Se me cae el pelo: cuando el estrés deja una huella en la cabeza
Edición Impresa | 17 de Agosto de 2025 | 07:20

En una época donde la imagen personal se expone de manera constante, la caída del cabello en los hombres ha dejado de ser un asunto privado.
Las redes sociales, las aplicaciones de citas y lo que algunos especialistas llaman “disforia de Zoom” —la incomodidad de verse en pantalla durante videollamadas— han amplificado la ansiedad en torno a la alopecia, es decir, la pérdida de pelo.
LA SALUD EMOCIONAL
Un artículo reciente de Estados Unidos señalaba que, incluso en casos leves, la pérdida de cabello puede convertirse en una preocupación obsesiva, alimentada por un mercado de soluciones que, en ocasiones, roza lo depredador.
Más allá de la genética, la ciencia confirma que la salud emocional juega un papel clave.
La Clínica Mayo explica que el estrés emocional y físico puede estar directamente relacionado con la caída del cabello.
Entre los mecanismos más conocidos está el “efluvio telógeno”, un trastorno en el que un número significativo de folículos pasa de la fase de crecimiento a la de reposo y caída como respuesta a un episodio de estrés agudo.
En esos casos, el cabello puede desprenderse al peinarse o lavarse, pero, al tratar la causa, suele volver a crecer.
Otro fenómeno es la “tricotilomanía”, un impulso irresistible de arrancarse el pelo, que aparece como forma de manejar sentimientos negativos, aburrimiento o frustración.
Asimismo, aunque menos frecuente, la “alopecia areata” también ha sido vinculada a eventos de estrés grave: el propio sistema inmunitario ataca los folículos, generando áreas despobladas en cuero cabelludo, cejas o barba.
A esto se suma la “alopecia androgénica”, la forma más común de calvicie masculina, determinada por predisposición genética y hormonas como la dihidrotestosterona (DHT).
Si bien su origen no depende del estrés, la preocupación constante por su avance puede aumentar la tensión psicológica, potenciando otras formas de caída y agravando el malestar emocional.
EL AFUERA Y LAS REDES SOCIALES
El problema no termina ahí: la caída de pelo puede iniciar un círculo vicioso.
Los hombres preocupados por su imagen tienden a observarse con más frecuencia, buscando signos de pérdida. Esa vigilancia constante aumenta la ansiedad y, en algunos casos, la depresión. “Lo que empieza como un cambio físico puede transformarse en un detonante de inseguridad que impacta en la vida social, laboral e incluso en la intimidad”, explican psicólogos especializados en autoestima masculina.
Las redes sociales intensifican esta dinámica. Los algoritmos detectan búsquedas relacionadas con la calvicie y multiplican la exposición a tratamientos, trasplantes o productos milagrosos.
Esta “economía del pelo” mueve millones de dólares y no siempre ofrece soluciones científicamente comprobadas. El resultado es una presión añadida: se instala la idea de que la calvicie es un problema urgente que debe resolverse para conservar atractivo, éxito o juventud.
El estrés derivado de estas expectativas no es trivial.
La Organización Mundial de la Salud reconoce que la ansiedad y la depresión están entre los principales problemas de salud mental a nivel global. Y en el caso de la caída de cabello, el impacto emocional puede ser desproporcionado respecto del daño físico: perder pelo no duele, pero puede erosionar la autoestima de manera profunda.
La caída de pelo, un drama estético que se agudiza cada vez más / Free.
QUÉ HACER
Frente a esto, los especialistas recomiendan un abordaje integral. En primer lugar, consultar a un médico o dermatólogo para identificar el tipo de alopecia y descartar causas médicas tratables.
En este sentido, entre las opciones médicas para tratar la caída del cabello, dos medicamentos cuentan con evidencia científica sólida: finasterida y minoxidil.
La finasterida es un inhibidor de la enzima 5-alfa reductasa, responsable de transformar la testosterona en dihidrotestosterona (DHT), hormona vinculada a la miniaturización de los folículos pilosos en la alopecia androgénica. Su uso puede frenar o ralentizar la caída e incluso promover cierto rebrote. Sin embargo, su consumo debe ser supervisado por un médico, ya que puede generar efectos secundarios como disminución de la libido, disfunción eréctil o trastornos hormonales, aunque en la mayoría de los casos estos síntomas son reversibles al suspender la medicación.
En tanto, el minoxidil, en tanto, es un vasodilatador que se aplica tópicamente en el cuero cabelludo. Promueve la irrigación sanguínea y estimula la fase de crecimiento del pelo. Es más accesible y suele tener menos efectos secundarios sistémicos que la finasterida. No obstante, puede provocar irritación, picazón o dermatitis en la piel, y su eficacia requiere constancia: al suspender el tratamiento, la caída suele reanudarse.
Ambos tratamientos no representan una solución definitiva para todos los tipos de caída de cabello y funcionan mejor en etapas tempranas. Por eso, es fundamental el diagnóstico médico y la evaluación integral antes de iniciar cualquier terapia. Paralelamente, trabajar sobre la gestión del estrés con estrategias como ejercicio regular, mindfulness o terapia psicológica.
En los casos en que la caída esté vinculada a trastornos emocionales, tratar la raíz del problema es tan importante como cualquier intervención estética.
La solución no siempre pasa por recuperar el pelo. Aceptar la pérdida no significa resignarse al malestar. Significa, más bien, entender que la salud del cuero cabelludo y la salud mental están entrelazadas. Y que, si bien el estrés, la ansiedad o la depresión pueden dejar huella en la cabeza, también es posible cortar ese ciclo y construir una relación más sana con la propia imagen.
1 PREOCUPACIÓN OBSESIVA: por algún defecto físico menor o inexistente.
2 RUTINAS REITERATIVAS: como mirarse al espejo de forma compulsiva, tocar o pellizcar la piel, o buscar confirmación constante sobre su aspecto.
3 AISLARSE: evitar situaciones sociales por miedo a ser juzgado por su apariencia.
4 SENTIMIENTOS: de ansiedad, depresión, o vergüenza relacionados con su imagen corporal.
5 INSATISFACCIÓN: buscar tratamientos cosméticos, dermatológicos o cirugías plásticas de forma frecuente, sin quedar conforme con los resultados.
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