12 de Octubre de 2008 | 00:00
El martes era uno de los días más esperados por Gabriel hace unos quince años atrás: a las 9 de la noche, por televisión abierta, unos personajes amarillos con cuatro dedos invadían la pantalla y hacían que nadie se moviera durante esa hora en la que se emitían sólo dos capítulos de una de las series norteamericanas más vistas en todo el mundo. El peor castigo que su padre le podía dar era decirle "hoy no mirás Los Simpson" y, para colmo, cumplirlo. Mientras Gabriel obedecía encerrado en su habitación, las carcajadas de sus padres no dejaban de resonar en el living. Este no era un dibujo animado al mejor estilo Disney pensado para infantes. Era el inicio de un fenómeno mundial que llegaba a nuestro país para instalarse en las pantallas chicas de todas las clases sociales para nunca más partir. ¿En qué se basa este fenómeno?
Lo bueno y lo malo de esta familia, identifica. La torpeza de Homero, un inspector de seguridad de la central eléctrica nuclear se equilibra con la paz de Marge, una ama de casa de pelo azul que hace todo por tratar de mantener unida la familia (a pesar de los constantes disturbios que causa su calvo y gordo marido con las mejores intenciones de ayudar). La rebeldía de Bart, un pícaro niño de diez años que anda en patineta y no le gusta estudiar se contrarresta con la inteligencia de su hermana Lisa, saxofonista y vegetariana. Maggie, en tanto, sólo pestanea y expresa sus sentimientos succionando el chupete y es la a veces ignorada hija de su perezoso padre. Todos viven junto a una comunidad de las mismas características (amarillos y cuatro dedos) en Springfield, la ciudad ficticia más conocida en todo el mundo.
"No hay que ver la serie sólo como una familia disfuncional. Sino, como bien lo manifiesta su creador, como una crítica a un modelo de sociedad que se pone de manifiesto en la presencia de los personajes de segunda línea. Estos representan la hipocresía de una sociedad que se caracteriza por el doble discurso", asegura el licenciado Alfredo Alfonso, titular de la Cátedra II de Comunicación y Teorías de la UNLP y vice director del Departamento de Ciencias Sociales de la UNQUI.
En este sentido, buenos ejemplos son el de Krusty, el Payaso que, lejos de ser la felicidad y la alegría personificada, es un jugador, fumador, bebedor y mujeriego; se lleva mal con su padre, no conoce a su hija y su única meta es ganar dinero. El Reverendo Alegría, ministro que dirige la Iglesia de Springfield, detrás de la complacencia y la bondad que predica, esconde rasgos intolerantes y burlones ante algunas dudas de los fieles, como Ned Flanders. Y el Jefe Gorgory, entre otros, el jefe de Policía de Springfield que es obeso, perezoso, incompetente y un verdadero adicto a las rosquillas.
Para Alfonso, son estas caracterizaciones las que generan tanta identificación en los espectadores. "En la serie se hacen estereotipos de manera sarcástica de personas e instituciones. Cuando la mirás te das cuenta que los problemas que existen en norteamérica (cómo funciona la planta nuclear, la escuela, la política -siempre hay algún soborno-, el medio ambiente -peces de tres ojos-, entre otros) no son muy diferentes de los que tienen los países en desarrollo. A los televidentes les genera empatía y es por eso su aceptación".
"Creo que Los Simpson generan una complicidad con el espectador y que en esto reside el goce de verlos y su éxito comercial. Los Simpson marcaron una tendencia -que hoy se observa claramente en los dibujos animados del estilo Cartoon Network- hacia lo antipedagógico. Digo esto porque una de las características de los dibujos animados tradicionales fue su fuerte impronta pedagógica y moralizante. Por el contrario, vemos en Los Simpson, y en toda esta nueva generación de animados, una fuerte burla y una crítica mordaz y muy lograda hacia los discursos normalizadores. Es más, los personajes suelen ser ántimodelos´", entiende Eva Mariani, licenciada en Psicología Educacional y profesora de la UNLP quien también asegura que "pareciera que la vida entera está en los Simpson. En la serie abundan referencias a otros textos y géneros. Alusiones políticas, históricas, hacia otras películas, hacia personajes públicos de todo tipo y valor. Es notorio el placer del espectador al poder "leer" estas alusiones; supongo que genera un sentido de pertenencia, un sentirse parte a partir del reconocimiento de las alusiones más o menos directas, sobre todo en los mayores. Podría decirse que han generado una suerte de Èl mundo según los Simpson´".
Opinan los espectadores
Gabriel Vitali tenía 9 años cuando empezó a mirar la serie en televisión una vez por semana. Hoy, es Operador Técnico de Radiodifusión egresado del Iser de La Plata, tiene 24 años y los continúa mirando pero con una frecuencia mayor: diariamente. Inteligente, original y divertida, fueron los calificativos que le puso a esta popular familia amarilla. "Lo peor que me podían hacer de chico era prohibirme ver Los Simpson. Esperaba toda la semana que sea martes, me encantaban. De chico no me fijaba tanto en los detalles. Ya de más grande fui entendiendo otras cosas que están inmersos en la serie con ironía y sarcasmo y eso me fascina. Creo que esa es la base de su continuidad. Funciona porque es el fiel reflejo de todas las sociedades".
"No me considero un fanático pero, como todo adolescente que vivió durante la década del 90 con tele en la casa, es inevitable no haber sido atravesado por este programa. En este sentido, creo que la principal razón de su éxito es la parodia que realiza sobre la vida cotidiana y que nosotros vemos en televisión. Además de tener a los mejores guionistas que saben como mezclar los gags a la perfección. Yo creo que lo que los diferencia de otros dibujos es el respeto por la motricidad y los límites humanos: si a un personaje le pegan cinco tiros, por ejemplo, se muere", expresa el platense Sergio Cravero (27) quien se siente identificado con Lisa Simpson, porque "es la única distinta, revolucionaria de lo que es la conformación del estilo de vida americana y porque es una intelectual".
Por el humor ácido y porque refleja como nadie lo más bajo de la raza humana. Así, definió Roberto Cavallero (38), el éxito de Los Simpson. "En donde esto se refleja claramente es en la relación que tienen con el abuelo -Abraham Simpson-. Lo desprecian y nadie le presta atención. Lo hacen sentir una molestia. Es más, casi siempre lo dejan abandonado en la habitación cuando empieza a hablar o toman como un castigo ir a visitarlo al geriátrico", asegura este comerciante platense quien se considera un "verdadero fanático" de la serie y de todos los personajes elige a Ned Flanders, el vecino "odiado" de Homero Simpson, uno de los mayores devotos religioso de Springfield, considerado el "pilar" de la comunidad amarilla.
Efecto amarillo
Una reciente encuesta nacional, elaborada por el Ministerio de Educación sobre los consumos culturales, reveló que los jóvenes de entre 11 y 17 años eligen a Los Simpson como su programa de televisión preferido. A fines de 2006, la facultad de Sociología de la UBA realizó una encuesta en la que descubrió que los adolescentes entre 14 y 19 años de los distintos sectores sociales eligen a Homero Simpson, el "antihéroe" de la familia amarilla, como el personaje más admirado.
Si bien no es un producto pensado directamente para el público infantil, estos espectadores representan una gran parte de su audiencia. Los expertos aseguran que se debe al humor transversal que caracteriza a la serie. Los más chicos se ríen con los chiste más directos y los adultos captan los pequeños detalles cargados de ironías.
Para la licenciada Mariani esta características es una de las bases de su éxito: "es una serie animada que ven tanto padres como chicos y su genialidad consiste en permitir lecturas diferentes según la edad, condición social y cultural del espectador. Esto marcó una tendencia que posteriormente reaparece en las producciones animadas de los últimos años, donde se observa que las películas anteriormente denominadas "infantiles", pasan a tener como público a toda la familia y se establecen complicidades con los adultos, con referencias políticas o sexuales, por ejemplo".
Las ofertas de la televisión argentina son amplias: en la actualidad, para la serie se destinan más de 100 horas de programación mensual de las cuales, la mayoría (83), son de canal abierto. Los fines de semana, desde las doce del mediodía hasta las seis de la tarde, Los Simpson corren un maratón televisivo y colocar una publicidad de 20 segundos en ese horario equivale a 12 mil pesos. "Está demostrado que poner a Los Simpson en horas "muertas" -fines de semana, partidos de fútbol- es garantía de éxito. La gente reconoce cuando un producto está bien hecho y no le importa mirar repeticiones. Siempre se encuentran detallecitos aunque se hayan visto muchas veces", manifiesta el licenciado Alfonso.
Los especialistas aseguran que en su éxito influye mucho, también, la buena elaboración del producto para la cual se hace una gran inversión económica. Estiman que en cada episodio se invierten alrededor de 3 millones de dólares. Para realizar cada capítulo trabajan más de 16 guionistas y tardan alrededor de seis meses en terminarlo. Para doblar un capítulo, en las primeras temporadas, se pagaban 25 mil dólares. Hoy, se pagan 400 mil. A 16 años de haber salido por primera vez en nuestro país, la serie ya va por su 19º temporada y las "tonterías" de Homero se reproducen en más de 60 países.
A pesar de que hay algunos fanáticos que ya no se conforman con las nuevos capítulos y que se "quedan" con las temporadas viejas, la serie sigue recibiendo premios que mantienen su puesto como el programa más importante en horario central de Estados Unidos. En este momento, los creadores de este fenómeno, están produciendo la vigésima temporada y los fans esperan con ansias, entre otras cosas, las palabras de la pequeña Maggie cuya voz encarnará la famosísima Jodie Foster. Para Groening "no hay un posible final a la vista" y es por eso que el fenómeno amarillo continuará expandiéndose por todos los rincones del planeta.
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