La rutina ideal para tener una boca sana

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Mantener una boca sana no se trata solo de cumplir con un cepillado apurado antes de salir de casa. La higiene bucal efectiva es un ritual que combina orden, técnica y algunos hábitos estratégicos que potencian el efecto de cada paso. Hoy, distintas corrientes de cuidado dental coinciden en que la clave está en entender qué hacer, en qué momento y por qué, para que cada acción tenga el máximo impacto y no se anule con la siguiente.

La rutina comienza con un gesto tan simple como dejar el cepillo seco antes de colocar la pasta. Aunque parezca un detalle menor, no mojarlo previamente ayuda a que las cerdas mantengan su firmeza inicial y a que el flúor se adhiera mejor desde el primer contacto. Con el cepillo listo, la secuencia ideal arranca con un enjuague bucal, preferentemente sin alcohol, que barre buena parte de las bacterias acumuladas y prepara el terreno para la limpieza mecánica. Ese primer paso no es para “dar buen aliento” sino para reducir la carga microbiana antes de que el cepillo y el hilo dental entren en acción.

El siguiente movimiento es el uso de hilo dental o de cepillos interdentales, dependiendo de la anatomía de cada boca y de si hay ortodoncia, prótesis o puentes. Este paso cumple la función que el cepillo no puede: desprender restos de comida y placa de las zonas de difícil acceso. Limpiar esos espacios antes del cepillado permite que el flúor llegue sin obstáculos a toda la superficie dental.

Una vez despejado el camino, llega el momento central: el cepillado de dos minutos con pasta fluorada, inclinando el cepillo a 45 grados respecto de la línea de las encías y realizando movimientos cortos y circulares. Este trabajo debe ser meticuloso, incluyendo las caras internas de los dientes y la zona de las muelas, que suele quedar relegada. Al finalizar, la lengua también merece atención. Rasparla o cepillarla reduce la acumulación bacteriana y contribuye a un aliento fresco que no depende solo del mentol de la pasta.

Hay un punto clave que rompe con el hábito más arraigado: no enjuagarse con agua inmediatamente después del cepillado. Escupir la pasta y dejar una fina película de flúor sobre el esmalte prolonga su acción protectora contra las caries. El agua limpia esa barrera antes de que haya hecho su trabajo.

Como complemento, una vez por semana puede incorporarse un enjuague con agua oxigenada diluida al 1,5 %. Este truco casero, usado con moderación, ayuda a eliminar bacterias anaeróbicas y a atenuar manchas superficiales gracias a su acción efervescente. Su uso debe ser breve y no reemplaza a los enjuagues diarios, pero puede ser un refuerzo eficaz contra la placa y la inflamación de encías.

Por último, no hay que olvidar que el cepillo también requiere cuidados. Lavarlo bien después de cada uso, dejarlo secar al aire y desinfectarlo periódicamente —con enjuague antibacteriano o en agua oxigenada diluida— mantiene a raya a las bacterias que pueden acumularse entre sus cerdas.

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