Vidrios más seguros en las escuelas y una legislación que quizá deba extenderse

En la ciudad de Buenos Aires acaba de aprobarse una ley que obliga a todas las escuelas porteñas, públicas y privadas, a cambiar los vidrios de sus edificios en los próximos cinco años y reemplazarlos por otro tipo de cristales, preparados para evitar accidentes.

En otras jurisdicciones debería analizarse esa misma situación y, en el caso que haga falta, aprobar normas de alcance similar como un aporte a la seguridad en el ámbito escolar.

La ley sancionada por la Legislatura porteña exige la colocación de vidrios laminados o templados en todos los establecimientos de su jurisdicción.

Los proyectos que derivaron ahora en la aprobación de la norma mencionada se presentaron después de un hecho trágico que provocó, en su momento, un fuerte impacto en la opinión pública. Se trató de la muerte, ocurrida hace tres años, de una nieta del ex presidente de la Nación Raúl Alfonsín, quien se desangró por la herida que le provocó la rotura de un vidrio sin protección, de una puerta del colegio al que asistía.

Al romperse, los vidrios comunes se fragmentan aleatoriamente en grandes trozos que se constituyen en elementos sumamente cortantes. En cambio, los vidrios laminados, si bien son a su vez dos planchas de vidrios comunes, están pegadas de modo tal que al romperse, los fragmentos se mantienen unidos a una lámina plástica, evitando cualquier posibilidad de cortadura.

Por su parte los vidrios templados están fabricados de una forma tal que al romperse se pulverizan en fragmentos que por tan pequeños resultan inofensivos.

La norma que regirá ahora en la capital federal indica que en caso de existir puertas, paneles bajos, ascensores, fachadas, mamparas de baño, divisores y mobiliario fijo de vidrio, solamente lo pueden ser de vidrio laminado o templado. Y que todos los vidrios inclinados, tales como techos, marquesinas y parasoles, deberán ser laminados en construcciones nuevas.

En construcciones existentes, si no son laminados, deben estar envueltos en una malla de protección que prevenga la caída de fragmentos en caso de rotura.

El caso mencionado resultó extremo. Pero hay miles de jóvenes que cargarán toda su vida con cicatrices faciales o mutilaciones de dedos. Además no se trata de un peligro sólo en los colegios.

Cabe advertir, entonces, sobre la necesidad de examinar la cuestión más allá de la jurisdicción porteña. La seguridad en los edificios escolares debería ser una preocupación central y el tema de los vidrios como factor de riesgo es, en ese contexto, un aspecto de singular cuantía.

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