El impacto del ciclo hormonal en el anhelo de vivir más y mejor

La posibilidad de llegar a los 100 años no es algo que se debe posponer hasta edades avanzadas. Cómo, a partir de los 30 años, puede empezar a moldearse el camino para prolongar la vida

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Dormir bien y vivir más podrían depender de algo tan simple como mirar el reloj antes de cenar. Cada vez más evidencia señala que lo que sucede en nuestro cuerpo después de las siete de la tarde puede marcar la diferencia entre un descanso reparador y un ciclo hormonal que sabotea la salud a largo plazo. La clave estaría en cerrar la cocina temprano, permitiendo que el organismo entre en modo reposo sin tener que lidiar con el trabajo extra que implica digerir una comida pesada al final del día.

El problema surge de una interacción tan silenciosa como poderosa: las hormonas que preparan al cuerpo para dormir no combinan bien con las que regulan el azúcar en sangre. Cuando se come tarde, el metabolismo se ve forzado a seguir activo, la temperatura corporal se mantiene elevada y la frecuencia cardíaca no baja lo suficiente. El resultado es un sueño liviano, interrumpido y poco reparador, que priva al organismo del tiempo esencial para reparar tejidos, regular funciones internas y restaurar energía.

 

Un cambio de hábitos, como en el horario de la cena o en el descanso nocturno, es clave

 

Pero el daño no se detiene ahí. Dormir mal altera los niveles de las hormonas que controlan el hambre y la saciedad: sube la grelina, que estimula el apetito, y baja la leptina, que indica que estamos satisfechos. Así, uno se levanta con antojos, especialmente de comida poco saludable, y el ciclo vuelve a empezar. Además, la falta de descanso de calidad mantiene elevado el cortisol, la hormona del estrés, lo que favorece la acumulación de grasa abdominal y desequilibra el ritmo natural del cuerpo.

Las cenas tardías suelen ir de la mano con otras prácticas nocivas, como pasar horas frente a pantallas antes de dormir y recibir poca luz solar durante el día. Este cóctel perjudica el reloj interno, altera el metabolismo y aumenta el riesgo de problemas crónicos. Incluso la microbiota intestinal puede resentirse con horarios de comida irregulares, abriendo la puerta a complicaciones cardiovasculares y metabólicas.

La buena noticia es que romper este patrón no exige grandes sacrificios. Adelantar el horario de la última comida a antes de las siete permite que el cuerpo reduzca la actividad metabólica, baje la temperatura interna y se prepare para un sueño profundo. Quienes adoptan este hábito no solo reportan descansar mejor, sino también perder grasa con mayor facilidad y experimentar más energía al día siguiente. Un ajuste simple en el horario de la cena podría convertirse en una de las estrategias más efectivas para vivir más, mejor y con un equilibrio hormonal que acompañe ese objetivo.

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