Cadena alimenticia
Edición Impresa | 6 de Julio de 2025 | 04:37

Por CARLOS ALEMAN
Antes sapo, ahora cucaracha.
El lunes de la semana pasada tuve uno de los días más felices de mi vida, sino el más: quedé de palabra para jugar en el Argentino Juvenil.
El martes entrenamos a las siete y media, qué cosa increíble, me fui por la puerta chica y me recibieron de nuevo por la puerta grande. Gracias a eso ahora entiendo a la perfección la parábola del hijo prodigo. Volví a tener fe, en el fútbol, en los otros pero sobre todo en mí.
La chica del 273, tenía el aura de enfermera o dentista, casi que podía ver el ambo celeste arriba de su ropa deportiva. Capaz nada que ver. Tenía el pelo atado con una cola de caballo. Si tan solo hubiera tenido otro distintivo, anteojos, un tatuaje... No. Solo un llavero de Bob Esponja.
No me anime a hablarle, ¿de haberle dicho mi usuario de Instagram me hubiera empezado a seguir? Debería haber una aplicación que te muestre en tiempo real los perfiles de todas las personas que te cruzaste arriba del micro. Seguro dentro de poco existe. Yo la inventaría pero no se como se hace además soy más a la antigua, encontrando gente por Facebook o por una nota en el diario.
¿Habremos compartido algún otro viaje en colectivo? ¿De corta o larga distancia? ¿A la mañana, a la tarde o a la noche? Dicen que estamos a solo cinco personas de cualquier otra en el mundo: tan poco y a la vez tan mucho. Se me están empezando a curar los labios.
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