Siguen aumentando los suicidios en La Plata: el drama, por dentro

Una estadística reveló que es la principal causa de muerte violenta en la Región. Hablamos con Julissa Erretegui, mamá de la niña de 15 años que se suicidó en el Colegio Nacional y con Yanina Citarelli, quien lo intentó, la salvaron y recuerda aquel infierno

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Alejandra Castillo

alecastillo95@hotmail.com

El 10 de septiembre pasado, Día Mundial de la Prevención del Suicidio, se conocieron los últimos resultados de un relevamiento que dos periodistas platenses vienen realizando desde hace casi una década, para visibilizar que esa problemática es hoy la principal causa de muerte violenta en La Plata, sin políticas públicas diseñadas a la medida de la crisis que atraviesa la salud mental.

Con datos del Ministerio de Seguridad, el de Salud, la Procuración General bonaerense, informes de ONG, medios periodísticos y testimonios de familiares de víctimas, la estadística de Fernando Tocho y Marcela Ojea es contundente: el número de suicidios en La Plata, Berisso y Ensenada supera al de los homicidios culposos y dolosos.

Es que durante el año 2024 se registraron 93 suicidios en esta Región, mientras que los asesinatos fueron 29 y las muertes por accidentes, 64.

“A nivel nacional, la situación refleja una tendencia aún más alarmante: en 2024 se registró en la Argentina el número más alto de suicidios de la historia, alcanzando los 4.249 casos. Esto equivale a una muerte cada dos horas. Los expertos advierten que detrás de cada suicidio consumado se esconden al menos tres intentos fallidos”, explicaron los autores en su informe (ver detalles aparte). Y detrás de cada número, hay una historia tan única como terrible.

“YO NO LOS VOY A OLVIDAR”

Minutos antes de las 8 de la mañana del 3 de agosto de 2017, Lara Tolosa Chaneton sacó de su mochila un revólver calibre 38 que había encontrado en la casa de su papá (perteneciente a sus abuelos) y se disparó en la cabeza en plena clase de Geografía, frente a sus compañeros de 4to 7º del Colegio Nacional. Tenía 15 años. Murió cuatro días después, en el hospital San Martín. En su carpeta encontraron una nota escrita con una caligrafía que contaba cómo se sentía, más allá de las palabras. “Chau pedazos de mierdas. Dejo un juego en la mochila. El que lo encuentre, se lo queda”.

Pasaron ya ocho años, pero en esa emblemática escuela que este año cumplió 140 años, el tema sigue siendo tabú, pese a que hubo -por lo menos- un intento de suicidio más.

Meses atrás, las autoridades accedieron a colocar una placa con el nombre de Lara, sus dibujos y una frase como deseo: “Que tu luz nos ilumine para que esto nunca más vuelva a pasar”. Los gastos corrieron por cuenta de la familia, el colegio no difundió la actividad y se hizo un 6 de diciembre. Ese mismo día, el músico platense Manuel Giannoni, de 40 años, se arrojó al vacío desde la terraza del Hotel Dazzler, frente a Plaza Moreno.

Lara hizo el jardín, la primaria y los primeros años de la secundaria en la Escuela Italiana, pero antes de ingresar a tercero sus padres se vieron obligados a sacarla, porque las autoridades no le permitieron rendir unos exámenes extracurriculares y una tesina. “Consideraron que ella y otros compañeros tenían un nivel académico muy bajo e iban a ser un fracaso asegurado”, cuenta a este diario Julissa Erretegui, la mamá de Lara.

La chica no escuchó aquella palabra, “pero entendió todo”, aclara Julissa.

Cuando sus padres le comunicaron que no podía seguir en esa escuela, “se tiró al piso, comenzó a llorar y a pegarse en la panza. Fue la primera vez que la vi en una situación de crisis de pánico”, recuerda Julissa; “fue un golpe duro para ella y una situación incómoda que le generó mucha frustración”. Desde entonces, hubo un quiebre en el ánimo de Lara.

Es que “estaba muy a gusto ahí, tenía un grupo humano muy bien conformado”, cuenta la madre.

En 2016 ingresó en el Nacional, lo que implicó cambiar hasta el horario: pasó de la mañana a la tarde. “Yo la veía a Lara distinta”, recuerda Julissa, “angustiada, muy para adentro”. Y eso era llamativo, porque se trataba de una chica “sociable, empática y que hacía amigos a donde fuera. Cualquiera que la haya conocido lo puede decir”, apunta. De hecho, estaba acostumbrada a los cambios porque “nos mudamos varias veces y en todos los lugares hacía amigos. Era conciliadora, no le gustaba el conflicto”.

Preocupada por esta transformación que veía en su hija, Julissa se reunió con el preceptor y con el Gabinete Psicopedagógico del CNLP, pero todo lo que escuchó fue que “había unas ‘figuritas terribles’ y la oferta de cambiar a Lara de división.

“Me pareció una barbaridad, porque estaban etiquetando a estudiantes y tenían pocas herramientas para manejar el grupo, porque la solución era sacar a la persona que hostigaban. Lara no quiso, porque entendió que iba a ser peor”. Después de eso, dice, “no me volvieron a llamar, ni hicieron un seguimiento”.

En 2017 Lara volvió al turno mañana y se hizo amiga de alumnos que eran nuevos en el curso, lo que trajo alivio a sus padres, ya que les dijo que se sentía un poco mejor. Justo después de las vacaciones de invierno, sobrevino el final.

“Habíamos conversado con ella la posibilidad de un tratamiento psicoterapéutico, porque no era algo extraño a la familia. Pero no quiso. Tampoco había notado que estuviera tan mal”, revela Julissa.

El 3 de agosto de 2017 ella estaba en City Bell cuando la llamaron del colegio para avisarle que Lara había sufrido un accidente. Se subió al auto y encaró para La Plata, sorteando el tránsito del Centenario en hora pico, con la idea de que su hija “se había caído por la escalera, o la había atropellado un auto en la avenida 1”. Jamás barajó la posibilidad de lo que terminó siendo una certeza. Antes de llegar recibió otro llamado: Lara estaba en el Policlínico. Como los padres de Julissa viven cerca de ahí, ellos fueron los primeros en llegar y en contarle a la mujer lo que había pasado.

“No hay una sola respuesta”, reflexiona Julissa ocho años después, “son muchos los detonantes que llevan a una persona a tomar semejante decisión. Lo que me alivió fue que Lara se tomó el trabajo de escribir una carta de dos carillas, en el estado de depresión y angustia en el que estaba sumergida, en la que nos agradece a sus padres por haberla cuidado y querido”.

A los padres que atraviesan por una situación parecida, o que ven a sus hijos distintos, Julissa les sugiere “ir más allá aunque las urgencias del día a día te superen”. De cualquier modo, reconoce que es “muy difícil. Yo charlaba muchísimo con Lara y le preguntaba, pero en un punto sentía que no podía llegar. Hay que hacerle caso a los chicos, escuchar su deseo. Hoy siento que lo mejor hubiera sido cambiarla de escuela, no esperar a que se adaptara, porque no todos los colegios son para todos los chicos”.

Después de que Lara se quitó la vida, los abogados de la UNLP apuntaron contra la red social Voxed, por supuesta incitación al suicidio. Allí, de manera anónima, Lara había escrito: “El jueves voy a suicidarme en la escuela y lo voy a transmitir por directo. Voy a robarle el revólver a mi papá antes de salir para el colegio y pienso pegarme el balazo en la primera hora. Tengo cinco balas. Si en ese momento se da para matar a tres o cuatro compañeros, joya, pero mi misión principal es el suicidio”.

Ocho años después, Julissa está segura de que las “redes nos están esclavizando, como en una película de terror”. Recuerda que, como mamá, nunca vivió la experiencia de que Lara estuviera “a las 2 de la mañana en la calle. Me quedaba tranquila porque estaba en la habitación con su computadora, pero estaba transitando por lugares peligrosos”, lamenta.

“Puedo seguir adelante porque sé que hice todo lo que podía hacer, pero igual te hacés preguntas”, cierra.

El día que colocaron la placa en el Nacional, Julissa leyó mensajes que Lara escribió en papelitos y ella encontró en su casa después de la muerte, “una especie de afirmaciones o deseos en vistas a un futuro cercano: ‘Que me vean como una buena chica, siempre humilde, algún chico que me guste’, ‘Creatividad extrema, más proyectos’, ‘Tener buen oído’, ‘Seguir siendo una chica especial y valorarme a mí misma’, ‘Importante: que mis amigos nunca se olviden de mí, yo no los voy a olvidar’, ‘Nunca olvidar’”.

“NO LE VEÍA LA SALIDA”

Yanina Citarelli tiene 40 años y en marzo de 2022 intentó suicidarse tomándose dos frascos de psicotrópicos que le habían recetado para estar mejor.

Había comenzado con el tratamiento en 2020, después de un diagnosticado “pico de estrés”.

“Iba a la psicóloga y al psiquiatra”, cuenta, pero después de que la primera le dio el alta, “yo solita me di también el alta de la medicación”. Un par de meses después empezó a sentirse mal.

“Nunca imaginé que pudiera afectarme tanto. No me quería levantar de la cama. No entendía que tenía que esperar a que la medicación volviera a hacerme efecto. Y no aguanté más”, revela.

Aquella noche se duchó, se preparó un té, puso una película y tomó las pastillas, una por una. “Escondí el teléfono, todavía no sé por qué”, recuerda. Su marido, que se despertó por el ruido del televisor, advirtió que no reaccionaba y la llevó al hospital de Melchor Romero. “Cuando volví a mi casa le dije a mi marido ‘¿por qué me salvaste?’, me estás arruinando la vida’. Yo quería que se terminara todo, porque no le veía la salida”.

Los seis meses siguientes fueron difíciles, reconoce Yanina. No quería salir de su casa, no tenía apetito y llegó a pesar 45 kilos: “Eso también te come la cabeza, porque ves cómo se deteriora tu cuerpo; era un cadáver”. Renunció a su trabajo y tomaba cinco pastillas por día, “para dormir y para despertarme, para comer y para no comer. Así la llevaba”.

“Fue duro para toda mi familia; para mi marido, mis hijos y una hermana que me acompañó todo el tiempo. Nunca estuve sola, porque yo misma se los pedía. Tenía miedo de lo que pudiera hacer”.

En la familia de Citarelli hay antecedentes de depresión. Su madre y sus primos la sufrieron, “pero yo tomé conciencia de que hay que tratar todo lo que haya que tratar; las cosas no sanadas”, asegura.

Hoy continúa en tratamiento, estudia para convertirse en instrumentadora quirúrgica y, mientras charla con el diario, disfruta de un helado. Ya no evita mostrarse vulnerable y está segura de que lo le pasó, debe tener un propósito: “La vida es hermosa con todos sus colores; los oscuros también”.

 

TELÉFONOS ÚTILES
Si vos o alguien que conocés está atravesando una situación de crisis emocional o ideas de suicidio, podés pedir ayuda:
• Línea 135 (CABA y Gran Buenos Aires).
• 011-5275-1135 (desde cualquier lugar del país).
• Línea 0800-999-0091 del Ministerio de Salud de la Nación.
• Linea 0800-222-5462 (Provincia).
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