La experiencia con “La llamada”, de Leila Guerriero

Edición Impresa

Por JOSÉ JORGE

La experiencia con un libro propone situaciones, escenas, donde uno no las espera. “La llamada”, de Leila Guerriero, presenta un “perfil” -según ella lo llama en alguna de las 430 páginas- de Silvia Labayru. Sería injusto no agradecer el interés que me generó la descripción que logra, tanto por su observación y recolección de datos, como por lo que consigue en las entrevistas a quienes elige como parte del mundo en el que la protagonista vivió en la década de los 70, como integrante de Montoneros y víctima del terrorismo de estado en la última dictadura. Se habla de hace 40 años y se habla de hoy, mirando hacia atrás.

La profundidad que busca ayuda a conocer y a reflexionar sobre el sentido de las palabras, los conceptos y discursos que le discuten al tiempo la posibilidad de aclarar, curar y seguir proponiendo cosas donde no se las espera.

El libro estaba sobre una mesa ratona en un despacho de empresa. Las cualidades de quien lo escribió, la tapa y el lugar donde lo vi, me propusieron una pregunta o acertijo. Lo pedí.

Leer es hacerme preguntas, dialogar en silencio con quien escribió y en voz alta con quien está alrededor. Esta vez, también volvieron personas que no están o están lejos, a quienes imagino cerca de ese mundo del terror y perversiones, sin intimidad, ni posibilidad de expresarlo en los términos en los que parece estar todavía en la cabeza de algunas personas que lo padecieron.

El libro tiene afirmaciones, pero me queda un ambiente de preguntas sobre temas esperables y otros inesperados. Entre esos, la autorreferencia y la sensación de impudor al dejar correr, al lado de un relato de tanto peso para la historia, preguntas sobre la vida propia y el dolor que puede ser irreparable. Con permiso y pedido de piedad a Guerriero, a Labayru, a una escena en un despacho y al terapeuta a quien le escuché la palabra, un libro puede ser un significante.

 

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