tus riberas, humilde y silenciosa, todas las primaveras”.

Mientras tanto, en cada vez más esquinas de La Plata, los vendedores ambulantes ya no ofrecen pañuelitos descartables, turrones o alfajores: los reemplazaron por ramitos de flores. ¿Moda o mercado?

Antes del 2020, Mónica Giustozzi no imaginó que su vida pegaría un volantazo de los buenos y, menos, que sería a través de algo a lo que nunca le dio mucha importancia. Ese año nació su cuarta nieta, Amapola, pero las restricciones de la pandemia impidieron que pudiera acompañar a su hija Sofía como lo había hecho antes. “No fue nada tan grave como les pasó a otras familias, pero a mí me deprimió muchísimo”, cuenta Graciela, a quien sus hijas y esposo convencieron de buscar “algo que le hiciera bien”. ¿Pero qué?

Empleada de la administración pública desde muy joven, se le ocurrió que podía lanzarse a vender algún producto, como los bolsones de frutas o verduras que eran un verdadero boom de aquellos tiempos. Su familia la convenció de que ya había demasiada oferta en ese rubro y fue Sofía la que le sugirió probar suerte con una idea que a ella le parecía preciosa: entregar ramos de flores a domicilio, por suscripción.

Así nació El Club del Ramo. Cuando cobró el aguinaldo, Mónica y su familia fueron al mercado de los floricultores locales en Colonia Urquiza - a donde también concurren De Mattos y muchísimos otros floristas de la Ciudad- y compró mercadería para armar una docena de ramos. “Los preparamos en una quinta de Arana e intentamos venderlos en la ruta, pero no vendimos ni uno”, cuenta, como recuerda también que ese mismo día se dio cuenta de que tenía buen criterio estético para combinar flores y habilidad para limpiarlas.

Las redes sociales hicieron el resto. Con la ayuda de sus hijas creó una cuenta de Instagram -”yo ni sabía lo que era”, reconoce -, que sus amigas y conocidos ayudaron a difundir. Hoy sigue yendo dos veces por semana al mercado, reparten los ramos para los suscriptores cada 15 días, montó un taller de armado y acopio en su casa y un espacio de reuniones para coordinar el diseño y producción de arreglos florales para eventos.

Más allá de los clientes que pagan un abono para recibir regularmente flores frescas en su casa, detrás de cada pedido, hay una historia: la de ese abuelo que le envió 17 flores a la nieta que cumplió 17 años, o la esas mujeres que tras cada sesión de quimioterapia le mandan a la amiga un ramito con la tarjeta que dice “otra más, falta poco”.

Para Mónica, las más conmovedoras son las que tienen que ver con la distancia. “Esta semana me llamó la madre de una chica venezolana que se recibió y quería estar presente con flores, o el año pasado, para el Día de la Madre, entregué un ramo que mandó un muchacho de las minas de Jujuy. Los padres lo recibieron llorando”, relata.

Claro que también hay envíos apasionados “dobles”, pedidos de disculpas difíciles, bouquets que no son muy bien recibidos. Después de todo, “las flores son furor”, celebra Giustozzi, y no hay nada que no se pueda decir con flores.

HANAKOTOBA

El término floriografía alude a un lenguaje encriptado de la época victoriana, que los amantes usaban para enviarse mensajes con flores, en un tiempo de costumbres muy rígidas. Cuando se popularizó y perdió hermetismo, cayó en desuso, pero es una metodología que se mantuvo vigente en otras culturas. El lenguaje floral de Japón, por ejemplo, se llama Hanakotoba y tiene como propósito “transmitir emociones o comunicarse directamente con el destinatario sin usar palabras”. Proviene de la filosofía budista que aprecia la belleza efímera. Y cada flor simboliza una emoción propia como el amor, la pureza, el desprecio o el honor.

Silvio Haniu es cultivador de flores en Abasto y descendiente de japoneses.

“Mis padres son floricultores -apunta- ya están jubilados, pero yo continué lo que ellos hicieron durante 40 años”. Desde entonces, el negocio cambió mucho: “Antes ellos cultivaban y mandaban al mercado central en Barracas, en la calle Olavarría, pero ahora mi generación produce y vamos a vender”. Aquel mercado tiene vida propia entre las 5 y las 8 de la mañana, en galpones que ocupan dos manzanas, y en las que se cruzan exportadores, floristas y particulares.

“Desde las redes sociales se promueve el consumo de flores de Europa” que aquí “a veces no se encuentran”, admite Silvio, pero “tenemos mucha variedad”. Las que más se venden son las rosas, que en invierno se importan desde Ecuador: “Producirlas aquí sería muy costoso, porque tendríamos que calefaccionarlas”. A diferencia de lo que pasó el año pasado, cuando una seguidilla de heladas dejó a la región sin flores por dos semanas, este 2025 el clima trató bien al sector.

“Yo fui aprendiz de mi papá y a eso le fui incorporando cosas, pero hasta el día de hoy los floricultores funcionamos por prueba y error”, explica Haniu; “todo el tiempo probarmos remedios y abonos nuevos”. Salvo unas pocas excepciones, las flores se cultivan en invernaderos que las protegen del frío del invierno y del sol del verano.

“El clima es lo que más nos complica. Las pestes se pueden controlar con abono o fumigando, pero los granizos o tornados nos voltean los invernáculos y las pérdidas son muy grandes”. A contramano, el apoyo llega de las redes sociales y consumos culturales como el ya mencionado de Floricienta y su secuela, Margarita: “Nos ayudaron con el consumo de la flor amarilla, que ahora se pide muchísimo en los cambios de estación, mientras que antes se usaba solamente para comunión”.

“La flor no es un producto de fábrica, se prepara meses antes y esa producción puede ser muy complicada”, confirma Silvio. ¿Y el valor? “Tienen que ver con la oferta y la demanda”, cierra; como casi todo.

Cuidados
Para conservar las flores en agua, los expertos recomiendan cambiarla cada dos o tres días, cortar los tallos y mantenerlos limpios. Con ese cuidado, pueden durar hasta 15 días.

 

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